miércoles, 10 de diciembre de 2008

LA PAZ EN LA TIERRA

Debo reconocer que los planes salen bien. El último fue un planazo, de los de aplauso seguro, en compañía de un reducido pero selecto grupo de amigos reunidos en torno a una mesa y un mantel. Mis planes, cada vez, son más gastrónomicos... Si la razón del refranero que me enseñó mi padre es que de esta vida sacarás, tripa llena y nada más (que lo remataba siempre mi tía Ofelia), debo asegurar que estoy cumpliendo a rajatabla los cánones de la enseñanza doblemente patria...



El decorado: la naturaleza. L'Estany, un paraje sainetero, fuera del mundo mismo y con una tranquilidad atronadora. La paz en la tierra. El cielo roto a brochazos de óleo de un gris que arde y la banda sonora, apacible y familiar, acompañando una jornada tranquila y bien recibida... Todo alrededor se convierte por un momento en la mejor escena del neorrealismo italiano. Una familia, con la Mamma al frente, capitaneando la mesa, dispuestos los hijos en torno a ciento un manjar. Y conversación. Mucha. Y risas. Muchas más.

Una ensalada bien aliñada. Una sepia cubierta de perejil. Pan recién tostado, fundiendo el ajoaceite casero y quebrándose en dos bajo la cucharada de tomate natural. Casero. Y más risas. Un menú de órdago para un festín, improvisado entre cuchillos y tenedores... Algo más de dos horas, para comer tranquilo como hacía tiempo que no lo hacía. Y bajo el manto de nubes, mis amigos. Todos, con una sonrisa dibujada en la cara, en óleos de buena esperanza...



El vino blanco rellena la copa que llega a los labios. Sabe a mar y a pescado. A pescadores y redes, a pueblo nacido en la vereda del agua dulce. A Mediterráneo. A fiesta de primera y a enhorabuena. Una delicatessen para todos los sentidos, hasta el sexto, que tengo más desarrollado.



Las gaviotas se arremolinan bajo la tormenta junto a la orilla. Los juncos ocultan a los patos. Pero sus graznidos se clavan, por el eco, más allá de las montañas. Del mar entra un frente de nubes blancas, que dividen aún más el cielo. Es el sueño de cualquiera, un remanso de tranquilidad regalado a raudales sobre las manos frías acartonadas por el viento.



La jornada se cierra entre abrazos. Nos duran las sonrisas en las muecas congeladas de nuestras caras. Y ahora, el recuerdo, perdura en mí como un momento de nostalgia y felicidad rebosante. Es la paz en la tierra, a la orilla de los ríos de aguas dulces... Como los sueños que vivimos en vida.

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