miércoles, 15 de julio de 2015

PRAXIS

El 15 de julio es el día 196 del año (si no es bisiesto), lo cual indica que el ecuador de 2015 está más que pasado, algo que me ha despertado esta mañana en un whatsapp con el que Leo nos anima a que no nos dejemos de lado el viaje de fin de año... Tengo un calor excesivo, acabo de comerme un Maxibon, y el aire acondicionado me apunta directamente mientras el segundero pasa anunciando que ya casi me tengo que ir. Hoy, me he escrito una agenda de esas que no quería, empeñado en pasar por alguna librería y comprarme algún libro de aquellos de "aprenda usted a decir que no": reunión de partido, grabación en la tele, presentar festival de cantantes en Nuevo Centro y cena con las Falleras Mayores elegidas en el sector de Ruzafa B. Día (y noche) completos...

Mientras me siento me pongo a Pablo Alborán y me convenzo de que todo aquello que me prometí quiero cambiar debería de ponerlo ya en práctica: entre otras la de relativizar las cosas y no anteponerme a las situaciones y valorarlas ya de salida como un problema. El calor absoluto no sé si ayuda a una cosa o a las otras...



Acabo de cambiar la foto de mi perfil de facebook: la boda de Laura y Alberto sigue demasiado presente aún, mientras me llegan noticias de India. Anoche Elena me sorprendió también desde Formentera... La amistad que tiene valores insospechados (y a los que hemos renunciado en muchas ocasiones).

Cuando me senté a escribir pensé en contar algo de mi infancia, no tenía claro el qué, pero algo de cuando estos meses de julio los pasaba con la Lina y Baltasar. La vida, aquella que se antoja tan lejana, era de un dulce que dejaba el calor como segundo plato. Igual daba si llovía o si el sol ardía: las preocupaciones de niño eran otras... O no eran. Ahora, sin embargo, hasta bajar la basura preocupa. Y así estoy yo, como en la foto de perfil, buscando otros horizontes... Lo noto. Lo siento. Lo presiento, sobre todo.

Al decir de la lluvia recuerdo un verano lejano de Sarrión en que Merche, mi prima, y yo, decidimos perdernos por las callejas. Fuimos a perdernos adrede. Algo que ahora parece estúpido, porque reconocemos fachadas, tejados y aceras, pero que de niños fue una aventura grande. Tanto, que en mitad de la tarde, en las calles que se pierden del Calvario al Cabezo y luego del Calvario a la calle Teruel (verdadero enjambre urbanístico) agosto desplomo sobre nosotros una lluvia de granizo propia de aquellas tormentas de verano que echo de menos. Son recuerdos vagos, los que parecen que el paso del tiempo diluyen, y a los que yo no quiero renunciar... Hay que mirar siempre hacia adelante (lo dije siempre), pero a veces la nostalgia tiene que ganar un pulso, aunque solo sea por dejar que nuestra mente nos recuerde de niños, recorriendo las callejas imposibles crecidas a base de paredes de piedra... Aquellos encantos perdidos que también otean, de vez en cuando, si miras al futuro, al frente,... a los nuevos horizontes.

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