domingo, 19 de julio de 2015

LA CAMISETA DE CUBA

Tengo un rubor extraordinario para ciertas cosas de la vida, para la mayoría. Y sé que no lo parece. Ayer, después de un vino en el Mercado de Colón, saliendo, me encontré a una buena amiga - está de más que diga que yo quiero muchísimo a todos mis amigos, ya lo sabéis -. A ella, además, le admiro. Ella escribe y me dijo que me lanzara a escribir. Que ella me lee, que a ella le gusta. No se imagina la vergüenza que sentí entonces: porque ella que escribe, me lee y me animó a que escribiera algo... No he parado de darle vueltas desde que la dejé allí sentada y me fui a cenar.

Esta mañana, haciendo limpieza, he certificado que cada cajón que abro en casa es un sobre de recuerdos. Anoche le decía a David y Carol que tengo la sensación de haber vivido ya tres vidas y que tengo una vitalidad para siete más... Y uno de esos recuerdos ha aparecido en forma de camiseta... He decidido escribir sobre mi camiseta de Cuba.

LA CAMISETA DE CUBA

Me devora la idea de no recordar el año en que fui a Cuba y juego a arriesgarme, buscando cosas que pasaban por entonces. El primer viaje fuera de España fue la nochevieja de 1997 a París, en el 98 estuvimos por Lisboa, así que calculo que La Habana y Varadero serían en el 99. No había ni redes sociales ni fotos digitales. El album lo guardo en casa de mis padres y calculo que escribir a alguien del viaje para preguntar el año después de tantos meses sin sabernos nada los unos de los otros sería estúpido. Digamos que fue 1999, el siglo pasado.

Cuba sabía a paraíso y lejanía. Comprobado, fue en 1999: inexplicablemente abro una libreta perdida en mi leonera y en la primera hoja que ojeo aparecen algunas notas. 1999, La Habana. Lo dicho, Cuba apareció por sorpresa cuando llamé a Paz para felicitarle la navidad. Me anunció que preparaban viaje de fin de carrera y como otras tantas veces en la vida, me lancé con un grupo de gente desconocida a hacer amigos para toda la vida. No os contaré el viaje, que dio de sí. Dije que escribiría sobre la camiseta, esa camiseta que hoy se apareció cuarteada en el cajón perdido. La compré porque ponía Cuba y con la bandera porque era lo suficientemente exótica como para ponérmela en España. Me gustan las camisetas de sitios, pero tienen que ser estéticas (algunas las hacen a mala leche, yo creo).

En el Mercado de la Catedral se sudaban las resacas de ron bajo una humedad que sabía a mojito. Los niños se arremolinaban en torno a aquellos turistas afortunados venidos de la madre patria. Éramos los gallegos. En Habana me sorprendió un cubano que adivinaba la procedencia de las mujeres según sus piernas. También una trova que nos cantó el pasodoble Valencia en el Club 21, frente al Capri, entre el titánico Hotel Nacional y la calle N. Y muchas más cosas que no vienen al caso, porque no son el recuerdo de la camiseta...

No sé cuantos pesos pagué por ella, probablemente fueran dólares americanos casi de escondido. El Mercado de la Catedral era una hervidero a cualquier hora del día. Artistas de primera con sus lienzos que se vendían de camuflado, que se saltaban la frontera pagando algún dólar de más; videntes tiracartas que fumaban, gordas y sentadas, puros habanos. Niños de sonrisas inmaculadas que morían por un boli, que te ganaban el corazón dibujándote junto a ellos y preguntando tu nombre para escribirlos en el papel... Compré esculturas de madera de un pulido magistral y regateé lo que nunca había peleado hasta para otras que me pedían el socorro...

La Habana ondeó frente a mí como esa bandera de la camiseta. La plegué en una bolsa de plástico y la guardé en la mochila con que sacaba de los hoteles el papel higiénico para dárselo a madres que querían auxilio. La clara se quedó allí, la entrañable transparencia, de una isla que vive entre coches americanos de los 50 que se dan a la fuga. Que destila ron con sabor a miel. Que se baila en noches que llegan al día siguiente...

Nosotros también despedimos al comandante en trovas de madrugada, llevados por la humedad de un Malecón que no muere nunca. Eran los años en que decidíamos qué hacer con nuestros futuros, no sé si hoy alcanzados. Y frente a los soldados militares, armados hasta los dientes, caminábamos de noche y remojábamos los pies en el Amanecer...

Hoy, al encontrar mi vieja camiseta, me vinieron todos estos recuerdos a la cabeza. Y me lancé a escribir...

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