viernes, 31 de julio de 2015
HOY FUE UN PUNTO
Hay días que son puntos de inflexión. Hoy, Isabel Bonig me ha nombrado vicesecretario de Comunicación del partido en la Comunitat Valenciana. A trabajar. Preparo la maleto contra un reloj que no se aclara en un día raro. Raro. Y de madrugada volaré... como otras tantas veces.
miércoles, 29 de julio de 2015
CALOR DE 35
Tengo un calor exarcebado, cierto dolor de estómago. Diría que de angustia. He comido langostinos y clóchinas; pensar en ello me acerca arcadas. En el tejado de mi casa los gatos duermen a 35 grados. Pienso en los viajes de futuro y no me apetecen nada. El calor me arranca todo. Hasta las ganas... de ganar. Ni las de perder, ya quiero.
martes, 28 de julio de 2015
DE MI MUNDO
De mi mundo escapo en sueños - que elevo como globos al cielo-. De mi mundo me arranco con esperanzas e ilusiones cada vez que el alma se hace de noche. O cuando los vientos dejan de soplar o lo hacen con su inercia, que no es la mía. A veces me sobrevuelo y me descubro desde lejos y me siento feliz. Contento. Aunque sea con una sensación ligera y abstracta, pero me compruebo caminando con fuerza y emoción. Sobre todo emoción.
Cuando escapo de mí a veces es por huir de ti. O de tu recuerdo. Cuando me voy de mi mundo a encontrar otros lejanos, lo hago con la esperanza de regresar siempre, y encontrarme esperándome sentado en una silla o tumbado sobre una cama que sabe a otoño. Como esas lluvias que despiertan el olor de la tierra húmeda. Como esas tormentas que cierran los veranos...
Viajo cada vez que puedo. Abro las alas de este cuerpo cada segundo más viejo y, sin perder la fuerza de ayer, me bato por buscar a través del cielo otros horizontes. Que no se marchiten. Me gusta descubrir. Y sueño. Porque así soy dueño de mis escapadas, de estas huidas que tengo cada día. Y cada una de esas noches en que Morfeo vence nuestras batallas, que la Luna convierte en guerra.
De mi mundo escapo cuando la paz es cruel, cuando el grito silencia al silencio. Cuando no me tengo. Cuando no me apetece encontrarme conmigo. De mi mundo, salto en marcha, cuando las vías de mi tren están cruzadas: y busco otras estaciones sin parada. De mi mundo salgo a buscar princesas y dragones sin reinos ni morada. A buscar un caballo para galopar como el príncipe que nunca seré. A toparme con las palabras que nunca me llegan, a robar las miradas que nunca tuve.
De mi mundo escapo cuando quiero volar lejos. Y dejo abajo la tierra, y al norte las nubes. Y vuelo... con mis alas y mis sueños.
lunes, 27 de julio de 2015
HISTORIA DE AMOR DE FERNANDA Y JOÃO
Fernanda tenía más años que una silla vieja el día en que dejó de amar.
Se recordaba de niña, al borde de la Alfama, adivinando hasta cuanto de lejos alcanzaría el mar incesante; prendida del cielo, agarrada a la oxidada baranda de su balcón. Fernanda contaba más días soleados que jornadas sin pensar en João. A él le vio por vez primera, siendo niños, bajando las escaleras de Santa Luzia. Y ella, una niña de piel oscura y de ojos vivos, se prendó del muchacho. Su piel era más blanca, sus pestañas alcanzaban dimensiones desconocidas. Sus ojos verdes eran infinitos. El segundo en que la miraron en el viejo mirador fue suficiente para recordar siempre su brillo.
Fernanda despertaba cada mañana recordando la luz de la mirada de João, que ni el paso del tiempo apagó. Se acercaba al balcón y al abrir sus puertas, sus brazos temblorosos se estremecían pensando cuánto tiempo le quedaba al muchacho para pasar por debajo de su balcón, dirección a la Rua das Flores. Día tras día. De vez en cuando, el muchacho le miraba y bajaba enseguida sus ojos al suelo, para seguir con las manos dentro de los bolsillos, calle abajo.
A las sombras de San Jorge, la vida le fue pasando entre calles que lloran por fados y saben a bacalao. Pero Fernanda acudía cada día a su cita, cada mañana. Y siempre con los mismos nervios. Cuando el muchacho cruzaba la calle, ella creía morir. El tiempo se detenía de una manera adolescente, y entonces, ni el mar sonaba ni las gaviotas volaban. Solo la calle y el caminante...
Y cuando desaparecía, Fernanda empezaba a contar los desvelos y tiempos hasta que el muchacho volviera a aparecer. A los años, João se hizo a la mar. Y entonces, las mañanas se perdían entre meses que los pesqueros faenaban en alta mar o en países lejanos donde ella le imaginaba. Aún así, cada mañana, Fernanda, recogía su pelo en un moño alto, rasgaba con un chirrido el balcón y dejaba que el Tejo le inundara el alma pensando en ver de nuevo al hombre. ¡Qué frías eran las mañanas nubladas de ausencia!
Cuando meses después aparecía, con las manos en los bolsillos, João, sin sonrisa y silbando, calle abajo, siempre solo, algo inundaba a Fernanda por dentro de nuevo. Él agachaba la cabeza, mirando al suelo con los pasos de siempre. Ella, que le miraba desde lejos, rompía el silencio al cerrar el balcón. Y a esperar que la noche fuera más corta para que volviera a nacer el día siguiente... Soñando que llegaría el momento que aquellos ojos verdes de Santa Luzia volverían a cruzarse con los de ella.
Se prometió dejar de sufrir aquel amor que le asfixiaba entre silencios. Y dijo que no volvería a abrir el balcón, ni a recordar los ojos verdes, ni a pensar en aquel nombre que le sabía dulce... Y cada día se empeñaba en cumplir su palabra. Dejó de abrir el balcón, pero se acercaba a la ventana. Intentaba no pensar en la mirada de Santa Luzia, pero al cerrar sus ojos le aparecían siempre los de él,... Quiso borrar su nombre porque nunca fue capaz de levantar la mirada del suelo y buscarla a ella, en su balcón, como tantas veces lo había deseado Fernanda...
Una mañana João no bajó por la calle y ella comenzó a llorar. No era una mañana como otra cualquiera. Su corazón no dejaba al niño de los ojos verdes lanzando redes al otro lado del océano. Su alma se llenó de sal. Y al imaginar su mirada verde, entre lágrimas, cobraban mayor brillo los ojos del que un día fue un muchacho . Cerró las puertas. Las ventanas. Siguió llorando y sentada sobre una silla de madera, tejida con cuerdas secas, decidió que nunca más pensaría en él. El dolor la mataba.
Pasaron horas hasta que dejó de ver sus ojos mirándola. Y dejó de llorar cuando ya no tenía con que hacerlo. Abrió las puertas del balcón. Y la humedad del Tejo lo invadió todo... hasta la oscuridad de la casa.
Era el 14 de octubre de 1994. Era el día en que Fernanda dejó de amar.
domingo, 26 de julio de 2015
LA ÚNICA TORMENTA DE ARENA DE MI VIDA
Nunca, nada de lo que intentamos explicar, es fácil, pero aún más complicado todo aquellos que solo vivimos una vez: así fue como nos enfrentamos a la única tormenta de arena de mi vida.
Atravesamos el Khardung La desde Leh, cruzando antes el valle del Shyok y el río que lleva el mismo nombre. La distancia de lo vivido borra, de una manera brutal y violenta, los recuerdos. Es inevitable. Pero algunos, también, sí, perduran en el paso inagotable del tiempo. El puesto del control militar, por ejemplo, lo recuerdo con aquellos hombres armados como la sensación real, palpable, de la lejanía absoluta que tenía de mi casa y de mi cama. A las puertas del Khardung La - el paso de montaña que crece a casi 5400 metros sobre el nivel del mar -, creíamos que la odisea era el pase militar que nos permitía alcanzar las dunas - aquellas que se esconden entre montañas de picos nevados -. Pero sin embargo, la imagen de aquel coche pendiente de una ladera de caída infinita, con las ruedas afuera, a punto de despeñarse por un desfiladero imposible, encuentran mayor luz entre tanta nieve y niebla.
No llevábamos gran ropa de abrigo. Así que, ante el déspota frío, optamos por acurrucarnos dentro del coche en nuestros sacos de dormir, siendo más útil que incómodo, pero cubriéndonos al fin. Y al cabo. Ahora recuerdo que fueron tres dias en el Valle de Nubra, viviendo una de las experiencias más hermosas de mi vida... Y así, la naturaleza se empeñó en regalarnos cada milímetro de experiencia durante setenta y dos horas únicas. Bueno, la verdad es que todas las horas son únicas en la vida; aunque nos empeñemos en no darnos por enterados.
En cualquier caso, emprendimos marcha a Nubra cruzando el puerto de montaña más alto del mundo y lo alcanzamos, como escribí hace años, "rozando el cielo y las nubes, empujados por la niebla y acompanyados por la nieve...". Escribía sin eñes porque en la India, como otras tantas cosas, esta letra no existe.
Por momentos, la falta de oxígeno le daba un mayor halo de misticidad a la travesía y las consecuencias del mal de altura se cebaban sin discrección. Puede que algún día os cuente la noche en que lo sufrí con mayor crudeza y que recuerdo como la peor de mi vida. Sin embargo, al llegar al valle, la odisea de alcanzarlo - unas seis horas para poco menos de doscientos kilómetros - se diluyó ante la magna belleza de un paraíso perdido y encontrado. Aquello era inexplicable. Un edén.
Nunca, absolutamente nunca, sabré explicar esa belleza. Y mucho menos la de sus noches, cuando las estrellas fugaces cruzan volátiles sobre el Himalaya mirando a la derecha la frontera con el Tibet y a la izquierda, Paquistán. Alla, al frente, Estambul... que diría el poeta. Antes de que el sol cayera por completo, mientras convertía cada pared de piedra en un celestial mosaico de colores, el viento comenzó a soplar. Y sentimos primero un grano de arena, al rato otro, y unos cuantos más que les siguieron... Fue bajando el sol con la misma velocidad que se pusieron en marcha las nubes, esponjosas y con formas bien parecidas. Y tal y como fue oscureciendo, la vehemencia del viento fue mayor, hasta que empezaron a desprenderse millones de granos de arena de sus dunas disparándose contra nosotros como auténticos proyectiles. Pasó de cero a una intensidad total en lo que se dice un abrir y cerrar de ojos. Pero no los abrimos. Era imposible.
Igual de inenarrable que fue aquella imagen, lo fue la sensación de la arena clavándose contra la espalda y las piernas desnudas cuando, por temor a cualquier daño, nos dimos la vuelta ante la tormenta. En la lejanía se adivinaba la arena volando hacia el fondo del desfiladero, como si quisiera toda la arena escapar del valle por aquellas montañas que nos habían servido de entrada. Y lo hacía cada vez más fuerte. El sol acabó por despedirse y llegó la calma. Fue inmediato. Una y otra cosa. La oscuridad y el cese de la tormenta. Abrí los ojos. Me encontré con mis pies enterrados en una arena que vino de lejos y frente a una montaña inmensa que me multiplicaba por siete mil. La arena calló. Y en su silencio, se vino nuevamente sobre las dunas. El cielo se pobló de estrellas. Y allí, en el techo del mundo, todo se hizo mudo. Dejamos caer nuestros cuerpos sobre aquella arena, ahora mansa. Y mirando al cielo, empezamos a pensar...
jueves, 23 de julio de 2015
MAR DE ESTRELLAS
Le había prometido mil veces el cielo y mil una no se lo había alcanzado. Le había envuelto entre oropeles que a ella le confundían, que le hacían creer. La vida se le fue gastando entre los abandonos y las mentiras. Pero ella nunca le engañó. Él le hablaba de amor y ella echaba en falta una caricia. Él le señalaba las estrellas, pero ella, entre lágrimas no veía nada que no fuera un mar negro sobre sus cabezas. Él siempre le hablaba delante de la gente con un cariño envidiable. Ella sola, callaba.
Y las noches se hacían largas con los ojos abiertos mirando al techo o contando segundos a través del cristal mientras él dormía. "El día menos pensado me voy tan lejos que nunca me encontrarás" pensaba ella, soñando con pisar calles, con encontrar destinos... Con volar lejos. Mil veces le había prometido el cielo y ni una sola lo había cruzado.
Por eso, el día en que puso rumbo a su nueva vida, el nudo del estómago de Alicia no era un vértigo especial por el avión que jamás había visto. Las entrañas la exprimieron por dentro y se sació de un sabor a libertad que le invadió el cuerpo entero. Miró por las ventanas del avión y vio un mar de algodones. Miró hacia abajo y el mar tan solo le parecía un cielo al final del verano. Cerró los ojos y lloró. De felicidad. Cuando la lluvia reventaba el paraguas que compró en una estación de metro frente al Coliseo, Alicia miró aquellas piedras que se mantenían firmes bajo el agua. Así, como su corazón, también de piedra... Sintió que respiraba con mayor intensidad. Entonces, confundió las gotas de lluvia con las lágrimas que furtivas se escapaban, ahora que era de noche. Notó sus mejillas calientes, como otras veces, pero sin que esta vez el llanto le escociera en la piel.
Alicia se sintió feliz. Viva... Comprobó al mirar el suelo que la punta de sus botas empezaban a hundirse bajo el agua que crecía. Y ella, quieta, frente a las piedras y la lluvia. Cuando comenzó a caminar, el agua se rompió ante sus pies, surcando como un barco en medio del mar... Escuchó el sonido tibio de los neumáticos rascar el asfalto en contra dirección, vio abierto el escaparate de una cafetería, dos personas correr sin paraguas por la acera de enfrente... Y juraría que cuando miró al cielo - en tormenta - adivinaba a través de las nubes negras un mar infinito de estrella a cada cual más brillante que las otras...
miércoles, 22 de julio de 2015
OTRA VEZ
Ha llovido. Se ha roto el cielo y el día. Porque veníamos arrastrando un calor, que no sé si la tierra ardiendo ha acabado de mejorar. En cualquier caso, ha sido un alivio. Aunque solo sea para la vista, y para el corazón que también tiene sus razones, aunque las atendamos tan poco. Me manejo en días siniestros con personajes vacíos, huecos. Algo de lluvia nos vino genial. Comí en casa, con mis padres recién bajados de Sarrión y Edurne con mi hermana. Hice siesta, casi perdí el conocimiento, con la peque en la cama de mis padres y en metro me fui a trabajar. El camino de la estación a la tele fue un infierno que obligaba a sobrevivir. Grabé en nada y salí de nuevo a la calle cuando ya el cielo era gris: No sé si arriesgar, dije... Y arriesgué. No llegué a mojarme porque los truenos sacudieron cuando acababa de entrar en casa. Fue bonito. Casi de película. Pensé de soslayo en las goteras, algo imposible hace unos años y me eché a pasar la tarde sin mucha afición... Merendé unas clóchinas con coca cola y una tostada de salmón. Instintivamente subí a la báscula y me bajé por reacción. El calor es ya de verano, otra vez. Y las lluvias yo, las recordaba en Sarrión por agosto... Nos vamos haciendo mayores y nos cambian hasta los cielos.
martes, 21 de julio de 2015
LA NORIA
Los días en que el viento soplaba fuerte de tierra a mar daba la sensación de que la noria rodaba por la inercia del aire. Si la mirabas fijamente podías llegar a imaginar como se arrancaba del suelo y se lanzaba a alcanzar el mar - que seguía batiendo frente a ella con un coraje bravo -. Incluso podías imaginarla surcando agua adentro, sin llegar a volcar nunca. Escondido bajo los cascos de música orquestaba la danza de las gaviotas al son de mi música. ¡Y hubo un momento mágico! Cuando escuchaba "Hey, Jude" parecía que batían las alas con mayor energía, e incluso que una sonrisa rasgaba sus picos... "Hey Jude, don't be afraid... You were made to go out and get her... The minute you let her under your skin, then you begin to make it better...".
Un mensaje me alertó poco antes de lo que yo inconscientemente andaba haciendo: "Intentas positivarlo todo", me dijo. Me gustó. No lo había pensado, pero era una manera fantástica de agarrar lo que pasaba y tirarlo adelante, antes de lanzarlo por la borda. ¡Positivarlo! Convertirlo en algo bueno... Para mí. O para los demás... Volví a cerrar los ojos y los abrí enseguida. La noria seguía. Y frente a mí una pareja buscaba brisa para saciaer el calor de la tarde. Él tumbado hacia el cielo. Ella, apoyada sobre él, mirando al mar. Él con los ojos cerrados, puede que durmiendo. Ella con los ojos abiertos. Soñando. Leyendo, una y otra vez una carta de aquellas escritas a mano que desde hace tiempo nadie se envía. Pensé que se trataba de una carta de amor. Ella me miró, se retiró una lágrima de la mirada y volvió al papel. La noria seguía dando vueltas, allá lejos, majestuosa, sin inmutarse. El aire giró y levantó la arena. Las nubes empezaron a deshacerse y dejaron que el sol nos clavara con mayor fiereza contra la arena. Pero la noria no. La noria seguía impasible... dando vueltas, como si nada pasara allá abajo. Intentando arrancarse del suelo para echar a navegar sobre las olas bravas del mar que la contemplaba...
LAS TIERRAS POR CONQUISTAR
LAS TIERRAS POR CONQUISTAR
Hacía tiempo con Fernando y Alejandro. Jugábamos, viendo unas fotos en google. Y una foto nos llevó al blog, y el blog al pasado. Y una foto. India. Siempre vuelve la India. "Siempre la India" dijo Alejandro. 2008. Me raspó el estómago, que es la manera que tengo yo para decir que algo me mueve las entrañas. Me sacudió por dentro. Bien zarandeado. Y en nada estaba mostrando las fotos de Leh, frente a las noches del Himalaya. Y contando estrellas bajo el cielo de Nubra. Buscando otra foto, no sé por qué, volé a Bali: la tempestad lo arrasaba todo. La mía, emocional, también. Y recaí en Sri Lanka, donde empecé el año hace tan poco que me parece mucho. "Soy feliz", pensé mirándome allí. Viéndome de nuevo entre palmeras y atardeceres. Así me dejé un recado en la puerta de la conciencia. "Y, ¿qué sientes cuándo piensas que has estado allí?" me preguntó Fernando. Me rebotó la pregunta como un eco que no paraba, porque no sabía responder a algo tan sencillo, quizá porque era mucho más complejo de lo que me creía. "Mira, aquí estaba pescando" les dije. Y volví a pensar lo feliz que me hacen los paraísos lejanos... Las tierras por conquistar. Sin entender por qué eché en falta cada vez que no he vuelto a revisar las fotos y cada palabra que no releí de mis hojas perdidas... Yo, que he estado tan cerca del cielo, que contaba estrellas con la mano, que sentí miedo,... Y esta sensación - que trae la calima - de errar y olvidos... Me prometí repasar cada foto, cada instante. Despertar el sonido del Índico arrasando la arena del litoral cingalés. Volver a sentir la magia de un cielo envenado de estrellas... De no olvidar, que ya sería bastante. Por eso, cuando escribo, cuando imagino, cuando recuerdo, cada vez que me pierdo por las tierras lejanas que algún día conquisté, me siento vivo. Y hoy me apenó no haber respirado así desde hace demasiado tiempo, aunque me alegró la casualidad de encontrar unas fotos que me devolvieron a la vida...
domingo, 19 de julio de 2015
LA CAMISETA DE CUBA
Tengo un rubor extraordinario para ciertas cosas de la vida, para la mayoría. Y sé que no lo parece. Ayer, después de un vino en el Mercado de Colón, saliendo, me encontré a una buena amiga - está de más que diga que yo quiero muchísimo a todos mis amigos, ya lo sabéis -. A ella, además, le admiro. Ella escribe y me dijo que me lanzara a escribir. Que ella me lee, que a ella le gusta. No se imagina la vergüenza que sentí entonces: porque ella que escribe, me lee y me animó a que escribiera algo... No he parado de darle vueltas desde que la dejé allí sentada y me fui a cenar.
Esta mañana, haciendo limpieza, he certificado que cada cajón que abro en casa es un sobre de recuerdos. Anoche le decía a David y Carol que tengo la sensación de haber vivido ya tres vidas y que tengo una vitalidad para siete más... Y uno de esos recuerdos ha aparecido en forma de camiseta... He decidido escribir sobre mi camiseta de Cuba.
LA CAMISETA DE CUBA
Me devora la idea de no recordar el año en que fui a Cuba y juego a arriesgarme, buscando cosas que pasaban por entonces. El primer viaje fuera de España fue la nochevieja de 1997 a París, en el 98 estuvimos por Lisboa, así que calculo que La Habana y Varadero serían en el 99. No había ni redes sociales ni fotos digitales. El album lo guardo en casa de mis padres y calculo que escribir a alguien del viaje para preguntar el año después de tantos meses sin sabernos nada los unos de los otros sería estúpido. Digamos que fue 1999, el siglo pasado.
Cuba sabía a paraíso y lejanía. Comprobado, fue en 1999: inexplicablemente abro una libreta perdida en mi leonera y en la primera hoja que ojeo aparecen algunas notas. 1999, La Habana. Lo dicho, Cuba apareció por sorpresa cuando llamé a Paz para felicitarle la navidad. Me anunció que preparaban viaje de fin de carrera y como otras tantas veces en la vida, me lancé con un grupo de gente desconocida a hacer amigos para toda la vida. No os contaré el viaje, que dio de sí. Dije que escribiría sobre la camiseta, esa camiseta que hoy se apareció cuarteada en el cajón perdido. La compré porque ponía Cuba y con la bandera porque era lo suficientemente exótica como para ponérmela en España. Me gustan las camisetas de sitios, pero tienen que ser estéticas (algunas las hacen a mala leche, yo creo).
En el Mercado de la Catedral se sudaban las resacas de ron bajo una humedad que sabía a mojito. Los niños se arremolinaban en torno a aquellos turistas afortunados venidos de la madre patria. Éramos los gallegos. En Habana me sorprendió un cubano que adivinaba la procedencia de las mujeres según sus piernas. También una trova que nos cantó el pasodoble Valencia en el Club 21, frente al Capri, entre el titánico Hotel Nacional y la calle N. Y muchas más cosas que no vienen al caso, porque no son el recuerdo de la camiseta...
No sé cuantos pesos pagué por ella, probablemente fueran dólares americanos casi de escondido. El Mercado de la Catedral era una hervidero a cualquier hora del día. Artistas de primera con sus lienzos que se vendían de camuflado, que se saltaban la frontera pagando algún dólar de más; videntes tiracartas que fumaban, gordas y sentadas, puros habanos. Niños de sonrisas inmaculadas que morían por un boli, que te ganaban el corazón dibujándote junto a ellos y preguntando tu nombre para escribirlos en el papel... Compré esculturas de madera de un pulido magistral y regateé lo que nunca había peleado hasta para otras que me pedían el socorro...
La Habana ondeó frente a mí como esa bandera de la camiseta. La plegué en una bolsa de plástico y la guardé en la mochila con que sacaba de los hoteles el papel higiénico para dárselo a madres que querían auxilio. La clara se quedó allí, la entrañable transparencia, de una isla que vive entre coches americanos de los 50 que se dan a la fuga. Que destila ron con sabor a miel. Que se baila en noches que llegan al día siguiente...
Nosotros también despedimos al comandante en trovas de madrugada, llevados por la humedad de un Malecón que no muere nunca. Eran los años en que decidíamos qué hacer con nuestros futuros, no sé si hoy alcanzados. Y frente a los soldados militares, armados hasta los dientes, caminábamos de noche y remojábamos los pies en el Amanecer...
Hoy, al encontrar mi vieja camiseta, me vinieron todos estos recuerdos a la cabeza. Y me lancé a escribir...
Esta mañana, haciendo limpieza, he certificado que cada cajón que abro en casa es un sobre de recuerdos. Anoche le decía a David y Carol que tengo la sensación de haber vivido ya tres vidas y que tengo una vitalidad para siete más... Y uno de esos recuerdos ha aparecido en forma de camiseta... He decidido escribir sobre mi camiseta de Cuba.
LA CAMISETA DE CUBA
Me devora la idea de no recordar el año en que fui a Cuba y juego a arriesgarme, buscando cosas que pasaban por entonces. El primer viaje fuera de España fue la nochevieja de 1997 a París, en el 98 estuvimos por Lisboa, así que calculo que La Habana y Varadero serían en el 99. No había ni redes sociales ni fotos digitales. El album lo guardo en casa de mis padres y calculo que escribir a alguien del viaje para preguntar el año después de tantos meses sin sabernos nada los unos de los otros sería estúpido. Digamos que fue 1999, el siglo pasado.
Cuba sabía a paraíso y lejanía. Comprobado, fue en 1999: inexplicablemente abro una libreta perdida en mi leonera y en la primera hoja que ojeo aparecen algunas notas. 1999, La Habana. Lo dicho, Cuba apareció por sorpresa cuando llamé a Paz para felicitarle la navidad. Me anunció que preparaban viaje de fin de carrera y como otras tantas veces en la vida, me lancé con un grupo de gente desconocida a hacer amigos para toda la vida. No os contaré el viaje, que dio de sí. Dije que escribiría sobre la camiseta, esa camiseta que hoy se apareció cuarteada en el cajón perdido. La compré porque ponía Cuba y con la bandera porque era lo suficientemente exótica como para ponérmela en España. Me gustan las camisetas de sitios, pero tienen que ser estéticas (algunas las hacen a mala leche, yo creo).
En el Mercado de la Catedral se sudaban las resacas de ron bajo una humedad que sabía a mojito. Los niños se arremolinaban en torno a aquellos turistas afortunados venidos de la madre patria. Éramos los gallegos. En Habana me sorprendió un cubano que adivinaba la procedencia de las mujeres según sus piernas. También una trova que nos cantó el pasodoble Valencia en el Club 21, frente al Capri, entre el titánico Hotel Nacional y la calle N. Y muchas más cosas que no vienen al caso, porque no son el recuerdo de la camiseta...
No sé cuantos pesos pagué por ella, probablemente fueran dólares americanos casi de escondido. El Mercado de la Catedral era una hervidero a cualquier hora del día. Artistas de primera con sus lienzos que se vendían de camuflado, que se saltaban la frontera pagando algún dólar de más; videntes tiracartas que fumaban, gordas y sentadas, puros habanos. Niños de sonrisas inmaculadas que morían por un boli, que te ganaban el corazón dibujándote junto a ellos y preguntando tu nombre para escribirlos en el papel... Compré esculturas de madera de un pulido magistral y regateé lo que nunca había peleado hasta para otras que me pedían el socorro...
La Habana ondeó frente a mí como esa bandera de la camiseta. La plegué en una bolsa de plástico y la guardé en la mochila con que sacaba de los hoteles el papel higiénico para dárselo a madres que querían auxilio. La clara se quedó allí, la entrañable transparencia, de una isla que vive entre coches americanos de los 50 que se dan a la fuga. Que destila ron con sabor a miel. Que se baila en noches que llegan al día siguiente...
Nosotros también despedimos al comandante en trovas de madrugada, llevados por la humedad de un Malecón que no muere nunca. Eran los años en que decidíamos qué hacer con nuestros futuros, no sé si hoy alcanzados. Y frente a los soldados militares, armados hasta los dientes, caminábamos de noche y remojábamos los pies en el Amanecer...
Hoy, al encontrar mi vieja camiseta, me vinieron todos estos recuerdos a la cabeza. Y me lancé a escribir...
jueves, 16 de julio de 2015
PUTA REALIDAD
Dicen que muere ya esta maldita ola de calor que nos atosiga desde que estuvimos en Madrid. Pero dicen tantas cosas que al final no sabes ni cuál creerte.
Alberto y Laura en India. Cruce de whatsapps al mediodía, sin ir a la comida de jurado de fallas que cae cada año por estas fechas. Y en un momento dado, le escribo a Alberto: "En India aprendes a que la felicidad está cuando no tienes otra cosa". "Bonita reflexión", me dice Llorens. "Puta realidad" pienso yo.
Y sigo. Con mi calor a cuestas... la tarde entera. PUTA
miércoles, 15 de julio de 2015
PRAXIS
El 15 de julio es el día 196 del año (si no es bisiesto), lo cual indica que el ecuador de 2015 está más que pasado, algo que me ha despertado esta mañana en un whatsapp con el que Leo nos anima a que no nos dejemos de lado el viaje de fin de año... Tengo un calor excesivo, acabo de comerme un Maxibon, y el aire acondicionado me apunta directamente mientras el segundero pasa anunciando que ya casi me tengo que ir. Hoy, me he escrito una agenda de esas que no quería, empeñado en pasar por alguna librería y comprarme algún libro de aquellos de "aprenda usted a decir que no": reunión de partido, grabación en la tele, presentar festival de cantantes en Nuevo Centro y cena con las Falleras Mayores elegidas en el sector de Ruzafa B. Día (y noche) completos...
Mientras me siento me pongo a Pablo Alborán y me convenzo de que todo aquello que me prometí quiero cambiar debería de ponerlo ya en práctica: entre otras la de relativizar las cosas y no anteponerme a las situaciones y valorarlas ya de salida como un problema. El calor absoluto no sé si ayuda a una cosa o a las otras...
Acabo de cambiar la foto de mi perfil de facebook: la boda de Laura y Alberto sigue demasiado presente aún, mientras me llegan noticias de India. Anoche Elena me sorprendió también desde Formentera... La amistad que tiene valores insospechados (y a los que hemos renunciado en muchas ocasiones).
Cuando me senté a escribir pensé en contar algo de mi infancia, no tenía claro el qué, pero algo de cuando estos meses de julio los pasaba con la Lina y Baltasar. La vida, aquella que se antoja tan lejana, era de un dulce que dejaba el calor como segundo plato. Igual daba si llovía o si el sol ardía: las preocupaciones de niño eran otras... O no eran. Ahora, sin embargo, hasta bajar la basura preocupa. Y así estoy yo, como en la foto de perfil, buscando otros horizontes... Lo noto. Lo siento. Lo presiento, sobre todo.
Al decir de la lluvia recuerdo un verano lejano de Sarrión en que Merche, mi prima, y yo, decidimos perdernos por las callejas. Fuimos a perdernos adrede. Algo que ahora parece estúpido, porque reconocemos fachadas, tejados y aceras, pero que de niños fue una aventura grande. Tanto, que en mitad de la tarde, en las calles que se pierden del Calvario al Cabezo y luego del Calvario a la calle Teruel (verdadero enjambre urbanístico) agosto desplomo sobre nosotros una lluvia de granizo propia de aquellas tormentas de verano que echo de menos. Son recuerdos vagos, los que parecen que el paso del tiempo diluyen, y a los que yo no quiero renunciar... Hay que mirar siempre hacia adelante (lo dije siempre), pero a veces la nostalgia tiene que ganar un pulso, aunque solo sea por dejar que nuestra mente nos recuerde de niños, recorriendo las callejas imposibles crecidas a base de paredes de piedra... Aquellos encantos perdidos que también otean, de vez en cuando, si miras al futuro, al frente,... a los nuevos horizontes.
Mientras me siento me pongo a Pablo Alborán y me convenzo de que todo aquello que me prometí quiero cambiar debería de ponerlo ya en práctica: entre otras la de relativizar las cosas y no anteponerme a las situaciones y valorarlas ya de salida como un problema. El calor absoluto no sé si ayuda a una cosa o a las otras...
Acabo de cambiar la foto de mi perfil de facebook: la boda de Laura y Alberto sigue demasiado presente aún, mientras me llegan noticias de India. Anoche Elena me sorprendió también desde Formentera... La amistad que tiene valores insospechados (y a los que hemos renunciado en muchas ocasiones).
Cuando me senté a escribir pensé en contar algo de mi infancia, no tenía claro el qué, pero algo de cuando estos meses de julio los pasaba con la Lina y Baltasar. La vida, aquella que se antoja tan lejana, era de un dulce que dejaba el calor como segundo plato. Igual daba si llovía o si el sol ardía: las preocupaciones de niño eran otras... O no eran. Ahora, sin embargo, hasta bajar la basura preocupa. Y así estoy yo, como en la foto de perfil, buscando otros horizontes... Lo noto. Lo siento. Lo presiento, sobre todo.
Al decir de la lluvia recuerdo un verano lejano de Sarrión en que Merche, mi prima, y yo, decidimos perdernos por las callejas. Fuimos a perdernos adrede. Algo que ahora parece estúpido, porque reconocemos fachadas, tejados y aceras, pero que de niños fue una aventura grande. Tanto, que en mitad de la tarde, en las calles que se pierden del Calvario al Cabezo y luego del Calvario a la calle Teruel (verdadero enjambre urbanístico) agosto desplomo sobre nosotros una lluvia de granizo propia de aquellas tormentas de verano que echo de menos. Son recuerdos vagos, los que parecen que el paso del tiempo diluyen, y a los que yo no quiero renunciar... Hay que mirar siempre hacia adelante (lo dije siempre), pero a veces la nostalgia tiene que ganar un pulso, aunque solo sea por dejar que nuestra mente nos recuerde de niños, recorriendo las callejas imposibles crecidas a base de paredes de piedra... Aquellos encantos perdidos que también otean, de vez en cuando, si miras al futuro, al frente,... a los nuevos horizontes.
martes, 14 de julio de 2015
CRISIS CUARENTENA
Dejé el aire acondicionado programado para que se apagara solo. A las 6:30 cuando me he despertado por primera vez, he comprobado que lo conseguí. Que se había apagado. Apunto en mi moleskine personal: llevo una semana durmiendo en el despacho. A todo se acostumbra uno, incluyendo las olas de calor, a apagar el ordenador para ahorrar luz, a oír de una manera sistemática la misma canción que nos da buen rollo durante muchas veces (Yo sigo con Massiel y su "Eres". Creo que me la sé mejor que ella).
Es verano. Y estamos arrastrando julio como si fuera una navidad extra porque todo el mundo quiere que quedemos a comer, a cenar, a salir, a volar... Pero tengo una agenda que ni en fin de año, ya digo. Esta tarde tengo ensayo/lectura de teatro y antes quiero seguir con el ataque de limpieza que me dio ayer antes de ponerme a ver Anclados. Luego me fui a dormir porque American Pie 2 ya no me hace reír...
Y esta mañana me desperté viendo un emotivo vídeo del Australias got talent (o como se diga) en el que un chico iraquí se marca un Imagine que hace llorar al más gallardo... Y así seguimos, echando la semana, pensando las citas obligadas por trabajo que tengo (mañana en la tele, presentar Nuevo Centro,...), subrayando que hago cosas por espasmos (ya dejé de escribir) y dejándome mecer en este mar sereno con el que se va diluyendo el año. Tengo la sensación como ese tamiz que deja pasar la arena que así se me cae el tiempo. Cosas metafóricas que pasan en mi vida - cómo para quejarse, de lo literarias que son mis horas -.
Me duele la espalda desde la boda, yo creo que el chaqué encorsetado ha ayudado a que tenga el homoplato rendido. Así andamos.
Mañana es el cumple de José. Pasado el santo de mi madre. Que no se me olviden las cosas, porque las agendas que escribo nunca las miro.
Y mientras sigo con la sensación del tiempo que huye. De verdad, creo que mi crisis cuarentena se me ha venido arriba: ¡Siempre fui un adelantado a mi época! Estoy tan descansado como apático: el calor contribuye lo suyo. Lo dejaremos caer, mientras esperamos que llegue la luna, para que sea noche y el aire acondicionado refresque de nuevo...
lunes, 13 de julio de 2015
EL CUMPLE DE LAS GEMELAS
Ana es una mujer valiente. Laura es una niña dulce. Ana nos cuenta lo que pasa en nuestras vidas. Laura nos las cuida y nos las salva. Ana es explosiva y Laura espontánea. Ana es elegante y Laura bellísima. Ana es inteligente y Laura eternamente constante. Ana vuela mientras Laura sueña. Ana camina con fuerza, Laura en silencio. Ana es la fuerza; Laura, positiva. Ana es abierta, crítica, creativa y firme. Laura: ponderada, afable y amable. Ana es decidida, Laura precavida. Ana es dinámica, independiente. Laura es discreta. Y cada una complementa a la otra consiguiendo que mucha gente ni las distinga...
Cumplen 30 años y yo llevo muchos a su lado. Quizá, por eso, hoy me siento tan feliz como ayer, cuando pude verlas juntas, disparando las dos mil mensajes de manera rápida, sin perder su sonrisa y atentas a mí como siempre. En los buenos y en los malos momentos hemos estado juntos.
Nos hemos perdido por la vida y nos hemos vuelto a encontrar... Y eso, me hace feliz. Muy feliz. Os quiero por como sois, pero sobre todo, por cómo me hacéis sentir y vivir con vosotras. Por como brilla la vida cuando la compartimos.
Cada día es más difícil llamaros "pequeñas", pero si algo bueno tiene el paso de la vida, es que la puedo pasear con vosotras a mi lado... Os quiero. Siempre
domingo, 12 de julio de 2015
EN LA BODA DE ALBERTO Y LAURA
Laura y Alberto, mi más sincera enhorabuena.
Cuando hace unos meses me dijisteis que tenía que escribiros unas palabras para vuestra boda, calculo que no fuimos conscientes ni de que el día llegaría tan pronto; ni de lo difícil que iba a ser sellar una ceremonia tan especial como ésta de una manera más única todavía. Pocas palabras se pueden añadir a vuestro amor que no sean repetir lo que todos ya vemos, lo que sabemos. Le habéis dado consistencia al amor, hasta convertirlo en sólido, de tal manera que con vosotros, nuestros sentidos son capaces de apreciar la unión que ata vuestro camino futuro, desde hoy y para siempre. No hay que presentir vuestro amor: porque se siente. Se respira y se nota. Y eso os hace mejores todavía, porque juntos, los dos, sois mucho más. Vosotros dos, que habéis roto las matemáticas y nos habéis demostrado que uno más uno no son dos, sino que es uno compartido. Vosotros que no habéis dejado de sonreíros con la mirada cada vez que os habéis encontrado, sin apartarnos a nadie de los que os acompañábamos. Vosotros, que habéis conseguido darle un nuevo sentido a la palabra “complicidad”… Vosotros os habéis dado un “sí quiero” cuyo eco no puede silenciarse nunca. Quiero deciros tantas cosas, que no sé ni por dónde empezar. Solo me queda el consuelo de saber que las sospecháis y que, ni las echáis en falta si no las digo ni me las reprocháis porque sabéis que me siento tan emocionado compartiendo este momento que ya me perdonasteis antes de que empezara a hablar.
Nunca, calculo, pensamos ni aquella Fallera Mayor ni el periodista que un balcón nos podría unir tanto. A sumar con otros tantos amigos que hoy son nuestros hermanos y confidentes, nuestros cómplices, nuestra pequeña gran familia. Le pregunté a Laura en aquel balcón si tenía un minuto y me dijo que si yo se lo pedía, me daba un reloj entero. ¡Y nos hemos dado la vida, amiga! Espero, de corazón, que nunca le falten cuerda a estas manillas con que pasa veloz el tiempo, porque si de algo estoy seguro es que la vida nos puso en el camino para encontrarnos. Espero no fallarte nunca, porque sé que nos queda mucho por andar y todo ese tiempo yo seguiré inventándome las letras de las canciones cuando atardece en el mar mientras tú seguirás buscándome para reírnos otra vez más. Un día, Laura, a la que quiero y siento como la hermana pequeña que nunca tuve, nos presentó a Alberto. Un auténtico señor de los que no quedan, un amigo tan alto como gentil, tan buena persona como inteligente y divertido. El humor pertenece solo a la gente con inteligencia: y contigo siempre hay sonrisas. Alberto es uno de aquellos caballeros capaz de retarse estampando un guante blanco por el honor de su dama; él, que vino a complementar a Laura con un silencio y una generosidad absolutas. Un príncipe sin caballo capaz de desterrar del reino a cualquier “perfecto grosero” que la vida pusiera en el camino de ella. Y con esa misma generosidad, incalculable, admitió que junto a Laura, algunas personas necesitábamos compartir sus vidas. No todo el mundo es capaz de aceptar las “mochilas” de su pareja como nos hemos sentido acogidos por Alberto; que pasó de ser “el chico de Laura” a un amigo imprescindible en mi vida… Bueno, y hoy, al cuñado “pequeño” que tampoco nunca tuve.
Alberto: eres tan imprescindible hoy como Laura en mi vida. Solo tengo los mil y un deseos que ya sabes que tengo para ti. Y un reto: haz que Laura nunca deje de ser feliz. Haz que Laura sonría cada mañana al despertar contigo y solo quiera acurrucarse a tu lado cuando el cansancio del final del día os deje sin fuerzas. Envejece junto a ella sin que pierda nunca la ilusión de oír tu voz, sin que eche de menos tus besos, tus abrazos y tu mano amiga para caminar por la vida. Haz que el brillo que hoy reina en su mirada siga incendiando vuestros corazones el resto de la vida, de una manera eterna e inmortal. Piensa, además, que cuando lo consigas, porque los caballeros de los cuentos siempre conseguís vuestras gestas por difícil que sean, no haréis solo feliz a vuestra reina. A todos los que, de una manera u otra, nos sentimos dichosos por vosotros nos estáreis ayudando a ser más felices… A vivir con mayor alegría. A vencer a vuestro lado.
Laura, batalla cada día por hacer feliz a Alberto. Contagia tu energía y silencia sus errores, perdona al hombre cuando el hombre yerre y rectifica cuando la mujer sea la que se equivoque. Sonríe con la felicidad cogida al alma y camina con la fuerza que tu corazón dicte. Siente la placidez de hoy, en el inicio de esta aventura, y cabalga la vida entera junto a tu príncipe. Vosotros, que nacisteis para reinar, tenéis por delante la historia más maravillosa que nadie pueda imaginar. Que vuestro reino sea amor y vuestros dominios una complicidad desbordante y una felicidad sin límites. Cogeos de la mano y comenzar el camino, en el que ni faltarán amigos ni sobrarán piedras. Y no dudéis nunca. Nunca. Habéis llegado hasta aquí porque nadie complementaba al otro tanto como cada uno de vosotros: en un concierto o en un faro de Formentera, en un destino lejano o en la cercanía de una noche… Nunca, nadie, completó a otra persona tanto como Alberto a Laura y Laura y Alberto. Por eso merecéis lo mejor. Por eso y porque os queremos de una manera desbordada, porque sin saberlo nos habéis regalado tanto que estaremos siempre en deuda con vosotros…
Gracias por amar, por compartir, por sentir, por soñar. Gracias por dejarnos vivir todo esto a vuestro lado. Que nunca, nada ni nadie, rompa lo que aquí hoy nace, porque nunca hubo cuento más bello ni principio más hermoso para una historia de caballeros.
Enhorabuena. Os quiero.
jueves, 9 de julio de 2015
LA CAMISETA
Ayer tuve un ataque de compra compulsiva: ayer compré esta camiseta que no necesito sin elegirla por precio ni porque me gustara ni más ni menos. La compré sólo porque su lema - My life is always a party (Mi vida siempre es una fiesta) - es algo que muchos creen de mí y que yo he decidido ya a convertir en una realidad. Os parecerá una tontería, pero llevo el suficiente tiempo encorsetado en lo que se considera "correcto" como para romper y decidir a mis veintidemasiados que ni "carpe diem" ni "haz lo que debas" ni ningún otro slogan con el que vivir... Sólo me voy a esforzar en celebrar la vida. En que sea una fiesta continua, porque me he dado cuenta que es absolutamente injusto que, con todo lo bueno que hay a mi alrededor, me siga ciñiendo a lo que se supone que toca y mirando por todo el mundo antes que por mí. Que sí, que lo sé... Que todos hemos tenido crisis existenciales en las que nos hemos prometido más egoísmo y menos solidaridad emocional, pero es lamentable que siendo como siempre he sido hayan personas o motivos, momentos y razones que me hayan empujado hacia aquello que ni me gusta, ni he elegido ni he tolerado nunca. ¡Que me han borrado el color! Y no. No se trata de convertirse en un "fiestas", no me voy a hacer el mundo con una moto y una mochila, no me voy a lanzar en brazos del budismo ni abandonar toda mi vida, tejida con más esfuerzo del que algunos sospechan... Tan solo voy a hacer que mi sonrisa no desaparezca. Ni la mía, ni la de los que me acompañan. Porque tengo alrededor amigos que ultiman el momento más importante de sus vidas y lo comparten conmigo, porque tengo amigas que me emocionan tan solo porque son felices al comerse una croqueta, porque tengo amigos que me hacen latir cuando aman en secreto de la manera más adolescente, porque tengo gente que sigue mirándome a los ojos cuando sonríe y porque echo en falta a gente de la que sigo esperando un whatsapp que me sorprenda... Solo quiero eso: la alegría de vivir. Y es posible.
Igual que hay gente gris que solo pretende traer ruido a mi vida e imponer con su egoísmo y su intolerancia, tengo una legión de personas que me habéis demostrado siempre un cariño que me parecía desmesurado. ¡Pues ea! A esos quiero conmigo... Que ni calores ni crisis existenciales de mi edad tan bien llevada como curtida; que aquí no hablo ni de política, ni de trabajo, ni de proyectos, ni de problemas... Que os hablo de vida. Y sí. Alto y claro, como mi camiseta: "My life is always a party". Y a mi fiesta está mi gente invitada. No me cansé de nada, simplemente decidí. Por eso ayer compré la camiseta, porque vi algo que mi alma rumiaba y no había sido capaz de escuchar. Lo que merece la pena es esto: vivir. Yo voy a seguir haciéndolo, solo que desde ahora vuelvo a mi sueño de eterno Peter Pan, para esforzarme cada día y cada noche en escribir de mi puño y letra, todos y cada uno de los renglones de mi vida...
miércoles, 8 de julio de 2015
FUNDIR A NEGRO
El calor. Sublime. Aire acondicionado. Anoche, directamente, del casino me vine al sofá, sin pasar por la cama, la habitación, la casilla de salida ni cobrar las 20000 pesetas. Esto último lamentablemente es un chiste de Monopoly que algunas generaciones ya ni comprenderán... Me he despertado antes de que sonara la alarma, básicamente porque hoy la puse. Me entretuve en el ordenador y me fui a la mesa de contratación del Ayuntamiento. Estuve en el despacho con Víctor y bajamos con Pepa a tomar café al casino. Suena a ludópata total, casino de bar. De pueblo. Lo único que nos queda con cuatro calles y la Cruz, lamentablemente. Regresé al despacho y tomé coca cola luego con Tiby, con Fernando y con Alejandro. Poco más. Cociné unos solomillos de pollo, quise dormir pero no me daba tiempo: tenía tele. Ducha, taxi y grabación. Me quedan un vino blanco en el Mercado de Colón y una cena en Ruzafa, con el jurado de Masterchef, en la pizzeria Augusto.
La pantalla rota es el símbolo de la ruptura, del cruce de cables, del ya está bien. Siempre he dicho que mi nivel de hartazgo tienes límites que nada compensa. Hoy, ya, el calor decidió por mí. Solo queda resetear o apagar la pantalla. Fundir a negro. En el futuro, tengo mis respuestas.
martes, 7 de julio de 2015
DÍAS DE AIRES (ACONDICIONADOS)
Sol. Que me quema. No recordaba la última vez que salí de la cama, me fui al despacho y encendí el aire acondicionado de madrugada. La casa ardía. La noche también. Y mi cabeza. Mi último - o penúltmo twitter - lo resumía: "Dios me libre de las aguas mansas que de las bravas me libraré yo: algunos solo pueden conducirte a una patética decepción". Ahí lo dejo.
Me fui al sofá y me dormí después de rumiar la hijoputez última de algún idiota venido a menos. Patético. Lo dicho, algunos solo se van hacia allí... pues que se vayan, solos, o con quienes quieran acompañarles. Yo, a mis treinta y muchos, ya voy decidiendo que coces de los burros que quiera a mi vera...
Hoy estuve en el despacho toda la mañana combatiendo el calor con aire acondicionado. Cuando salí a la calle a tomar el café, ardían más los asfaltos que las tazas. Regresé a la comisión de Urbanismo con que comenzamos la legislatura y volvimos al sol.
Elena me recogió junto a la calle de San Pascual, puso el aire acondicionado a tope y salimos camino de la Patacona. Intentamos comer en Spaghetti&Blues: tarde. En la pizzeria sin gluten: nada. Y acabamos en La Mar Bonita con dos hamburguesas, un gazpacho y una ensalada. Nos echamos con calma y risas el café en la terraza espiando la conversación de unos jóvenes que querían contratarse chófer. Cosas de la vida, los niños antes veníamos con un pan debajo del hombro los que más. Hoy se traen chóferes... veas.
Nos pusimos panza arriba y boca abajo. La ola de calor se remataba con la escasa brisa del mar, Elena escupiendo agua y poco más... Así echamos las tardes y las risas. Con la mirada puesta en la boda de Laura y Alberto el sábado. Y con el otro ojo echando miraditas a los termómetros... Ola de calor, le llaman. ¡Pardiez!
Me fui al sofá y me dormí después de rumiar la hijoputez última de algún idiota venido a menos. Patético. Lo dicho, algunos solo se van hacia allí... pues que se vayan, solos, o con quienes quieran acompañarles. Yo, a mis treinta y muchos, ya voy decidiendo que coces de los burros que quiera a mi vera...
Hoy estuve en el despacho toda la mañana combatiendo el calor con aire acondicionado. Cuando salí a la calle a tomar el café, ardían más los asfaltos que las tazas. Regresé a la comisión de Urbanismo con que comenzamos la legislatura y volvimos al sol.
Elena me recogió junto a la calle de San Pascual, puso el aire acondicionado a tope y salimos camino de la Patacona. Intentamos comer en Spaghetti&Blues: tarde. En la pizzeria sin gluten: nada. Y acabamos en La Mar Bonita con dos hamburguesas, un gazpacho y una ensalada. Nos echamos con calma y risas el café en la terraza espiando la conversación de unos jóvenes que querían contratarse chófer. Cosas de la vida, los niños antes veníamos con un pan debajo del hombro los que más. Hoy se traen chóferes... veas.
Nos pusimos panza arriba y boca abajo. La ola de calor se remataba con la escasa brisa del mar, Elena escupiendo agua y poco más... Así echamos las tardes y las risas. Con la mirada puesta en la boda de Laura y Alberto el sábado. Y con el otro ojo echando miraditas a los termómetros... Ola de calor, le llaman. ¡Pardiez!
lunes, 6 de julio de 2015
CALMA
Calma. Y frente a mí nada. Me grabé a fuego en el recuerdo de la memoria el Nolan embistiendo el mar. La mar, que me gusta decir a mí. Últimamente regreso a aquella última travesía frente al sol y a los golpes y al agua que lo refrescaba todo. Batido, así, contra las olas me hallo...
De vez en cuando me pierdo en esa memoria injusta que tengo. El jueves en tren me fui a Moncofar y estuve frente al mar. El viernes me cerré en el despacho, salí por casa hasta la noche que tuve acto, cena en Las Brasas y correfoc. Acabamos en Cyrano como si no fuera ni sábado ni verano.Y nos volvimos en el coche de Juanjo, Joaquín, Dory, Javi y yo. El sábado consagré el día al noble arte de perder el tiempo y no es lo que más me divierte, lo sé. Salí al final del día, sin carrerilla, a cenar en Casa Sendra por el Bon Pastor y me recogí cuando acabó el baile. El domingo, calor, misa y procesión. En ese orden. Y un vino de honor.
Y esta mañana, al Servef a arreglar unos papeles y al despacho, con mi calor a cuestas. Por eso, de vez en cuando, y sin pensarlo, me disparo de nuevo en el Mediterráneo... Así, como quien no quiere.
viernes, 3 de julio de 2015
TOBÍAS, EL REY DE LOS DESTINOS NUEVOS
Tobías cogió carrerilla y se adentró en el mar. En la mano llevaba una piedra, pulida y blanca, recogida de la orilla. Lanzó atrás su brazo - con una fuerza que pareció romper el cálido viento - y apuntó al horizonte. Se deshizo de la piedra mientras batía de atrás adelante su mano, dibujando media circunferencia lo más apartada posible de su mirada, tanto como de lejos le llegara el brazo.
Al frente. Tobías miraba al frente, con tanta rabia como fuerza sentía en su mano. Y al despedirla, vio alejarse la piedra hasta que se fundió con el sol mismo que acabó cegándole. Seguro de que en algún rincón del inalcanzable mar, donde se sumergiera su piedra, comenzaría allí un nuevo destino. Así él, de la misma manera, con la misma fuerza y esa rabia en su estómago, se sentía volar hasta alcanzar un rumbo nuevo. Sumergido bajo aguas lejanas donde conquistar nuevos reinos, destinos nuevos...
miércoles, 1 de julio de 2015
LA VIDA ES BELLA (EN BENIMACLET)
Antes de ayer me encontré por primera vez con Sunday. Fue en el metro de Hortaleza. Escribía bajo el calor de mi tejado de barros en Mislata. Ayer no supe de él. Ni hoy. Ahora que estoy tecleando desde el estudio de la tele, donde empezamos a grabar "La mar salá", el programa de verano. Ayer no pude hacer otra cosa que la Junta General de la empresa pública y pasarme por el Masterchef Italia que rodamos en la Plaza del Patriarca. Fue otro capítulo anecdótico de esta vida cuajada de experiencias con la que pasar la tarde. Y la calor. Por la noche cenamos Guarro, Boro, Toni, Juanjo García, Miguel Ángel de Corona y yo en L'Aplec, arreglando el mundo y poniéndole color a la noche. Tremendo. Cenamos de maravilla por 20€ a la cabeza: casi que voy a ponerme a hacer un blog también de recomendaciones culinarias. Ahora que ya soy jurado oficial y todo...
El calor me puede. Y eso que las piernas no sienten el sopor ni el cansancio de días anteriores. Sin embargo, leer que la ola de calor que empezará a remitir vuelve el viernes me hace ver el futuro oscuro. Como esa sensación que esta mañana explicaba. Cuando algo se te hace bola, como la carne, sin saber por qué. Pero tampoco molesta.
Tendré que volver pronto con mis otras cosas. He de decidir cuáles son e ir poniéndolas en marcha. Por lo pronto tengo clara alguna, no definida. Pero si el fin. Hay que poner huevos en todas las cestas, como dije un día... Esta tarde presentan a los vicepresidentes en Junta. Allí iré. Luego a cenar. La vida es bella (en Benimaclet). Bueno, realmente la vida es bella en cualquier rincón del mundo... O al menos así lo siento.
Pd: Hoy pensé que hay quien no tiene suerte. ¿Se puede aceptar como nível de vida? Es decir, creer que no se tiene suerte, que es lo normal. Y, sobre todo, darlo por válido... No se. Es como lo que nos explicaron de la felicidad, que hay que buscarla. Tengo la sensación que renunciar a una racha de suerte es como dejar de vivir... Yo, que soy afortunado y lo reconozco, sigo buscando otras cosas... que llegarán.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14.
DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14. "Bendita locura" En la limpieza de fotos, anoche, volvió a aparecer el bueno de Paulin...
-
Los árboles de otoño tienen la hoja caduca, pero su raíz sigue anclada al suelo, a la tierra, donde erguidos se crecen con el paso del tiemp...
-
Nunca dejo de remar, porque es lo que siempre aconsejo a tanta gente que quiero... Pero es verdad que hay días que son lunes absoluto...