Ese es el número de caminantes que pasaron hasta hoy por la senda de las hojas perdidas. Mucho más de lo que nunca esperé. Empiezo febrero echando en falta no haber pasado más a deciros, pero la agenda, ocupaciones, trabajos y dedicaciones varias, van a una marcha increíble. Así que, al final, y lamentándolo, pues cierta resignación de creer que se hizo, lo que se pudo.
El fin de semana ha sido también de aúpa, como se suele decir. Y hoy tengo una sensación extraña que no es malestar ni tristeza, ni desidia, ni pereza, ni dejadez... Es. Y ya está. Lunes, para empezar, aunque ya llevo años que mis semanas no empiezan ni acaban. Y así me da igual la maldición del primer día, porque no tengo. Ni primeros. Ni espero últimos (por ponerle un poco de humor negro al día).
No es cansancio, aunque me colé más tardé en el despertador que no encendí. No es agotamiento, porque ya sabéis lo que soy. No es abstemia, porque tenemos más frío y menos primavera que nunca. Y no es pena, porque el corazón me late contento.
Digamos que hoy es. Pues eso. El día en que me encuentro. Por el que voy pasando y en el que se queda como banda sonora una maquina que cimenta una nueva casa bajo el despacho. Despacho sin calefacción tampoco por otro lado. Y nada más. A veces, que no pase nada, como dice mi madre es buenísimo... Yo, en cambio reconozco, que me aletarga la sencilla fluidez de la vida. La mansa inercia. La tranquilidad arrastrada...
lunes, 2 de febrero de 2015
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