Anoche antes de irme a dormir, empujado por la gripe que me ha asaltado y por un gelocatil en sobre que compré con Laurita en la farmacia de San Antonio, recordé al mirar el calendario del móvil que hoy, ya anoche, era 11 de febrero. Durante años fue la fecha en que mis padres emprendieron el viaje comercial de sus vidas, e irremediablemente de las nuestras. Pero desde hace unos años, y empujado por la nostalgia absoluta, es el día en que, sin esperarlo, se fue La Lina con su genio, su bravío, su manera de ser... Pocas cosas me han dolido tanto como aquel adiós que no sabía datar. Hoy, Rosa y Natalia, con los años de sus hijos pusieron fecha a mi olvido: 2005. Diez años ya...
Sería incapaz de relatar que cosas me han pasado en estos años. Probablemente algunas de las más importantes de mi vida, sino las más. Pero de verdad, que el olvido no acertaba a calcular cuántos años hacía de aquel adiós. Yo lo dije. Lo mantengo aún ahora que escribo desde la redacción de la tele a esperas de que el directo me quite los mocos, la tos y el sentido: la echo de menos.
Hay otras cosas que no las echo tanto. Nada tienen que ver con ella ni con su recuerdo. Y es tan bonito echar la memoria atrás y recordarla viva, que de los necios que vuelan a la sombra de mis días, mejor aquí, no decir nada...
miércoles, 11 de febrero de 2015
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