martes, 2 de septiembre de 2014

PONERME AL DÍA

Hace calor de Calle Sierpes en junio, lo menos. El septiembre de este verano rezuma calor, como si se negara a abandonar. Como si no quisiera irse. Yo, sin embargo, volaría a emprender la casilla cero de mi tablero de juegos infantiles y caminaría bajo las sombras de inviernos lejanos que no llegan. Las cosas son así. Volví a la vida, resucitando sin despertador esta mañana, pensando en regresar mañana la tele y anudando unas zapatillas blancas de deportes secadas al sol. Emprendí el camino al trabajo, cruzando las calles, como si la vida que por ellas recorriese fueran distintas a las de otros días. Y enseguida, sin ordenador ni impresoras, ni cielos ni infiernos, me regresé a casa a la hora de comer. Hice cuatro hamburguesas que devoró el fuego y dediqué la tarde a quéhaceres distintos que la fueron matando. El calor se convierte en sudor por mi espalda mientras suena un bolero de Antonio Machín: Corazón Loco. El mío, sin embargo, aunque tampoco lo puedo comprender, anda la mar de cuerdo...

Me voy a dejar la escritura por hoy y emprenderé la limpieza del hogar. Algo de música y la noche que empieza a caer. Septiembre acorta las tardes y alarga los años. El otoño, cada vez más cerca, y el sudor haciendo estragos bajo estos 36 grados con que entierra el techo de barro mis siete de las tarde.

Debo ponerme al día. Esa es la máxima de este martes. Ponerme al día. Que ya toca... Por lo pronto, voy a limpiar la leonera. Lo que se deje. Claro está.

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