lunes, 28 de julio de 2014

¡EN SILENCIO, NAVEGA, TRISTE MARINERO!



Sólo quedaba ya el resto de todo el futuro,... Bajo los pies, pasaban veloces las olas cargadas de espuma blanca y esperanzas perdidas. Había desesperado tanto tiempo porque alguna palabra rompiera los largos silencios que hoy esa nada absoluta, quebrada de vez en cuando, le sabía a sal y a olvido. A abandono. Echó en falta la vida, como sienten nostalgia los puntos suspensivos de un mensaje de amor sin respuestas, que ni tan siquiera sabe que de él se espera tan solo eso: que sea correspondido. Alcanzó el cielo y con sus manos deshizo las nubes cargadas de nostalgia que en susurros hablaban de ayeres y de mañanas. Y sus mañanas se le antojaron en soledad. Pensó que sería mejor quedarse mudo que seguir deseando una palabra... Porque el silencio resonaba con doloroso eco. Tan largo como se hacía el olvido... Y cuando el viento traía una sola palabra, aquella venida era su felicidad eterna. El resto de lo que quedó por decir, se fue mecido por las brisas y el viento. Mientras desorientaba el rumbo de sus días y sus noches, callado, sin mediar una palabra, gritó al viento que bate los océanos: "¡En silencio, navega, triste marinero!". Y así, las olas del mar, le siguieron meciendo...

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