viernes, 30 de agosto de 2013

SEGUIR, DESPUÉS DEL FINAL



Los principios no son fáciles, ni los finales, que se nos antojan tan caóticos y desbordados. Acabar con algo, nos produce una honda sensación de pesar, de muerte, de abandono... Decir adiós es difícil, por eso hay que saber decir hasta luego. Cuando acaba algo, que nos ha pertenecido o que así lo hemos creído, en este mundo de posesivos superlativos, nos quedamos con la vaga extrañeza de que algo desapareció y hasta las cosas más minúsculas se nos plantan delante con una expresión de tristeza que lo invade todo...

Sin embargo, hay que pensar, que cada renglón cerrado, es un punto y aparte y no un punto final. En mitad de esta montaña rusa en la que vivimos, el punto de inflexión que viene marcado cuando algo cambia de manera casi trascendental, aparece súbito y sorprendente para variar nuestros días... La vida nos enseñó a relajarnos, a pensar que cualquier cosa que nos suceda, nos produce una inestabilidad absoluta. Y somos incapaces de comprender, que cada cambio que nos pasa por la vida, nos envía hacia otro lugar distinto, diferente, ni mejor ni peor, ya que es algo que el propio paso del tiempo nos demostrará en nuestro caminar...

El paso del tiempo. Esa imperdible guillotina a la que glosaron los poetas hablando de ríos, de cielos y muertes, de ayer y de alfileres... El tiempo nos condena irremediablemente a ver pasear ante nosotros la vida, con sus festines y sus sombras negras, y como dice el refranero, da y quita razones a su antojo, que es el nuestro. Compartido. El paso del tiempo, nos sigue de cerca, como un espía ciego, para agarrarnos por la espalda y empujarnos hacia adelante. Y así, a trompicones, nos llevan adelante, con nuestros ojos caídos, cada vez que algo acaba, sin darnos cuenta que, en realidad, es justo entonces, cuando algo nuevo comienza...

El tiempo. Incesante. Duro, combativo. Cruel a veces. Siniestro y templado, a la misma vez, que es como decir el mismo tiempo. El tiempo en sí.

Por la vida, caminaba con su mochila a cuestas. Por el camino iba, decidida, viendo un sol enorme, con una luz bella, blanca, inmaculada, al final... Y con la serenidad por alfombra, daba sus pasos hacia él, que la esperaba... Aprovechó para levantar la mirada. Y el sol que la cegaba, le invitó a cerrar los ojos o a desviar su mirada. Y así lo hizo. Y al mirar a izquierda y derecha, comprobó que había flores de mil colores, y que volaban unas aves de exótico plumaje, y que las nubes se hacían malva y el viento las acariciaba... Vio, que no todo era como pensaba. Y de aquella ceguera inicial, pasó a ver que la vida, le regalaba un manto nuevo de oportunidades, que supo disfrutar al continuar en su camino mirando al cielo...

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