“Me llaman loco, por
rogarle a la luna detrás del cristal; me llaman loco si me equivoco
y te nombro sin querer, me llaman loco por dejar tu recuerdo quemarme
la piel...”. Suena Pablo Alborán, en esta mañana de miércoles
sin trabajo, mi primero de vacaciones desde las vacaciones del año
pasado o si la tele me cayó en algún festivo, que no lo recuerdo.
El sol acaba de contagiar a un día que empezó nublado tras una
noche movida y de vientos, que nos ha acunado con mayor vehemencia
que este mismo Mediterráneo en las noches anteriores... Tomo una
cocacola, el generador de fondo, el párpado derecho temblando y
todos los demás en la playa de S'Espalmador (¿Sería S'Es Palma
d'Or en algún momento?). Siguen llegando yates y el mar, con un
turquesa intenso, ganando como casi siempre en fuerza al cielo, nos
acuna a las dos de la tarde. La mañana se me ha pasado volada, como
la de ayer. Cuando el cuerpo y la vida se acostumbran a estos días,
las horas empiezan a caerse más rápido, lo cual no significa que no
nos deja momentos para creer sinceramente que el propio tiempo le ha
parado el tiempo al tiempo.
Ayer la mañana fue igual.
Nos levantamos con un cansancio justificado, tras las vísperas de
aventura, y nos bajamos a desayunar en tierra Lena, Leo, Pablo, Ali y
servidor. En el “Café del Lago” de S'Estany de Peix tomamos
tostadas y zumos naturales, cafés y azúcar. Al acabar, con ese
fuego que dispara siempre del suelo de Formentera, nos fuimos al
mercadito. Ali y Lena se dedicaron a repasar cada puestecito,
mientras Leo y yo nos fuimos a la naútica a rellenar unos papeles
que no habían llegado. Mientras lo descubría Leo, en la calle,
sobre unos escalones de madera le escribí una postal a Edurne, cada
día más mayor. Fuimos a enviarla y de paso tomamos una cocacola en
el paseo, bajo los portales, que soportaron nuestras vidas de
septiembre en adelante. Del tiempo que me prometí para la reflexión
uso menos del que debiera. Pero algo lo uso. Ahora, por ejemplo, en
esta soledad que se hace cómoda de vez en cuando en la vida. Me
quedé hoy en Nolan ensayando la obra de teatro para Octubre,
mientras el resto bajaron a la arena...
Con la compra hecha en el
Tandy (tan sarrionense el supermercado, vive Dios) nos regresamos al
barco. E hicimos camino hasta S'Espalmador, pasando antes por una
gasolinera donde el sol nos castigó con una injusticia
sobredimensionada. Mi travesía fue de hidratación y olvido. Y
cuando llegamos al destino, el calor se apoderó. Raúl regresó a su
cachimba con esencias de rosa (no sé si de Alejandría). A la
segunda copa, decidimos rellenar el hielo y largarnos a proa. La
caída de la tarde se adivinaba tras un manto de cielo gris y ocre,
que dejaba al sol como una aparición dorada tras las nubes que lo
cubrían todo. El resto, un tesoro de azules. Pablo y yo nos sentamos
al borde del abismo. Leo se había ido a pensar a la costa de su
playa. Raúl fumaba tumbado sobre la cama y Raquel desafiaba al
cielo. Nos cayó la noche en proa, hablando de religión y política,
volviendo al mundanal ruido, entre hielos, desde la comodidad de un
barco que se pierde entre la negror de la noche. El mar se vino
arriba. Cortábamos entonces patatas y cebolla para freír. Raúl
preparó unas hamburguesas en la barbacoa. Y cenamos, entre risas,
una noche más. El cansancio, me dio de rebote, al caer contra el día
que se acababa. Y me acosté, con el mar zozobrándonos cada vez más
batiente. No sé las veces que me desperté por la noche, movido por
el agua continuo. Una de ellas me levanté a comprobar que era aún
de noche. Y el viento, impetuoso, que hoy se espera mayor, entraba
ladrón por la ventana contra mi cuerpo dolido de sol y arenas. Me
dormí. Y de repente me desperté y comprobé que el mar estaba en
calma. Ya era de día. Se levantó Leo, luego Ali y al rato Lena.
Pablo, Raúl y Raquel, cuando ya habíamos comprado a una zodíac
unos croissants y dos trozos de bizcocho de chocolate. Preparamos el
desayuno más copioso del viaje y nos sentamos, casi italianos por
tanta afición al mantel... Ellos se han bajado a la playa. Yo me he
quedado escribiendo ahora, leyendo antes la obra de teatro,
imaginando a Ángeles bordar su papelazo... Con ella me whassapeo a
ratos, como con Laura antes y anoche, con Manuel esta mañana, con
Amparo anoche, con Álex la tarde de ayer... “Ahora, no aguantaré
sin ti, no hay forma de seguir, así...” sigue Pablete Alborán en
la radio mientras la isla frente a mí me proveé de un muro de
mástiles y olas en peregrinaje. Como hormigas lejanas, los hombres
regresan de sus baños de barros y la música le da una sensación de
irrealidad absoluta, como si todo lo que se mueve ante mí, fuera
solo eso: irrealidad. Y qué irrealidad tan fantástica.
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