Lo más parecido a la libertad
absoluta, la que no tengo por ser esclavo en silencio, debe de ser el
paseo de popa a proa que acabo de hacer. Quedan siete minutos para
que den las nueve de la noche y la brisa se mueve huracanada,
haciendo que las maromas se froten y resuenen estridentes contra el
casco del Nolán. No creo que fuera capaz de describir perfectamente
la paleta de colores repleta que me dejan el cielo y el mar. El
atardece es un punto amarillo intenso, como de fuego, que se esconde
tras la ladera que lo recorta. Sobre él, las nubes primero son de
color carne, se bañan luego en malva, y mezclan mil violetas y
azules distintos. El cielo tiene nubes de noche, que lo cierran todo
con otros azules pastel y algunos grisáceos avioletados. El mar es
azul casi negro, petróleo de aguas que no cesan y que se vienen
contra la cosa de Es caló dejando al fondo el perfil de Ibiza
desdibujado en morados y grises que todo lo combinan. Fantástica
naturaleza. Zozobra el barco, aquí y allá, garreando al final de la
tarde, mientras el viento, que no sabemos de dónde viene, nos deja
la sensación de que no se va hacia ningún lugar. Vuelve el sonido
de la madera golpeada y de los cabos crujidos. El oleaje no cesa, se
escucha al fondo batirse contra las rocas de la costa de
Formentera... Se fue el sol. 20:58 p.m.
Anoche cenamos contra el cansancio una
pizza de mil sabores que cocinó, maternalmente, doña Lena. Lo
acompañamos de ganas por salir, el agotamiento del día y el hastío
que deja en el cuerpo el sol, que todo lo duele. Fui acordando vernos
con Amparo y le dije al final de acudir al The Beach, terrazón
veraniego de corte italiano, donde las copas caen a precios de cielo,
pero te las ponen en la barra de la manera más mundana y carnal que
pueda sospecharse. Nos hicimos a la mar, como principio de nuestra
aventura. Y atravesamos medio canal de S'oli hasta s'Estany de Peix.
A mitad de la noche, Raquel, Pablo, Raúl, Leo y servidor, cobijados
por un manto de estrellas punzadas con desdén en la apagada noche,
nos encontramos con nuestra suerte entre olas de mar. Pudimos
comprobar, y que bueno es así como anécdota contarlo hoy, que la
teníamos de cara una vez más, así cuando, como te escribo, en
mitad de la noche, se empezó la zodíac a llenar de agua. Entre
risas, como toca y se espera, comprobamos que el agua nos llegaba por
los tobillos. Todos, además, yo creo, manteníamos la preocupación
de pensar que aquella nave estaba a punto de dejarnos a la deriva en
mitad de la primera hora de la madrugada. Y pudimos alumbrar algo,
junto a los pies de Raul, para comprobar que se había abierto una
vía de agua por donde entraba casi más mar del que teníamos
afuera. Pasamos de la risa a la tragicomedia, cuando vimos que el
agua casi saltaba por encima de la zodiac hacia afuera, o nos entrara
por la misma medida el mar que, negro, nos mojaba como testigo de
todo lo que iba a llegar... Empezamos a contar por impulso los metros
que nos podían separar del mar, y a partir de este momento cuál iba
a ser nuestra fortuna. Y ésta llegó como siempre sin esperarla y de
manera impactante. Llegando a la costa, Pablo y servidor nos bajamos
para aligerar la carga y achicarle algo de peso a la lancha, que se
deshacía ya sin devaneos. Y en dos olitas orilleras, se rompió el
suelo de la zodíac que cayó contra la arena tobillera de la
playa...
Contado hasta
aquí, lo que pasó. Incertidumbre y rabia, desespero y risas,
mezclar los sentimientos en ese momento y vistos a salvo de lo que
podía haber sido y no fue, entendimos que empezaba allí nuestra
noche sin vuelta al barco y que habría que organizar las horas para
llegar lo antes posible al barco, pero, evidentemente, ya al día
siguiente...
Fuimos
a “The Beach” primero. Llegamos a Es Pujols con un taxi, Raquel,
Pablo y yo. Tomamos un café y me fui al encuentro de Amparo,
Richard, Santi y Mar. Los encontré enseguida. El pub estaba más
vacío que otras veces y les conté la odisea, pidiéndoles que al
día siguiente nos ayudarán en nuestro propio rescate. Llegaron al
rato los demás, cuando éstos habían decidido irse. Pero cuatro
canciones italianas y dos temazos discotequeros sirvieron para seguir
envueltos en mojitos, rones con cola, whiskys y demás. Acabamos a
las cuatro de la mañana de risas, como callejeros de televisión
recorriendo la isla y compartiendo mil fotos en los grupos del
whatsapp. Ellos se fueron y nosotros hicimos marcha hasta la Pineta
Club, con su fiesta I'm a rich bitch, cuya traducción obvia no
traslado, porque no procede. Música, petardeo italiano, espectáculo
de primera y bailes a tope para llegar a las seis de la mañana en
que fuimos saliendo. Leo se había ido a dormir a la zodíac. Lo
encontramos durmiendo entre matojos en la playa, a los pies del
cartel del Hotel Sa Savina. Nos fuimos nosotros cuatro a almorzar:
bocadillo, patatas y calam.ares, contra economía de guerra, apurando
hasta el último euro y desgastando la batería del móvil. Nos
regresamos a la playa y yo intenté dormir sobre un muro de cemento,
pegado a la playa. Me desperté cuando Leo y Pablo se iban a la
naútica, buscando solución, y mientras Raúl y Raquel no paraban de
reírse, estrepitosamente, escuchando un temazo italiano en el móvil:
“Non sucederà piu”. Que es una mentira que como mantra nos la
repetimos toda la vida los que seguimos haciendo el bien... Por
teléfono adivinamos que teníamos difícil situación. El calor y el
cansancio se aliaron para convertir el final del sueño en el
principio de la pesadilla, pero cambiamos el horror por la risa e
hicimos que todo fuera más fácil. Llegaron Leo y Pablo: o se compra
nueva zodíac o se repara esta y alquilamos otra. Leo dudó,
afortunadamente, entre dos opciones. Y al final eligió la que a
todos nos parecía más inteligente. Pero hasta que llegamos a
comprarla, pasamos por un taller naútico, una hora de flashes
compartidos (de los sabores más extraños) y whatsapps mañaneros
con Amparo, que vinieron con su zodíac a salvarnos del empastre.
Nos vinimos –
cuando conseguimos localizarles en la avenida Mediterráneo, 84
(bendita fortuna) – Pablo, Raquel y yo. Mar y Santi les esperaron
en la costa. Llegamos al Nolan, con la alegría en los ojos de Doña
Lena y Alicia, contenta, de ver que todo volvía a esta extraña
normalidad en la que nos pasan todas estas cosas que sólo nos
suceden a nosotros. Bendita suerte. Al rato vino Leo con Raúl,
cogieron dinero y compraron la zodíac. Regresaron al Nolan y
emprendimos marcha a Talamanca para recogerla. Nos ayudó un chaval a
que Pablo y Raúl llegaran a la costa, mientras en esa hora de espera
malpicamos alguna cosa porque no teníamos el cuerpo para comer.
Regresaron y nos volvimos a Formentera, durmiendo, básicamente. Y de
nuevo, al llegar, salto al mar, que todo lo purifica. Escucho ahora
las gaviotas a lo lejos darse su festín. Todo es casi negro cuando
escribo esto y pocas luce hay más que la de la pantalla y unos
cruceros a lo lejos, Sa Savina y el puerto... Y alguna casa perdida
entre las dunas.
El día de hoy
fue resaca y continuación del de ayer. Poco nada más que no pasara
por nuestra particular aventura, que rematamos con otra sandía de
Cointreau y Ron con azúcar. Raúl la emprendió con su cachimba,
Raquel dormitaba bajo la manta, friolera, Pablo pasaba de fotógrafo
a fotografiado, recordando divertido anécdotas de anoche. Volvió a
sonar la canción italiana, mientras Ali miraba al infinito y Leo se
consumía pensando el sabrá qué. Yo, seguí, como ahora, mientras
preparan la barbacoa, que soy un tipo afortunado... Al que le pasan
muchas cosas. Eso sí.
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