miércoles, 19 de septiembre de 2012

HACIA ADÓNDE NAVEGA EL DOLOR...


Son las dos menos cuarto de la madrugada, a punto de irme a dormir mientras la teletienda vende cosas que alguien comprará y a punto de despertarme para prepararme un nuevo miércoles que acabará con un programa de televisión y calculo que una cena. Escribo ahora que me empieza a vencer el sueño, y lo hago empujado porque creo que es el momento de hacerlo, que tengo que hacerlo. Intento pasear más por devoción que por obligación por estos renglones sin Dios que no se llegaron a torcer. Esta tarde ha muerto Carrillo, ayer dimitió Esperanza Aguirre: no sé cómo van las primas de riesgo y... me vengo a escribir pasada la medianoche para dejar constancia porque siento que así debo hacerlo de mis últimas horas.

En resumen he estado en casa, en el Ayuntamiento y en la falla. En casa de limpiezas y cocinas, ayer vino Cris a comer fideuà. En el Ayuntamiento, con una comisión cada día y alguna reunión de partido tardía. Y por la falla, cada noche, porque cada día tenemos más cerca la hora de la obra de teatro. La Goleta, este año.

Quiero hablar con mis padres y cuadrarnos un día para comer, pero la agenda clama. Hablé con Rosa y el cumpleaños de papá lo pasaremos en casa de ellos. He comprado las habitaciones de hotel: Roma está más cerca.

¿Por qué quería escribiros? ¿Por qué tenía la sensación de que tenía que escribir? Pues porque me recuerdo anclado a las proas de los atardeceres prometiéndome ponerme a puesta, y correr hacia adelante. Incluso volar, si es necesario. Pero calculo ahora, que ya me manejo de nuevo por agendas, que me apretan los tiempos, que si no vomito las iras y las rabias, las penas y los desconsuelos, difícilmente podremos entrar en el otoño con la fuerza que corresponde. Así que hoy, que volví de la falla con Nick, dándole la vuelta a estos renglones tengo la necesidad de dejar por escrito que la despedida empezó con las brisas que dicen adiós al verano. Con el temor o la esperanza de unas lluvias, desdibujo los últimos renglones de mi vida, porque tendré que reescribir algunas palabras y entre ellas, unas que dejé para el final del día: "Cuando la pena se hace pequeña y empieza a ahogarse la rabia, ¿hacia adónde navega nuestro dolor?".

Le he dedicado mucho tiempo a pensar y repensar lo que ha venido pasando en mi vida, en los últimos años especialmente, en los que me he visto sacudido por un sinfín de cosas, que sumadas, han dado un resultado, positivo en algunos momentos, muy positivo en pequeñas cuestiones y negativo en otros... El problema principal es que las sumas que huelen a resta no pueden tener más espacio en la vida de ahora: ni en la de después. Y este es un consejo a navegantes: de las cosas que en vuestra vida os inquieten, plegad por la mitad los malos recuerdos, haced un barco de papel y que navegue por los mares del olvido. No puedo dedicar ni un segundo más a las cosas que me restan. Ni de quienes lo hacen.

Me sorprende que hayan dejado de sumarme personas que antes eran vitales y, de repente, además, presentes o no, se conviertan en elementos que anulan, que quitan, que cansan... Así pues, hay que evitar que esta gente siga en el entorno de uno. No es una cuestión de egoísmo, únicamente. Es una razón para seguir buscando la felicidad compartida, y ésta sólo puede compartirse con quien tiene ganas de sumarte. Hoy me siento más sereno que hace tiempo, más sensato, más real: y esa realidad la marcan las olas del mar de Ibiza que se baten cada año contra mi estabilidad. Cuando me tengo que poner a sumar, es imposible hacerlo desde la falta de operatividad, el cansancio, el hastío, la desilusión... Todas estas energías negativas me las han lanzado como rayos de sol personas cercanas que se han ido separando. Y algunas, estúpidamente, se han empeñado en disparar con mayor vehemencia contra la intranquilidad que yo ya tenía. En definitiva: demasiado tiempo dedicado a desgastarnos. Hoy entendí que el adiós tiene que estar más cerca que nunca: se acabó. Con aquellos que no son capaces de sumar, ¿qué tenemos más que decirnos?

Me imagino ahora, que pasan las dos de la mañana, sentado de nuevo frente a las primeras brisas de una noche de agosto. Me releo organizándome la vida y diciendo: aquí hay que cambiar cosas. Pues como parece que nos hemos puesto a cambiarlas, batallemos por hacerlo bien, con todas las consecuencias que tenga.

En definitiva, lo que necesito decir: que eché en falta muchas cosas y sobre todo a mucha gente. Soy más de echar de menos a personas que no cuestiones materiales, siempre me apaño con lo que tengo. Sin embargo, en lo último y lo sucesivo, algunas personas (a las que quería) me han desilusionado con una contundencia que o me caigo o me refuerzo. Y ya me conocéis. Sólo se puede echar de menos a la gente a la que realmente quisiste, pero ¿hasta cuando merece la pena batallar entre penas y olvidos, rabias y suspiros? Pues creo que hasta aquí. Hasta estas palabras que salen disparadas y que debería leerme mañana al levantar... Sólo se echa de menos a aquellos a quienes se quiso: "Cuando la pena se hace pequeña y empieza a ahogarse la rabia, ¿hacia adónde navega nuestro dolor?".


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