Lunes. Paso el día limpiando el hogar que tiene que ser un método zen, que desconozco, de ponerse en orden uno mismo. El regreso de las vacaciones obliga a organizarse la vida, que es en lo que me hallo ahora mismo. Por la mañana no hay teléfono, sólo limpieza del armario, sacando la ropa, arreglando las temporadas y finiquitando el verano en una caja a rayas que se queda en la repisa. Hago algo de ordenador, la vuelta al a tele la tengo pasado mañana. Recuerdo la tarde de ayer y me viene fantástico: se lo digo a Angelita por whatsapp cuando le comento que la limpieza me deja en casa el resto de la tarde. También lo comento con Leo, al que pongo al día en breves de mis días y de mis noches y que me cuenta los suyos con una llamada fugaz. Me llama Rosa para ver cuándo comemos la familia: el miércoles. Manu, por la tarde me llama, para ver cuándo quedamos: el martes, mañana. El jueves también tengo comida y reunión por la tarde y no sé que más. Mañana por la noche tengo teatro, al medio día comisión. El miércoles vuelvo a la tele... La agenda ya es de septiembre.
Dejo Grease en la tele, después de pasar por todos los canales que puedo, está ya comenzada. Escribo por whatsapp y contracorriente miro de reojo las faenas que aún me quedan por hoy. Creo que me iré pronto a dormir, lo hago además recordando una frase del tráiler del cine de ayer al respecto de que no hay que dejar nunca que ciertas cosas te cambien...
Aparecen nuevos proyectos, de los de siempre, de los que me ocupan y luego me preocupan. De los que me quitan tiempo, pero huelo a mañana y a cambios, a cambios en positivo. Y eso me hace encarar la recta final de este primer lunes de IVA nuevo con otro talante, respirando todavía el olor a pescado con que hice los fideos de esta noche y sintiendo aún el refrescante sabor de la pera que acompañé en la cena. Voy a acabar las tareas de hoy y no sé si seguiré mucho más... Huele a sueño esta noche.
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