miércoles, 4 de mayo de 2011

ESTRELLAS DE CIELO RASO


















Me apetece escribir algo realmente profundo. Me apetece destapar mis cariños y mis pesares, dejar constancia en este cuarto de mes de la explosiva belleza con que me cautivó anoche, de repente, cuando menos podía esperarlo, un cielo tremendamente limpio y estrellado. Salí afuera para mirar el cielo. Escudriñé casi cerrando los ojos para conquistar alguna otra estrella lejana y entré nuevamente en casa con una henchida satisfacción. ¡Qué belleza el cielo!

No sé cuanto tiempo pueda haber pasado desde que dejé de ver las estrellas por la noche. De pequeño, de adolescente, me escapaba en Sarrión con los amigos a robar el cielo con nocturnidad y alevosía. Entonces nos tumbábamos sobre el campo de fútbol para mirar, perfectamente diseñado, el universo sobre nosotros. La vía láctea, el camino de Santiago, la osa menor, la mayor, el carro,...

La vez que más cerca estuve de las estrellas fue en el viaje al Himalaya. Al Tíbet indio, en aquella frontera entre Paquistán y China donde el cielo parecía caerse derretido sobre nuestras retinas. Recuerdo la noche, intemperie, humedad y sueño. Sueños. Las estrellas casi dejadas caer encima de mis manos, que extendía hacia arriba con la intención de sentir el calor de cualquiera de ellas. Y les puse nombre y les pedí destino. Y las nubes se cebaron sobre una de ellas... Destino en las estrellas.

Cogí el libro antes de acostarme. Me da igual alargar la noche: esta mañana me desperté antes que el despertador, pero entraba un sol tan cegador por la ventana que, de verdad, creí que me había dormido. Pasé por la ducha y por el despacho. Cociné algo. Unas verduras asadas al horno y patatas. Ahora seré del sueño. Una vez más... Esperando el cielo estrellado que la lluvia trajo anoche con su cielo recién limpiado.

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