martes, 29 de septiembre de 2009
LA SERENA CALMA
Y entonces fue todo como un sueño irreal, como la llegada del fin del mundo, donde nosotros, los mejores amigos, éramos tan sólo espectadores de la noche más larga de la historia. El cielo se rompió, estruendoso, rompiendo en lluvia contra el suelo lejano, pequeño, diminuto, como una maqueta en miniatura de lo que nosotros mismos fuimos. Dio la sensación de que allí acababa y hubiera sido un buen final. Tras meses de silencios, de reproches, de ausencias, ahora que ya nada era como había sido ni volvería nunca más a serlo, nosotros, lejanos, estábamos contemplando como se deshacía todo bajo el manto de lluvia. Apuré el cigarro. Pensé en las cosas que habían ido cambiando en mi vida. En como había destrozado durante semanas mi serenidad y notado como había perdido, incomprensiblemente, lo que algún día pensé que habíamos llegado a ser. Fue entonces, bajo la lluvia, cuando comprendí que había perdido su amistad. Que nada había vuelto a ser ya igual tras las conversaciones. Que los reproches que nunca nos dijimos, se ahogaban ahora. Y eso me produjo, gracias a la lluvia, una liberación inmensa. Si alguna vez pensé que podríamos volver a lo que fuimos en un pasado, se diluyó entonces bajo la lluvia, entre la presencia de otros que, absortos y a lo suyo, contemplaban con todo se deshacía y se quedaba en nada... Pensé que echaría de menos muchas cosas. Pero a todo se acostumbra el cuerpo. Y los silencios con que nos venimos prodigando en los últimos meses, aunque de una manera pacífica, me indicaron que ya estaba todo enterrado entre el fango que fuimos, inconscientemente, amasando. Yo no sé lo que fue. Ni nosotros lo que fuimos. Ni hacia dónde quedaban los próximos respiros destinados... Tan sólo sé que la noche fue una catarata constante y aquel ritmo desproporcionado, de bella incalculable y salvaje, me marcó el fin de muchas horas... La tormenta primero y luego la calma. La serena calma.
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