jueves, 4 de enero de 2018

MEDIOCRE



El día que escribía sobre ti lo hacía con cierto temor, porque sabía que habría día en que lo lamentaría. Y ha llegado. Ha llegado sin despecho, sin temor, sin pena, sin dolor... Con quien no sientes no duele. Hace tiempo que no se siente contigo nada. Y si te escribo aquí estos renglones es por dos cuestiones: uno, porque eres tan patética persona que sé que es cuestión de tiempo que lo leas. Te importa demasiado mi vida y que teniendo tanto menos que tú ésta esté llena y la tuya tan hueca. Y dos, porque me produce una alegría insana dejar escrito esto entre las hojas que se pierden. Eres pasado. Pesado pasado. Pisado pasado. Eres ayer. Ya no eres. Te puedes empeñar en seguir moviendo tus pequeñas maldades insolentes, pero en este lodo, mi tango me lo canto yo desde hace tiempo. Lo siento por ti. Lo siento hasta el exceso, porque solo tienes pobreza de espíritu. Mira a tu alrededor: ¿qué te acompaña? La impostura y la fantasía, tu vida peliculera que no le importa a nadie. O a casi nadie... Y yo, aquí, pensándote, sabiendo lo retorcido que habrá sido para ti, desde la lejanía y la sombra, la cobardía y la falta de agallas, creer que rompes algo... Aquí ya nada se rompe. Lo rompí yo hace tiempo y ni eso has entendido... Ay, mi estrella, te apagaste... Danza. Que es una manera muy elegante de acabar este tango...


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