Estamos en marzo. Para mí es mes de fallas. Si lo explicara de otra manera, mentiría. Desde niño me apasionan, tanto que llegue a mi profesión de la mano del fuego - por aquello de quemarse a tiempo. Siento el calor cerca este año. Se fue rápido. Mucho, el año. Ese tiempo que pasa entre cremà y cremà. Y lo afronto, de momento, con una agenda que revienta y con una afonía absoluta que llegó vía sorpresa el sábado tarde.
Las fallas me gustan porque me suman en colectivo. Me encanta compartir: siempre lo he hecho. Y sobre todo, compartir vida. Gracias a esa capacidad y a la fiesta he conocido a un sinfín de personas. De todas guardo buen recuerdo, de muchas comparto su amistad. Pero en general, siento que ir sumando, me ha hecho crecer. El domingo tuvimos el vino de honor en la falla y sirvió para estrechar más unión. Las fallas, me suman.
Hace un años me sumaron a Carol y David. Luego, con el tiempo, se diluyó el fuego de las primeras fallas. Pero como la llama siempre tiene rescoldos, parece que se reavivaron los calores de ayer. Hoy, al ir a retrasmitir me encontré con ellos, nos vimos, hablamos, subimos y bajamos, nos fuimos a comer y nos pusimos al día... Me gusta sentir el calor. Siempre ha sido así. Soy exceso, en los calores y en los fríos.
Y en esos calores, se han sumado unos amigos que casi somos familia. A ellos les dediqué la segunda mascletá del año, como ayer a Laura y Ana (las gemelas). De ellos, hoy, he escrito: Dedicamos la mascletá número 2 a la gente que te da buen rollo, a los que atan, a los que miran de frente. A las amigas y amigos con los que no hace falta hablar porque una mirada es el mejor resumen. A los que confían y en los que crees. A los que suman y con los que proyectas. A los que sabes que estarán. A las familias que no son de sangre... Y así lo creo.
Como creo tantas cosas que digo. Y tantas que callo. Como esa mascletà final, del sábado, un terremoto lo mueve todo. Y yo, hoy, con mi corazón y mi calma, estoy en el epicentro. Allá vamos...
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