El sábado seguimos con más de lo mismo. Casi se pasó la mañana entera sin que me diera cuenta y preparando la Exaltación de la infantil. A las cuatro estaba en el Palau, con un calor condensado en el hall y las ganas de empezar a batallar. Tuve la sensación de que el ritmo bajaba. Y sin embargo, todos los mensajes de felicitación por la noche anterior se convirtieron en nuevos ánimos con el programa del sábado. Entendí por qué adoro esta profesión. Acabamos, recogimos y nos fuimos una representación revolotum de fallerío a tomarnos unas bravas: Begoña, Cristina y Cristinita, Diego, Rosa y su sobrino, con Mabel y servidor. Echamos la noche y la mezclamos con la cena de presidentes de Ruzafa en el Cubeé. Luego, pasé por Cyrano, me recogió Guillermo y nos fuimos a la fiesta de Mercavalencia (con Javi, claro está). Llegamos y nos dejamos llevar por el fallerío, una vez más. A las tres regresé a Cyrano para cerrar y regresar a casa. El cansancio era un sueño brutal, que empujaba. Me desperté, cansado y con una sensación fantástica por el trabajo bien hecho. 2014 es así: sin tiempo para el descanso, pero agradecido de tantas puertas que abrir...
Y continúamos con el fallerío en vena, ya que las falleras mayores de este año nos organizaron una comida de "germanor" en el casal de Sueca. Estuvo genial: dijimos algo bueno y malo de cada una de ellas, comimos, pasamos por nuestra propia exaltación y acabé en el casal de la falla abriendo de nuevo el libreto de "Ay Carmela" porque anoche, martes, participábamos en la semana cultural de Sevilla Denia.
Así pasamos los días. El lunes de nuevo en el Ayuntamiento con una resaca de cansancio que tiraba de espaldas. El martes, preparando el regreso al escenario. Y hoy miércoles, tras el curro, pensando en la tele... A tope y sin parar. Sin frenos, como aquella bicicleta que bajaba la calle Molino.
Anoche volvimos a la carga del teatro. Estuve tranquilo. Solo me pegué un atracón de donuts a petición del azúcar incorregible de mis nervios. Nos preparamos cada uno en nuestro camerino y esperamos a que el horario fallero hiciera el resto. Salí con un temor básico: era la primera vez que repetíamos una obra de teatro. Y tras el éxito de la primera vez, ésta apretaba y asustaba a partes iguales. Pero mereció la pena. Acabo de escribirlo en facebook:
"Paulino regresó al final. Y fue tan de nuevo muy especial... Las butacas se sentían cerca y el silencio de la gente fue emocionante. Volvieron los pasos cortos, los pies arrastrados, la voz temblorosa y rota... Y volvió para acompañar a su Carmela, idealizada, ágil, fresca,... Gracias a los que nos acompañasteis, nunca habíamos repetido una obra. Nunca habíamos sentido de nuevo a un personaje. ¡Y qué cariño le tengo a este pobre hombre, por Dios! Y qué buena gente que es... Al acabar, muchos amigos, muchos abrazos... Y una sorpresa. El hermano del autor, de Sanchis Sinisterra, que se acercó y me dijo: he visto esta obra muchas veces... Ustedes lo han hecho de maravilla... Pensé que entonces se acababa la noche. Cuántos momentos felices me ha dado Carmela, cuantos...".
Vino Cristina a vernos, con ella regresé al McDonalds de Mislata. Acabamos cenando bajo mi casa. Y nos dieron las dos. El cansancio me atropelló... Pero esta mañana al despertar, el bigote de Paulino, aún me alertaba de lo vivido anoche. Fantástico. De verdad, como siempre... Así, como se vive, intensamente...