viernes, 30 de agosto de 2013

SEGUIR, DESPUÉS DEL FINAL



Los principios no son fáciles, ni los finales, que se nos antojan tan caóticos y desbordados. Acabar con algo, nos produce una honda sensación de pesar, de muerte, de abandono... Decir adiós es difícil, por eso hay que saber decir hasta luego. Cuando acaba algo, que nos ha pertenecido o que así lo hemos creído, en este mundo de posesivos superlativos, nos quedamos con la vaga extrañeza de que algo desapareció y hasta las cosas más minúsculas se nos plantan delante con una expresión de tristeza que lo invade todo...

Sin embargo, hay que pensar, que cada renglón cerrado, es un punto y aparte y no un punto final. En mitad de esta montaña rusa en la que vivimos, el punto de inflexión que viene marcado cuando algo cambia de manera casi trascendental, aparece súbito y sorprendente para variar nuestros días... La vida nos enseñó a relajarnos, a pensar que cualquier cosa que nos suceda, nos produce una inestabilidad absoluta. Y somos incapaces de comprender, que cada cambio que nos pasa por la vida, nos envía hacia otro lugar distinto, diferente, ni mejor ni peor, ya que es algo que el propio paso del tiempo nos demostrará en nuestro caminar...

El paso del tiempo. Esa imperdible guillotina a la que glosaron los poetas hablando de ríos, de cielos y muertes, de ayer y de alfileres... El tiempo nos condena irremediablemente a ver pasear ante nosotros la vida, con sus festines y sus sombras negras, y como dice el refranero, da y quita razones a su antojo, que es el nuestro. Compartido. El paso del tiempo, nos sigue de cerca, como un espía ciego, para agarrarnos por la espalda y empujarnos hacia adelante. Y así, a trompicones, nos llevan adelante, con nuestros ojos caídos, cada vez que algo acaba, sin darnos cuenta que, en realidad, es justo entonces, cuando algo nuevo comienza...

El tiempo. Incesante. Duro, combativo. Cruel a veces. Siniestro y templado, a la misma vez, que es como decir el mismo tiempo. El tiempo en sí.

Por la vida, caminaba con su mochila a cuestas. Por el camino iba, decidida, viendo un sol enorme, con una luz bella, blanca, inmaculada, al final... Y con la serenidad por alfombra, daba sus pasos hacia él, que la esperaba... Aprovechó para levantar la mirada. Y el sol que la cegaba, le invitó a cerrar los ojos o a desviar su mirada. Y así lo hizo. Y al mirar a izquierda y derecha, comprobó que había flores de mil colores, y que volaban unas aves de exótico plumaje, y que las nubes se hacían malva y el viento las acariciaba... Vio, que no todo era como pensaba. Y de aquella ceguera inicial, pasó a ver que la vida, le regalaba un manto nuevo de oportunidades, que supo disfrutar al continuar en su camino mirando al cielo...

jueves, 29 de agosto de 2013

A VECES



A veces daría un suspiro y medio por ser invisible, por echar a volar sin peso ninguno ni lastre, haciendo de la gravedad una nostalgia. Me vestiría en mi capa de noches sin estrellas, humo sin vida, mañanas sin pesares, y cruzaría el universo de un lado al otro, y el cielo, en contra del viento. A veces sería capaz de dar un paso más por dejar de andar un rato, de llamarte para pedirte lo que aún no tengo, de encender las luces para acabar con el cuerpo ciego... Invisible. Dolorido e intacto. A veces daría la vida por seguir viviendo, la palabra por seguir callado, la verdad, para que la cojas de la mano... Y en el día, cuando el sol lo alumbra todo, me escondería bajo un paraguas blanco para caminar sin dejar ni sombras en el camino... Desnudo, sobre los versos de mi vida.

A veces, del silencio, nace mi verdad. A veces, de estar callado, mirando al mar, como hice, vuelve la memoria de la felicidad. Y regresa intacta. Con aquellas imágenes que el deseo dejó grabadas como fuego sobre el hielo; para deshacerse poco a poco, entre las horas de mi desmemoria, desde aquella infancia feliz.

A veces sería capaz de gritar en mitad del bosque, esperando que la nada rebotase entre los troncos enormes de árboles inmensos. Y el eco, me devolviera desde la lejanía de cuevas y cascadas, promesas que nunca me hice, para hacerlas realidad. Así, solo, en mi paseo. Caminando contra el viento, buscando un mañana donde los ojos no se carguen contra el cemento. Paseando por la vida con la intención de seguir andando...

A veces sueño con lo que ocurre. Y es la realidad que anhelo la que me acompaña de tal manera que no sé si ando despierto o entre desvelos. A veces, el insomnio se acurruca junto a mí, sobre sábanas arrugadas y, otras, caigo rendido sobre el colchón con el peso de mis vivencias colgado al cuello. A veces, me ahogo entre suspiros y deseos, y otras veo pasar la vida por mi lado, como una desconocida lejana y bella, a la que nunca le pregunté el nombre... A la que nunca le di un te quiero.

A veces saldría a gritar bajo la lluvia hasta quedar afónico. Y en la agonía de la voz, sería capaz de llorar de alegría, mientras un manto espeso de agua cae desde el cielo. Rebotando contra la felicidad de mi rostro. A veces, sólo a veces, me gustaría tocar las nubes y devolver aquella estrella a la que le puse nombre, y que ahora es otra estrella en el cielo. A veces, echaría a correr para quedar sin aliento. Y otras, me quedaría quieto, como un niño, con mis brazos cruzados, mirando hacia arriba, donde se esconden las respuestas a las cosas que todavía no me pregunto...

A veces, sólo a veces, mi tormenta es tu tormento.

A veces, sólo a veces, solo, dejaría de tenerle miedo al mañana si no estáis, si os pierdo. A veces decido cuál será mi última palabra, mi último sueño. A veces, y sólo a veces, daría media vuelta en el camino y seguiría andando, por no andar hacia atrás. A veces, sólo a veces, haría que hoy volviera a ser mañana, para compartir mis pensamientos. Y haría de la flor una confesión, y del aire, una quimera.

A veces... Sólo, todas las veces... Daría la vida, por seguir viviendo.

miércoles, 28 de agosto de 2013

LAS BONDADES DEL ALMA

Todos tenemos algo. Y no hablo de propiedades. Nos han enseñado a poseer, y así repasamos desde niños los posesivos que da horror. Mi casa, tu obligación, su palabra, nuestras cosas, vuestras quejas y sus piros (de España). Sin embargo, no nos han educado para comprender que aquello que realmente sí que tenemos, es lo que llevamos con nosotros, dentro. Lo que no nos pueden arrebatar, nuestra capacidad de pensar, de imaginar, nuestros anhelos por volar, nuestros deseos, nuestras ganas de soñar... Hemos pasado la vida, la que llevamos hasta ahora, colmándonos de obligaciones. Desde que se enciende el despertador y le pedimos cinco minutos más, hasta que nos cobija la luna y le pedimos dormirnos antes. Nacemos y nos vamos haciendo, nos vamos asando en este horno social, de verdades y mentiras, de penas y alegrías, tristezas y caminos... Y mientras paseamos por la senda de la vida, cada vez, nos preocupa más lo que tenemos y menos con lo que viajamos, lo cual, hay que saberlo ya, es un auténtico disparate.


Hace tiempo que decidí caminar pegado a las bondades del alma. Se vive más tranquilo, se respira mejor, a ciencia cierta. Y se acaba por complementar más a los demás, que son ese espejo equilibrado y sensible con el que acaban coincidiendo los latidos de nuestro corazón. Hacer más y mejor por los demás, nos conduce, irremediablemente, a reconciliarnos con el entorno y sobre todo, con nosotros mismos. Hacer más fácil la vida de los demás, nos lleva directos a mejorar la calidad de la nuestra y a caminar, por este paseo de la vida, teniendo algo que realmente sí es importante.

Han puesto de moda el yo frente al nosotros, han marcado sendas para el egoísmo que podrían recorrer la solidaridad y el apoyo. Nos han dejado en mitad de una isla, como robinsones sin mañana, cerrándonos los ojos para que en nuestra soledad, tampoco seamos capaces de buscar otras islas ni a quienes las habitan. Y nos han dejado ciegos, ante el sol del futuro.

Todos tenemos algo, estoy convencido. Algo más que nos invita a compartir y a ayudar, a levantar, a decir una palabra bonita, de vez en cuando, a actuar en positivo... El mundo está cargado de irradiaciones negativas que llena de nubes negras cada mañana. Y contra esa postura necia, podemos con nuestras voluntades, cambiar el cielo que nos cubre. Pero hay que querer. Nos han enseñado a poseer y así nos vamos dando el yo al mí, y el tú a ti. Nos hemos separado de las bondades, virtudes y placeres, para acabar sin conseguir nada más. Nos hemos venido arriba, para quedarnos solos. Y desde el atalaya de nuestra soledad, seguimos repasando posesiones, sin pensar que realmente, lo único que sí que tenemos, somos nosotros mismos. Aunque estemos muchas veces, a punto de perdernos.


martes, 27 de agosto de 2013

LA LLUVIA REGRESÓ A MÍ


La lluvia regresó a mí, sin aviso previo, como cada vez. No sé si un otoño adelantado, o una lluvia perdida, pero su tintineo, aquél que repica cada vez dentro de mi corazón, regresó, tantos años después y como tantos años seguidos. Caminé por la calle, sobre un manto de cemento recién secado que empezaba a salpicarse de agua. Caminé bajo el cielo nublado, con el sueño pegado a los ojos, casi cerrados, condenados, por un peso implacable, a mirar a tierra. Y bajo ese cielo uniforme, oscuro, tenebroso, dí mis pasos al comenzar el día. Dejé a un lado el paseo y busqué un taxi que encontré enseguida. Abrí la puerta, con el fresco agarrado a los dedos, y entré, repitiendo de nuevo un camino por el que anduve tantas veces y que no me pareció nuevo, ni mucho menos. Me pareció pegado al de ayer cuando, inquieto, buscaba por los balcones, suspiros que no sé si encontraré algún día...

La lluvia lo inundó todo. Y dejó el cielo cubierto de un gris, plomizo se dice, que dejaba escondido el sol. Ese sol que me acompañó todos estos días en los que mis caminos fueron otros, mis cielos diferentes, mis suspiros también distintos... Y con la compañía de su caída incesante, aquella que descubrí bajo el balcón, mirando al infinito, comencé de nuevo la vida más por inercia que por voluntades...

Así nos manejamos a veces en la vida. Cuando llueve y cuando no. De una manera que sin traer riesgos, es muy peligrosa: por inercias y no por aquello que realmente queremos. Y como me dí cuenta de ello ahora, que aún no es tarde, salté a la calle y soplé al cielo, para que se deshiciera un hueco entre las nubes como hielo que se deshiela. Entró un foco de sol, radiando con una energía inusitada, pero sin quemar nada, y me alumbró sentado sobre la acera, esperando a que cayeran de los árboles algunas hojas sobre las que escribir mis voluntades...

En la vida, mejor o peor, hemos de ser capaces de conducir nuestros pasos. De tomar decisiones. De escribir nuestros planes, aunque sea en el aire para que se los lleve el viento. Pero es importantísimo que seamos valientes y decidamos. Y elijamos. Y queramos.

Por alguna extraña razón, ha llegado un momento en la vida que ésto, lo más básico, querer, ha desaparecido. El deseo, el anhelo, la apetencia, se han disuelto entre el agua de la lluvia contra el cemento por el que caminan nuestros pasos y, sin darnos cuenta, hemos dejado de pretender, de soñar, de volar,... Nos hemos acurrucado mientras llueve, evitando la tormenta, pensando que su agua nos marchita, cuando nos da vida en realidad. Y nos hemos dejado arrastrar por la costumbre sin hacer nada en contra de sus pasos baldíos... Yo, hoy, bajo la lluvia, esta lluvia que regresó a mí, he decidido soplar al cielo y empezar a escribir en verso todo lo que desde hoy quiero...

jueves, 8 de agosto de 2013

LA CUARTA TRAVESÍA: FRÍO ENTRE NOSTALGIAS


Imagina: a ritmo de jazz, se cae el cielo, solo sobreviven dos lechos, uno naranja y otro grisazulado sobre el mar, que acompasado se va. En el cielo una estrella brilla como lucero del alba y una luz de velero baila junto a ella intentando acercarse. Cuando el sol se cae por el oeste, Formentera se escucha en negro, justo ahora que el viento frío va echando sobre mis piernas el cansancio de todo el día, de este último jueves en el paraíso. Me lo dijo la desmemoria, que se inventa nombres de nubes, que en siete días volaré afuera. En el MP3 una colección de cantantes cubanos rinden tributo a Joaquín Sabina, en esta proa acolchada, después de una noche de vientos y mareas. Las luces de los veleros, los luceros de las velas, dibujan un skyline sobre la arena blanca que intuyo, mientras el cielo se viene abajo del todo. Se cae el día en S'Espalmador. Aún queda un rastro final del naranja límite de este ocaso de agostos y legiones extranjeras, por donde pasea mi alma a la que le dedico tan poco tiempo. Aún no pude replantear hacia adónde envío mi vida en los próximos meses. Me frené en lo más básico: comer y liquidarme, ensayar algo mi obra de teatro, conversar y reír. Vacaciones en toda regla. Si miro a diestras se me acaba un atardecer precioso, si miro a izquierda, la noche me gana la batalla por el frío. Si miro hacia arriba, descubro por cuanto tiempo estuve haciendo el bobo, de no mirar al cielo... Son todo estrellas, como aquellas de Nubra, pero más lejanas. El cielo está cubierto de oscuridades y brillos. Así mientras se mece mi noche, la trova me trae “La sombra de un león”... Acabo de escribir en twitter la nostalgia que me trajo la tarde a la orilla blanca de este mar de madurez que atraviesa mi nave del olvido.
Esta mañana me quedé tostado bajo el sol, ensayando un Paulino que promete, y que asusta. Pensé en Angelita, una vez más, y me descubrí, entre lágrimas, tentando a la suerte e intentando memorizar tantos renglones seguidos de penas y miserias. Precioso. La noche empezó antes de irme a dormir, cuando dejamos de cenar, los demás por una manta nocturna en proa y Ali con Lena, vaso de leche en mano, para cerrar un día de órdago. Como otros tantos. Me tumbé a dormir antes de que la medianoche se lo llevara todo. A mí también. A las 3:19 el mar envistió contra babor y a las 4:30 el viento huracanado entró por las ventanas que Ali cerró enseguida. Al despertar, Leo dedicó la mañana a arreglar mil entuertos, desayunamos tarde. Pablo, Raquel y Raúl, no en ese orden, despertaron al olor de las tostadas. Yo me vine a proa, a carmelizarme, ellos a la playa, a pasar el verano. Leo entre calderas. Y Ali, y Lena, por dentro de este Nolan donde se mezclan tantas vidas. Comimos patatas rellenas de bacon que bien valen una oferta de matrimonio y con un vermut a cuestas partimos en zodíac a la orilla. Ellos echaron unas palas, Raquel y yo nos pusimos al día. Me gusta la nobleza de la gente sencilla y honesta. No hay que pedir mucho más en la vida. Y eso se agradece. Cuando casi oscurecía, nos vinimos al Nolan, a punto de captar el maravilloso atardecer que, sin éxito ninguno, intento traeros en estas líneas...
Anoche, cayó la tarde a golpes de hierbabuena, entre risas con un Raúl que se pintaba las uñas de los pies y mi imaginación caminando entre adioses y anhelos. Deseos de tarde de verano tras una siesta entre calores y la resaca de un arroz al horno cocinado con esmero y tomate. El resto anduvieron por la playa mientras cocinábamos Lena y yo el plato del día, después de dedicar la mañana a almorzar y poco más.
Las horas aquí se van, las horas perdidas, en pocas cosas: sol, beber, comer y volver a empezar. Nos ponemos al día, y a la noche. Y nos echamos las estrellas por montera. Como ahora, que ya todo es noche. La luz de la pantalla me ciega al escribir tumbado en proa: pero si cierro los ojos, miro hacia arriba y los abro, me encuentro con un manto de estrellas que tiritan con este aire fresco, de noche recien llegada.

Lo primero que quise fue marcharme bien lejos, en el álbum de cromos de la resignación... Tan joven y tan viejo. Escucho a oscuras la canción, rebuscando en las estrellas del cielo, recordando aquella otra vez que les pedía tanto por ti... Y el recuerdo me hace llorar, en silencio, pensando la suerte que tuve...

miércoles, 7 de agosto de 2013

LA CUARTA TRAVESÍA: LUCES QUE SURCAN UN CIELO NOCTURNO

“Me llaman loco, por rogarle a la luna detrás del cristal; me llaman loco si me equivoco y te nombro sin querer, me llaman loco por dejar tu recuerdo quemarme la piel...”. Suena Pablo Alborán, en esta mañana de miércoles sin trabajo, mi primero de vacaciones desde las vacaciones del año pasado o si la tele me cayó en algún festivo, que no lo recuerdo. El sol acaba de contagiar a un día que empezó nublado tras una noche movida y de vientos, que nos ha acunado con mayor vehemencia que este mismo Mediterráneo en las noches anteriores... Tomo una cocacola, el generador de fondo, el párpado derecho temblando y todos los demás en la playa de S'Espalmador (¿Sería S'Es Palma d'Or en algún momento?). Siguen llegando yates y el mar, con un turquesa intenso, ganando como casi siempre en fuerza al cielo, nos acuna a las dos de la tarde. La mañana se me ha pasado volada, como la de ayer. Cuando el cuerpo y la vida se acostumbran a estos días, las horas empiezan a caerse más rápido, lo cual no significa que no nos deja momentos para creer sinceramente que el propio tiempo le ha parado el tiempo al tiempo.
Ayer la mañana fue igual. Nos levantamos con un cansancio justificado, tras las vísperas de aventura, y nos bajamos a desayunar en tierra Lena, Leo, Pablo, Ali y servidor. En el “Café del Lago” de S'Estany de Peix tomamos tostadas y zumos naturales, cafés y azúcar. Al acabar, con ese fuego que dispara siempre del suelo de Formentera, nos fuimos al mercadito. Ali y Lena se dedicaron a repasar cada puestecito, mientras Leo y yo nos fuimos a la naútica a rellenar unos papeles que no habían llegado. Mientras lo descubría Leo, en la calle, sobre unos escalones de madera le escribí una postal a Edurne, cada día más mayor. Fuimos a enviarla y de paso tomamos una cocacola en el paseo, bajo los portales, que soportaron nuestras vidas de septiembre en adelante. Del tiempo que me prometí para la reflexión uso menos del que debiera. Pero algo lo uso. Ahora, por ejemplo, en esta soledad que se hace cómoda de vez en cuando en la vida. Me quedé hoy en Nolan ensayando la obra de teatro para Octubre, mientras el resto bajaron a la arena...
Con la compra hecha en el Tandy (tan sarrionense el supermercado, vive Dios) nos regresamos al barco. E hicimos camino hasta S'Espalmador, pasando antes por una gasolinera donde el sol nos castigó con una injusticia sobredimensionada. Mi travesía fue de hidratación y olvido. Y cuando llegamos al destino, el calor se apoderó. Raúl regresó a su cachimba con esencias de rosa (no sé si de Alejandría). A la segunda copa, decidimos rellenar el hielo y largarnos a proa. La caída de la tarde se adivinaba tras un manto de cielo gris y ocre, que dejaba al sol como una aparición dorada tras las nubes que lo cubrían todo. El resto, un tesoro de azules. Pablo y yo nos sentamos al borde del abismo. Leo se había ido a pensar a la costa de su playa. Raúl fumaba tumbado sobre la cama y Raquel desafiaba al cielo. Nos cayó la noche en proa, hablando de religión y política, volviendo al mundanal ruido, entre hielos, desde la comodidad de un barco que se pierde entre la negror de la noche. El mar se vino arriba. Cortábamos entonces patatas y cebolla para freír. Raúl preparó unas hamburguesas en la barbacoa. Y cenamos, entre risas, una noche más. El cansancio, me dio de rebote, al caer contra el día que se acababa. Y me acosté, con el mar zozobrándonos cada vez más batiente. No sé las veces que me desperté por la noche, movido por el agua continuo. Una de ellas me levanté a comprobar que era aún de noche. Y el viento, impetuoso, que hoy se espera mayor, entraba ladrón por la ventana contra mi cuerpo dolido de sol y arenas. Me dormí. Y de repente me desperté y comprobé que el mar estaba en calma. Ya era de día. Se levantó Leo, luego Ali y al rato Lena. Pablo, Raúl y Raquel, cuando ya habíamos comprado a una zodíac unos croissants y dos trozos de bizcocho de chocolate. Preparamos el desayuno más copioso del viaje y nos sentamos, casi italianos por tanta afición al mantel... Ellos se han bajado a la playa. Yo me he quedado escribiendo ahora, leyendo antes la obra de teatro, imaginando a Ángeles bordar su papelazo... Con ella me whassapeo a ratos, como con Laura antes y anoche, con Manuel esta mañana, con Amparo anoche, con Álex la tarde de ayer... “Ahora, no aguantaré sin ti, no hay forma de seguir, así...” sigue Pablete Alborán en la radio mientras la isla frente a mí me proveé de un muro de mástiles y olas en peregrinaje. Como hormigas lejanas, los hombres regresan de sus baños de barros y la música le da una sensación de irrealidad absoluta, como si todo lo que se mueve ante mí, fuera solo eso: irrealidad. Y qué irrealidad tan fantástica.

lunes, 5 de agosto de 2013

LA CUARTA TRAVESÍA: NAUFRAGIOS Y COINTREAUS


Lo más parecido a la libertad absoluta, la que no tengo por ser esclavo en silencio, debe de ser el paseo de popa a proa que acabo de hacer. Quedan siete minutos para que den las nueve de la noche y la brisa se mueve huracanada, haciendo que las maromas se froten y resuenen estridentes contra el casco del Nolán. No creo que fuera capaz de describir perfectamente la paleta de colores repleta que me dejan el cielo y el mar. El atardece es un punto amarillo intenso, como de fuego, que se esconde tras la ladera que lo recorta. Sobre él, las nubes primero son de color carne, se bañan luego en malva, y mezclan mil violetas y azules distintos. El cielo tiene nubes de noche, que lo cierran todo con otros azules pastel y algunos grisáceos avioletados. El mar es azul casi negro, petróleo de aguas que no cesan y que se vienen contra la cosa de Es caló dejando al fondo el perfil de Ibiza desdibujado en morados y grises que todo lo combinan. Fantástica naturaleza. Zozobra el barco, aquí y allá, garreando al final de la tarde, mientras el viento, que no sabemos de dónde viene, nos deja la sensación de que no se va hacia ningún lugar. Vuelve el sonido de la madera golpeada y de los cabos crujidos. El oleaje no cesa, se escucha al fondo batirse contra las rocas de la costa de Formentera... Se fue el sol. 20:58 p.m.

Anoche cenamos contra el cansancio una pizza de mil sabores que cocinó, maternalmente, doña Lena. Lo acompañamos de ganas por salir, el agotamiento del día y el hastío que deja en el cuerpo el sol, que todo lo duele. Fui acordando vernos con Amparo y le dije al final de acudir al The Beach, terrazón veraniego de corte italiano, donde las copas caen a precios de cielo, pero te las ponen en la barra de la manera más mundana y carnal que pueda sospecharse. Nos hicimos a la mar, como principio de nuestra aventura. Y atravesamos medio canal de S'oli hasta s'Estany de Peix. A mitad de la noche, Raquel, Pablo, Raúl, Leo y servidor, cobijados por un manto de estrellas punzadas con desdén en la apagada noche, nos encontramos con nuestra suerte entre olas de mar. Pudimos comprobar, y que bueno es así como anécdota contarlo hoy, que la teníamos de cara una vez más, así cuando, como te escribo, en mitad de la noche, se empezó la zodíac a llenar de agua. Entre risas, como toca y se espera, comprobamos que el agua nos llegaba por los tobillos. Todos, además, yo creo, manteníamos la preocupación de pensar que aquella nave estaba a punto de dejarnos a la deriva en mitad de la primera hora de la madrugada. Y pudimos alumbrar algo, junto a los pies de Raul, para comprobar que se había abierto una vía de agua por donde entraba casi más mar del que teníamos afuera. Pasamos de la risa a la tragicomedia, cuando vimos que el agua casi saltaba por encima de la zodiac hacia afuera, o nos entrara por la misma medida el mar que, negro, nos mojaba como testigo de todo lo que iba a llegar... Empezamos a contar por impulso los metros que nos podían separar del mar, y a partir de este momento cuál iba a ser nuestra fortuna. Y ésta llegó como siempre sin esperarla y de manera impactante. Llegando a la costa, Pablo y servidor nos bajamos para aligerar la carga y achicarle algo de peso a la lancha, que se deshacía ya sin devaneos. Y en dos olitas orilleras, se rompió el suelo de la zodíac que cayó contra la arena tobillera de la playa...
Contado hasta aquí, lo que pasó. Incertidumbre y rabia, desespero y risas, mezclar los sentimientos en ese momento y vistos a salvo de lo que podía haber sido y no fue, entendimos que empezaba allí nuestra noche sin vuelta al barco y que habría que organizar las horas para llegar lo antes posible al barco, pero, evidentemente, ya al día siguiente...
Fuimos a “The Beach” primero. Llegamos a Es Pujols con un taxi, Raquel, Pablo y yo. Tomamos un café y me fui al encuentro de Amparo, Richard, Santi y Mar. Los encontré enseguida. El pub estaba más vacío que otras veces y les conté la odisea, pidiéndoles que al día siguiente nos ayudarán en nuestro propio rescate. Llegaron al rato los demás, cuando éstos habían decidido irse. Pero cuatro canciones italianas y dos temazos discotequeros sirvieron para seguir envueltos en mojitos, rones con cola, whiskys y demás. Acabamos a las cuatro de la mañana de risas, como callejeros de televisión recorriendo la isla y compartiendo mil fotos en los grupos del whatsapp. Ellos se fueron y nosotros hicimos marcha hasta la Pineta Club, con su fiesta I'm a rich bitch, cuya traducción obvia no traslado, porque no procede. Música, petardeo italiano, espectáculo de primera y bailes a tope para llegar a las seis de la mañana en que fuimos saliendo. Leo se había ido a dormir a la zodíac. Lo encontramos durmiendo entre matojos en la playa, a los pies del cartel del Hotel Sa Savina. Nos fuimos nosotros cuatro a almorzar: bocadillo, patatas y calam.ares, contra economía de guerra, apurando hasta el último euro y desgastando la batería del móvil. Nos regresamos a la playa y yo intenté dormir sobre un muro de cemento, pegado a la playa. Me desperté cuando Leo y Pablo se iban a la naútica, buscando solución, y mientras Raúl y Raquel no paraban de reírse, estrepitosamente, escuchando un temazo italiano en el móvil: “Non sucederà piu”. Que es una mentira que como mantra nos la repetimos toda la vida los que seguimos haciendo el bien... Por teléfono adivinamos que teníamos difícil situación. El calor y el cansancio se aliaron para convertir el final del sueño en el principio de la pesadilla, pero cambiamos el horror por la risa e hicimos que todo fuera más fácil. Llegaron Leo y Pablo: o se compra nueva zodíac o se repara esta y alquilamos otra. Leo dudó, afortunadamente, entre dos opciones. Y al final eligió la que a todos nos parecía más inteligente. Pero hasta que llegamos a comprarla, pasamos por un taller naútico, una hora de flashes compartidos (de los sabores más extraños) y whatsapps mañaneros con Amparo, que vinieron con su zodíac a salvarnos del empastre.

Nos vinimos – cuando conseguimos localizarles en la avenida Mediterráneo, 84 (bendita fortuna) – Pablo, Raquel y yo. Mar y Santi les esperaron en la costa. Llegamos al Nolan, con la alegría en los ojos de Doña Lena y Alicia, contenta, de ver que todo volvía a esta extraña normalidad en la que nos pasan todas estas cosas que sólo nos suceden a nosotros. Bendita suerte. Al rato vino Leo con Raúl, cogieron dinero y compraron la zodíac. Regresaron al Nolan y emprendimos marcha a Talamanca para recogerla. Nos ayudó un chaval a que Pablo y Raúl llegaran a la costa, mientras en esa hora de espera malpicamos alguna cosa porque no teníamos el cuerpo para comer. Regresaron y nos volvimos a Formentera, durmiendo, básicamente. Y de nuevo, al llegar, salto al mar, que todo lo purifica. Escucho ahora las gaviotas a lo lejos darse su festín. Todo es casi negro cuando escribo esto y pocas luce hay más que la de la pantalla y unos cruceros a lo lejos, Sa Savina y el puerto... Y alguna casa perdida entre las dunas.

El día de hoy fue resaca y continuación del de ayer. Poco nada más que no pasara por nuestra particular aventura, que rematamos con otra sandía de Cointreau y Ron con azúcar. Raúl la emprendió con su cachimba, Raquel dormitaba bajo la manta, friolera, Pablo pasaba de fotógrafo a fotografiado, recordando divertido anécdotas de anoche. Volvió a sonar la canción italiana, mientras Ali miraba al infinito y Leo se consumía pensando el sabrá qué. Yo, seguí, como ahora, mientras preparan la barbacoa, que soy un tipo afortunado... Al que le pasan muchas cosas. Eso sí.

domingo, 4 de agosto de 2013

LA CUARTA TRAVESÍA: SUEÑOS DE ALOE VERA

Estar de espaldas al atardecer, en medio de este mar formentero, es casi una provocación. Se cae el sol, mientras Raúl y Leo se leen los whatsapps de cumpleaños que le llegan al segundo. En brisa, el cielo se deshace tras el Nolan y me arden las pestañas quemadas al sol. Es imposible que me ponga moreno sin que pase antes por un estado granate, inevitable. Imposible, que lo dije. 

Hemos llegado a Es caló de s'oli, este recorte de tierra en Formentera, donde el azul verdoso mediterráneo mece en un continuo vaivén las olas de la tarde. Anoche acabamos cenar entre despistes y desmemorias. Fuimos capaces de marcarnos un pollo al horno para chuparse los dedos, con patatas a lo pobre. Y llevado por lo agotado de la tarde, repetimos el sábado del año pasado, pero sin soplar las velas. Y así, entre sandías rojas, rones azucarados, hielos y sentencias, caímos en Porroig, acompañados de Michel, Hugo y Manolo: tres marinos por compañía. Y un cuarto, que trajo el patrón francés, de cuyo nombre no puedo acordarme... Me vine a proa, como quien se viene arriba. Me tumbé sobre la humedad de la noche y me dormí mecido mirando las estrellas. Marco idílico, vaya que sí. Al rato llegó Leo, me dijo que las visitas ya no visitaban. Y se tumbó. Y Raúl entre los dos. Y Raquel y Pablo a despedirse y a darnos las buenas noches. Me dormí bajo la manta que trajo Leo. Y me desperté cuando Raúl ya no estaba. Leo se levantó y se fue. Y me quedé tumbado en la proa sin pensar si irme al sofá a dormir, si moverme entre la noche por los pasillos de la cubierta. Si hacer algo que no fuera cerrar los ojos y seguir durmiendo bajo las estrellas. Soñando, vaya. 

El sol amaneció y yo con él. Me sorprendí dormido como la noche anterior en mitad de ese oleaje lento y acompasado. Las medusas se habían ido. Eran las ocho y media de la mañana cuando Leo se acercó a proa. Nos pusimos en marcha. Salté por la baranda al mar, nadé hasta la escalera y subí a la plataforma. Preparamos el desayuno. Y hablamos de cómo va este país que no deja de dar vueltas, a espensas de que, como Mafalda, alguien pida que se pare, para apearse. Recogimos el desayuno, fregamos y partimos. Nos costó lo que dura la banda sonora del Mamma Mía llegar hasta Formentera. El viento negaba al sol de justicia, y lo aplacaba algo. Aún así, bajo sus rayos y mis cremas de cincuenta, notaba como la piel empezaba a arder. Llegamos a la costa, fondeamos y todo fue fuego.

Comimos fideuà. Primero morro, algo de jamón y unas sardinas exquisitas que se marcó Doña Lena. Rematamos con una recarga de chocolates varios, gominolas y huesitos. Moët Chandon y cumpleaños feliz, desafinado, como unos temas de Raphael. Y siesta. Me vine a proa, donde por la mañana encendí de nuevo el móvil para ver si andaban ya por estas aguas Amparo y Richard. Lo dicho, nada como tener el móvil apagado para alcanzar más de 200 whassaps. Entre ellos, alguno que me revolucionó el estómago, por una que lió alguien con alguien, sin que conscientemente tuviera nada que ver. Era mejor cuando el teléfono estaba apagado. Puse paz de por medio, para enterarme de qué había pasado. Y aunque solucionado, no me gustó que pasara. Considero que soy una persona muy discreta con la vida de los demás, y cuando alguien la airea, sin maldad ninguna, pero la airea, no quiero estar por medio. Si algo tengo que ofrecer, es mi confianza. Y eso no se puede perder. Desde luego... La siesta cayó a trozos, entre fragmentos de Paulino y canciones de Queen. Aquí, sobre la mar incesante, la música suena a cielo. Como todo. Me acabo de despertar. El frío empieza a correr por la cubierta, ya que el sol se esconde casi por completo. Cenaremos en el barco y nos iremos a celebrar el cumpleaños de Leonardo en The Beach, en Es pujols. Allí acuden Richard, Amparo, Mar y Santi, según hemos quedado. La obligación de encender el móvil compite con la tentación de apagarlo. Cris me mandó un mensaje y me dijo que le sorprendía el blog porque hacía mucho que no entraba... No sé a qué se refería, pero ya lo comentaremos a la vuelta. Si algo sé, es que tocará volver... Pero por ahora, no. Me quedo como mi teléfono, desconectado y cargando baterías... Feliz noche. Raúl acaba de hacer que este atardecer tenga la mejor banda sonora... It's little big funny, dice Your song.

Nota del día. Apuntes para una (R)evolución personal.
Algunas formas de ver la vida hicieron de mí lo que soy. Y sobre todo, como soy. A muchas personas les convencí precisamente por eso para que me acompañaran en la vida. Hay que seguir por el camino elegido, siempre que sea el correcto y no dejar nunca de caminar... Nunca.

sábado, 3 de agosto de 2013

LA CUARTA TRAVESÍA: ANCHOAS Y MOËT CHANDON

Mirar hacia adelante, mirando atrás es una manera de frenarse. De por vida. Hoy, sábado, creo, sin horas ni móvil, por decisión propia, me encuentro anclado a mis días y a mis horas. Soy feliz. Luciendo el rostro entre mañanas, espero a que baje el sol para deshacer la vida. Así es. Hoy, lo dejo escrito: no encendí el móvil en todo el día por decisión propia. Me desperté de madrugada, entre fríos, y cuando se deshizo el sueño, el calor me trajo al día. Y qué día. Deshicimos las legañas entre zodiacs a San Antonio y ponientes que el cielo no deshacía. Llegamos al pantalán de tierra y me fuí al Lidl, mientras Ali y Raquel recorrían las sendas del hielo. Paseé entre deseos y anhelos hasta el supermercado y regresé pensando en lo mismo. Encontré a Ali a las puertas del club donde pensamos que tenía que regresar. Y regresamos. Nolan se alimentaba en C16. Salimos a Sant Antoni, repasamos las ferreterías y una cocacola con graixonera en un bar antes de regresar al calor. Cuando llegamos al club, el Nolan partía ya casi. Preparamos las defensas y salimos al agua. Camino de Porroig preparamos algunas fotos desde el flyer del Nolan, con aliento de tinto de verano. Es Vedrà emergió como principio y final del todo. Hasta que llegamos a esta costa del paraíso con menos medusas que el día anterior. Total. Hicimos y deshicimos, pensando en todas las pequeñas cosas y nos montamos camino de la orilla, donde una medusa sorprendió a Lena. El calor nos mató a los demás, fiereza contra tierra, mar que bullía, en nuestro día de vacaciones. No lo descubrí, pero decidí sin querer que hoy pasara mi día sin teléfono móvil: descanso de hierros. Es así. El calor lo remataba todo, contra tierra. Contra el mar. Y regresamos a bordo de nuestra zodíac y llegamos al barco, donde Pablo organizaba un paellazo. Yo, en proa, hacía camino con Paulino, agarrado a mis agallas. Pablo, que tiene sus pensamientos en su cabeza, cerraba
Una paella de órdago. Comimos dentro del Nolan, compartiendo tantas risas como nos dejó el poniente. Y así, la tarde llegó, entre Raphaeles y Fangorias, haciendo que todo se cubriera de magia. Vinieron Hugo y Manolo. Al rato Michel. La tarde se conquistó entre salitres y sombras de medusa. Yo salté desde proa y el agua me invadió sin miedo alguno. Volví al hielo y al atardecer, hasta que Porroig se hizo de noche. Quise que la vida se detuviera, en un segundo, pero es inevitable soñar y seguir viviendo sin que sea verdad un anhelo. Pasamos la tarde entre cocktails de sandía y nubes que se venían a menos. Y dejamos que el calor se deshiciera: así como nubes en el cielo, como espuma en el mar.... Cuando escribo esto, casi nos llegan las once de la noche. En ello vamos. Las patatas se fríen, mientras el pollo se asa en el horno de popa. El resto de la vida pasa bajo un “Woman don't cry” de Bob Marley. Y el día se escapa entre un “Bienvenidos” de Miguel Ríos y un “Vivir así es morir de amor” que recuerdo en ese flyer donde me confesé a Raúl: quizá en esta vida me equivoqué por seguir batallando por los demás. Pablo se lanzó de cabeza al agua oscura y nosotros seguimos echando la noche. De este tres de enero, donde solo se cuelan los deseos que aún me quedan...

Nota del día. Apuntes para una (R)evolución personal.
Decidir por uno, no es egoísmo, es proyecto. Mi proyecto pasa por decidir cosas que no querría y por dejar que el destino me traiga otro mañana. No diferente, solo eso: otro mañana. Para consturir los caminos del mañana, los que se escriben sobre renglones desmemoriados, coge la tinta que se escribe para no desaparecer y piensa solo una cosa: mañana es mañana, y lo construyes tú. Ya no es egoísta pensar en mí. Lo hago, porque tú, hace tiempo que dejaste de hacerlo.

viernes, 2 de agosto de 2013

LA CUARTA TRAVESÍA: MEDUSAS, SANDÍAS Y ENMIENDAS



En la vida, hay veces, que uno debe de tomar decisiones. A lo largo de la mía, y no me quiero poner trascendental, he tomado unas cuantas. Y en las próximas horas seguiré tomando porque esta travesía es algo más que un cruce entre aguas de mar. Así lo siento. No voy a condicionarme, ni a dejar de soñar, aunque a veces mis anhelos sean hielo. Escribo seguido con un regusto a cocktail de sandía que ahora mismo hice con Pablo en esta bahía de San Antonio donde flotan mis pensamientos... Hoy, como siempre, vuelvo a los desvelos de mi isla blanca. Me pierdo en proa, en mis momentos románticos, que diría Ali, mientras en tierra las voces de la animadora va repartiendo premios en alemán. Son las 21:19, acabó de caerse el sol rematando sobre Conillera, mientras en un dulce vaivén, los mástiles de los veleros fondean aquí y allí.

Anoche. Me costó horrores hacer la maleta. Me rapé el pelo a última hora en un destete emocional: como me dijo mi Teresón por teléfono, te pones las vacaciones por montera. Pero éstas, vive Dios, hacían falta. Ha sido un año repleto y completo. Si miro a estas aguas hoy cargadas de medusas y hace un año de recuerdos, me pierdo entre el tiempo de trabajo, el inicio de la aventura en la radio, el adiós que se acerca, inevitablemente, el hastío, el congreso del partido y un sinfín de sensaciones y de sentimientos que se cayeron en el abismo de los días... Me costó barbaridad, decía, hacer mi maleta. Y sé que traje mil cosas que no usaré y echaré en falta ciento una. En cualquier caso, el jueves de calor, cerré la vida en una cremallera larga y salí a la calle. Dos vecinos se abofeteaban al final de la calle a oscuras cuando llegaron Leo, Lena y Raúl a recogerme. Hicimos el camino hasta el naútico y nos encontramos con los pies en la alfombrilla de llegada. Fuimos haciendo y deshaciendo (aunque con menos vehemencia que otros años). Dejé que se colara un anzuelo en mis intenciones antes de cerrar el día, que se quedó flotando sobre el mar. Cenamos de todo lo que preparó la madre de Leo, a tiempo para con la madrugada acercarnos al Cyrano a recoger la bebida. Estaba Luis, Manu y sus colegas. Hablé primero con los segundos y luego con el primero, escayolado aún después del accidente. Me encantaría que estuviera aquí, ahora con nosotros, porque habría preparado esta pócima mucho mejor... Pero la vida es como es. O como queremos que sea... (este pensamiento me lo traigo de vacaciones). Ya dije que no me quiero poner trascendental pero quiero un principio y final de muchas cosas... Me vine a escondidas casi, entre mis silencios y mis desvelos. Vacaciones, muy merecidas, de verdad y punto y final para un Jaime y punto iniciático (inevitablemente, de otro).
Acabamos en Caribbean's, el pub de Nawfel, amigo de Leo. En la vip, al lado del DJ, dejando que la brisa marina otease la noche. Nos fuimos cuando acabó la fiesta y decidió Leo en el regreso que había llegado la hora de partir, como metáfora de mi propia vida. Caí rendido a los pies de Morfeo, amor nocturno. Se rompió con el motor que empezaba la travesía.A las nueve el sol me despertó, oriné y comprobé que el nuevo día se abría ante mi, en la inmensidad del Mediterráneo, con un mensaje en la botella que flotaba hacia mí: reflexiona. Esa es la idea. Reflexiones y decisiones, sin presión y en vacaciones, pero es que vuelvo a estar en el paraíso. Ahora que el cielo es gris y los ocres finales me recuerdan que se acaba el día, vuelvo a pensar en ello, con el aliento refrescado por el hielo de una sandía con ron miel y un ron cola que tomé mientras hablaba con Teresa al teléfono.
Llegamos a las once y poco más de la mañana, hasta Platges del Comte, las medusas nos empujaron a Es Codolar, pero no mejoró el mar. Aún así me regué primero con una manguera y luego me dí un chapuzón en la pausa del ataque masivo. Así me purifiqué ya del todo. Comimos banderillas, boquerones y sardinas anchoadas, al rato lomo a la sal y gazpacho. Y me vine a la siesta de proa echando en falta las mil palabras de Laurita. El sol me mató. Dormí si acaso diez minutos que me sentaron como mil y me tapé por miedo a que mi cuerpo ardiese, sin pecado concebido. Me trajé el guión de la obra de teatro que memorizaba más rápido hasta que Raúl reventó la tarde con la música. Hablé emproado con Raquelilla y emprendimos marcha a la Bahía, donde la noche cae ya con una fiereza que asusta. Las luces vigilan ya la costa mientras Nolan se mece bajo mi cuerpo.
Mientras escribo, el resto preparan la barbacoa de la noche... En ella arderá el carbón y mis pensamientos negativos. Decidí depurarme ya del todo. Y así toca. Hoy, como siempre, Ibiza vuelve a salvarme...

Nota del día. Apuntes para una (R)evolución personal.
Engrandece tu vida con quienes te sienten grande. Dáles lo bueno que hay en ti, ya que hace tiempo lo abandonaste y abandona a quienes te quieren hacer sentir pequeño. El desgaste personal, el de la emoción, viene siempre escrito en letras de primera persona. Yo decido por mí. Mi vida, irremediablemente evoluciona desde hoy: y me gusta. Sólo que creo que hay que saber escribir en renglones rectos (y alguno torcido) cómo queremos que nos huyan los días. Estoy orgulloso de mi camino hasta aquí, no reconozco grandes errores, no al menos que me pesen. Suficiente. Tenerlos sería un lastre. Hay que empezar a andar, aunque las piernas duelan, no hace falta que sea a una marcha forzada. Pero caminar sí, es obligatorio. Y yo voy a andar... Mucho. Empiezo. Os iré contando. Posdata: relee de vez en cuando, te vendría bien.

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14.

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14. "Bendita locura" En la limpieza de fotos, anoche, volvió a aparecer el bueno de Paulin...