2 de septiembre. Anoche me cansé de hablar: me vine con Amparo y Noelia desde la discomóvil de la Plaza Mayor y se me hicieron las tantas. Las tantas y media de la madrugada. Hablé con Rosa al mediodía (aún tengo pendiente el contestador) y me alegró porque hacía ya días que no sabíamos nada el uno del otro. Calor. El cielo está absolutamente encapotado, nublado y van cayendo las primeras gotas del otoño o las últimas de un verano en que casi no cayeron.
Me preocupa hoy mucho reorganizar mi vida a partir del lunes. La publicación de La Cartelera del regreso a la tele me ha puesto las pilas. Estaba alargando demasiado la pasividad estival y hay que poner freno. Esta noche, si no llueve, tengo cena saharahui en Mislata y concierto de Seguridad Social. Mañana me apetece escaparme a ver la nueva peli de Almodóvar. El domingo tiene que ser mi último día de vacaciones y a partir de entonces, reemprender la marcha.
Hoy huele a tierra mojada y a triunfo. Llevo unos días instalado en un positivismo absoluto que me empuja. Por eso hoy, que he dormido poco, al despertar me convenzo de la necesidad de mover. Son las cinco de la tarde y no he hecho mucho. Casi nada. Sólo me he vestido para bajar a Miguel, a comprarle la prensa. He recogido a casa, he preparado una ensalada y un bombón. Y cuento los minutos atrás porque bajo el cielo nublado, voy a poner música y empezar a limpiar a destajo. Las vacaciones están llegando a su fin. Es septiembre. Llueve...
viernes, 2 de septiembre de 2011
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