Me escribía el otro día una desconocida en twitter que echaba de menos mis comentarios al inicio del Valencia Abierta. Me gustó saberlo. Me sorprendió, no lo negaré. Porque mis pajas mentales, mis caminos sobre los ríos helados, mis sueños desesperados, mis alcances y mis desgastes, mis penas mansas, mis manos ajadas, el ayer y el nunca, se escribieron siempre pensando que el viento se los llevaba como un polen de primavera, volátil y desaparecido. Pero no. Hubo quien se los quedó en el corazón y los trajo a la memoria diciéndome que los echaba de menos... Y puede ser que yo también.
Me encanta lo que hago. Me encanta a diario: cuando no hago y cuando reviento el tiempo, cuando soy capaz de multiplicarme en espacios. Me encanta vivir. Qué paradójico para tantos... Pero qué hermosa la vida. Paso hoy un martes, resaca de cena con amigos. Vinieron Laura, Manu, Noe y Adri a cenar a casa y a ver cómo nos organizamos para Alicante. Me encantó vencido por el sueño tumbarme bajo el viento de tormenta que no llega y descubrir con cansancio que el día había merecido la pena. Fue un lunes raro, distinto.
A las diez de la mañana había quedado en la puerta de la casa del maestro, sin adelantar nada más. Cogimos su coche e hicimos ruta hasta llegar a un paraíso que no parece estar donde está. Cinco plataneros gigantes lo protegen del sol y la mezcla de tierra y vida, se unen en un polvorín que nunca llegó a estallar. Hablamos tres horas a la sombra de una higuera y cogí unos ciruelos que me cedió. Ya os hablaré de estas palabras. Algún día anuncié algo. Pero ayer fue el primer paso. De muchos más, espero.
El sábado tuvimos San Juan en la falla. Me desperté el domingo porque tenía misa y procesión a la tarde con una sensación de agobio provocada seguramente por alguna conversación cruzada de la noche. Pero la noche fue risas. Menos el incidente nasal con mi madre en el día de su cumpleaños. Cenamos y bailamos. Reímos disfrazados de ochenteros. Y terminamos en el Barberbirborbur. Iván me acercó a casa. Fue una fiesta en condiciones, llena de risas, de buenos momentos. Sin parar. Pasamos Richard, Ricardo y yo por San Valero y por Cyrano. Y volvimos a la falla a seguir viviendo la noche del fuego (sin fuegos).
La vida sigue. No sé si igual... Pero sigue. Y vivo horas de pensar en pasado mañana y que el futuro que entreveo me guste. No sé hacia adónde. Pero seguimos caminando... Y eso, con la ayuda de algunos, es maravilloso...
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