lunes, 14 de abril de 2008

LISBOA, FACA NO CORAÇAO



Hace años, en televisión, vi un reportaje que se llamaba Lisboa, Faca no coraçao... El título, no sé bien por qué, se me ha quedado grabado a fuego, como la ciudad misma. Lisboa tiene un encanto especial, no sé si por su orilla bordeada por el Tajo, si por su sencillez, por esa nostalgia que rezuma humildad, por su sabor a fado y bacalao o por el cariño con que la he vivido cuando he estado allí...

La foto es del último viaje a Lisboa. Ana, sentada en la Praça do Comerço, es atacada a la luz del sol por un atajo de perros blancos, más blancos con la luz del día... Ella, acosada, tiene un ataque de risa: en mitad del día, cerca del Tajo y la Baixa, a los pies de la Alfama y del Castillo de San Jorge...

Lisboa es una ciudad de contrastes, de penas y alegrías, de gente humilde que camina sin mirar, cuando podrían estar buscando al otro lado del océano. Lisboa es dulce como los pasteles de Belem y dura como el viento del atardecer, que corta la cara como se la corta a los marineros el viento que viene de la mar adentro. Lisboa es un lugar único para pasear, para disfrutar un café, para pensar que el tiempo se detiene sin salir de Europa. Una ciudad familiar y especial que me ha dejado muy buenos momentos en la vida...
La primera vez que fui a Lisboa, no sé por qué, encontré la ciudad muy parecida a la mía: algo paradójico porque están separadas de punta a punta, de costa a costa, de mar a mar... Sin embargo, sentirse como en casa cuando se está lejos es difícil, pero Lisboa me lo regaló. Me lo regaló siendo adolescente con aquellos amigos de la adolescencia que es los que te hacen crecer, los que te miman y los que duele perder... La última vez, mis compañeros de viaje, fueron otros. Pero Lisboa volvió a elevarse como la gran ciudad que es y me regaló muchos momentos y algún reencuentro (importante reencuentro).

La vida que no para de dar vueltas... Y Lisboa, humilde y familiar, que siempre acoge.

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