martes, 8 de abril de 2008

LA MAÑANA DE COVENT GARDEN





Un violín, celoso, raspa duro las cuerdas y emite gemidos de dolor, gritos desesperanzados, avisos de lágrima y de muerte. Cae la mañana a golpe de tiempo sobre Covent Garden y una mujer, de unos cuarenta años, empujada por la pena canta un aria. Arriba, sobre la baranda, algunos son testigos de excepción. Como el abeto recargado de bombillas y guirnaldas que anuncia que es Navidad. La gente pasea, se acerca, se asoma, se va... La tarde entra fría por la calle y convierte el mercado en un invernadero. Allí crecemos, cuidados y vigilados por alguien superior que nos deja entre la marea de gente que compra. Cesa el violín. Y al tiempo, reemprende con una nueva pieza...


Un rayo de sol se cuela entre la ferralla del techo. Pelea con grandes guirnaldas que cubren el cielo. Mientras, el violín y la soprano lloran a una.


La cantante ha sufrido mucho, se nota. Siente el dolor en sus ojos, vidriosos, en sus mejillas coloreadas, en sus manos cadavéricas. Canta...

O mio babbino caro,
mi piace è bello, bello;
vo'andare in Porta Rossa a comperar l'anello!

La gente vuela entorno al violín, que sube sus agudos, llorando desconsolado. Algunos miran, otros pasan de largo. Llega el olor del capuccino de una cafetería cercana y el grito de unos niños que recorren, tapados por su abrigo, corriendo, el pasillo central. Abajo, en su foso de llanto, la soprano canta... Calla el violín. Llora la voz desgarrada... Es la mañana de Covent Garden.

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