jueves, 4 de junio de 2015
ESCALERA INFINITA
No soy mejor que nadie. Nunca me he sentido así. Al revés, muchas veces me he cubierto de deméritos que los demás no olían en mí. Su olfato muchas veces estuvo por encima de mis creencias; otras, de sus posibilidades. Sea como sea, me siento un tipo normal con una vida algo más movida que intenta dejar una sonrisa al pasar. Hago del buen rollo religión, y no de una manera egoísta. Reconozco que me dibujo surcos de la edad en la mirada a base de sonreír, pero siempre he tenido la voluntad aquella de ser un motor generador de buenas suertes. No sé ya si existe. La suerte digo. Yo siempre me he sentido poseedor de ella. Hoy, de resaca por el regreso a la tele y la vuelta del viaje, reconozco que me siento algo más desválido aterrizando sobre mi vida. Nada normal.
Me siento al principio de una escalera infinita, aquella que ayer me fue cansando bajo un sol que no era de justicia pero que picaba. Ayer mi flato me enseñó a seguir subiendo siempre, porque al final hay una sombra, un relajo, un descanso, un castillo o mil maravillas. Ayer me descubrí cosas que no se me graban: y hoy tengo la sensación que todas mis enseñanzas son como cuando estudias rápido para un examen que hay que aprobar.
Aprendí más en la vida de leer que de estudiar. De oír, que de repasar. De ver, que de memorizar. Aprendí de la vida. Y así, hoy, con este dolor imposible de tristeza, me siento a escribir y me descubro verdades que sé, pero que solo reconozco cuando traslado al teclado. Al principio de la escalera, con una mochila pesada alosada en la espalda que bien debiera de tomarme como una casilla de salida. Ya dije que ni punto de partida ni viaje iniciático: demasiado interior para mi ausencia de voluntades. Dejémoslo en un punto de inflexión. Y ahora, Jaime, a decidir. Y sobre todo: a hacer. Porque todo lo demás, en este principio de escalera infinita, no te servirá de nada...
(No me soporto cuando me hablo a mí mismo en tercera persona)
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