domingo, 20 de abril de 2014

LEAL

Cada uno tenemos unos valores (quien los tenga, está claro). Los míos nunca me había parado a pensarlos pero hoy los he definido. Lealtad y justicia. Suena a caballero prosaico, a medievo y a derecho. Pero en resumen, junto con la libertad, creo que son las tres palabras que mejor trazarían mi perfil si se trata de hablar bien de mí. De hablar de mí, en definitiva, porque tampoco sé si ello habla bien. O mal. O no habla.

La libertad para hacer y decidir me ha parecido siempre básica, por eso odio a los que imponen, a los que deciden por todos y a los que no consultan. Las tiranías me repugnan, pero no solo las políticas, que también, las tiranías del alma son las peores. Las de aquellos que intentan arrastrarte por sus placeres y sus maneras de hacer. Siempre me he sentido libre y me ha gustado confiar en la libertad de los demás. Ayer vi "Los abrazos rotos" de Almodóvar por segunda vez y porque no la recordaba. Habla de libertades y posesiones. Y la caída por la escalera, que es un grito contra la libertad, me dejó inquieto una vez más. No soy un héroe. No defiendo más que nadie, ni mi voz clama más alto: pero me siento libre y siempre he defendido la libertad de todos los demás, para todo. Con aquella premisa básica de que tu libertad acaba donde comienza la mía (y viceversa).

Cené en casa de Edu y Kike, por el cumpleaños del primero. Me pasé primero por el desierto Corte Inglés de Colón. Compré un libro hipster sobre Nueva York y un disco de Bette Midler. Pasamos las noches con sus amigas colgadas del Tinder y echándonos unas risas antes de rematar entre sueños en Cyrano.

Lealtad y justicia. Necesito que la gente sea leal. Lo soy. Hasta la médula. Calculo que lo aprendí de mis padres y lo he disparado hasta el infinito. No hay mayor tarjeta de presentación para mí de nadie ni de mí: la lealtad. Dáme tu lealtad y me tendrás al lado del camino siempre. Y es difícil de explicar. He recaído en ello por un mensaje de antes de anoche, al amparo de la luna, en el que escribí algo así como "ya sabes que a mí el teatro solo me gusta encima de un escenario". Me respondió: "a veces, fuera, hay que hacer un poquito.". Y renuncio a mucho por no renunciar a mí. Pero al final, sin engañarme, entiendo que no fracaso para los que siguen cogiendo de mi mano la lealtad que buscan. Y sobre todo, no pierdo yo la mía propia. Nunca he negado que soy de excesos, pero como lo soy para lo bueno, lo soy para lo malo: no quiero renunciar a ir con la cabeza levantada, lo llamarán orgullo. Pero para mí es verdad. No me gusta la falta de lealtad, es lo que no perdono. Y me ha costado años darme cuenta. Pero es lo único que castigo: la falta de lealtad.

Y la justicia, calculo, sigue por los mismo ríos hasta que llega al mar. Ésta reconozco que es de mis bases la más estricta. Las cosas son justas o no lo son: y se batalla por las que sí y en contra de las que no lo son.

Hay días que preferiría ir caminando por la vida con otros valores. Pero son los míos. Y ni renuncio, ni son renunciables. Calculo que cuando alguien me compra, ya los conoce. Sino siempre hay un período de garantía para devolvernos... ¿no?

Feliz domingo de Resurrección.

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