Llegamos al Club Naútico con la intención de atracar y lo hicimos a la primera. Volvimos a la vida con duchas de agua dulce y nos fugamos. Escapamos al Bora Bora que es un como un infierno de aspecto caribeño y molón. Llegamos en los taxis al borde de la fiesta y nos instalamos nuestras toallas, nuestra nevera y nuestras ganas cerca de la playa, divisando frente a nosotros el desenfreno absoluto que es la fiesta en Ibiza. Nos hicimos cien fotos y algún ron con cola. Y cayó la noche, y calló también, bajo un cielo repleto de aviones jaleados por cientos de personas desenfrenadas al ritmo de una música sin letra. Si el infierno existe, para los amantes del demonio debe de ser el Bora. Recogimos los bártulos, cenamos algo de pizza y nos fuimos al barco. Me sale siempre decir “nos fuimos a casa”, que es una expresión que viviendo en la mar, es más especial todavía. Casi me dormí regresando. Había tenido alguna conversación importante, a la orilla del mar, de esas que tengo yo conmigo mismo. Sigo sin hablarme: yo que me había prometido estas vacaciones como un punto de partida, me quedó desayunándome un nuevo día con pan de ayer… Algo tendré que hacer. Debo provocarme un momento en proa y mirar al cielo, como ayer tarde, cuando se mecía de lado a lado el Nolan y me secaba en la postreras horas de tarde, apoyado en la proa de un barco repleto de gente.
Al despertar salimos del club. Compramos algunas cosas en las tiendas de Sant Antoni y desayunamos en el barco antes de partir. Zarpamos. Y cruzamos hacia Porroig disfrutando una vez más de las vistas y bajo un sol castigador que quemaba hasta las pestañas. Fondeamos en la cala, rodeadísima de naves, y preparamos un arroz al horno. La tarde debía de pasar por una siesta cuando llegaron Quique y Sonia con sus hijos, Quique, Pablo y Carmen. Preparamos un “refresquet” y nos echamos unas palabras sobre la mesa, hasta que se fueron a las nueve. El barco quedó sujeto por todas las partes posibles para no bornear. Demasiado cerca, el barcazo de un multimillonario se quedó anclado como vecino y nos obligó a sujetarnos toda la noche. En compensación se trajo una botella de champagne y mucha conversación. Hicimos lomo a la pimienta. Subió el aire y bajó la temperatura. Nos hicimos otro “refresquet” y cuando Michel regresó a su mundo de millones, capitán de fortunas, nos quedamos Pablo, Leo y yo cuidando de las estrellas. La noche se vino abajo y nosotros nos fuimos a dormir.
1 comentario:
Qué envidia, hermano. Como me gustaría poder estar disfrutando tanto. Por aquí todos bien, ayer me preguntaron por tí, y ya les conté lo que leo. Un besazo muy grande.
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