viernes, 5 de agosto de 2011

Cuaderno de Ibizácora (IV): La belleza imperfecta de Formentera

 


La mañana fue la resaca de un recuerdo, no de una borrachera, de botella de Billecart-Salmon y pimienta. Salimos recién levantados de la cala y emprendimos viaje a Formentera. El paseo en barco fue agradable hasta la saciedad: el sol cayó a plomo durante toda la travesía y acompañados por las olas, nos mecimos con viento de popa hasta que llegamos a la isla más blanca. Atracamos en la ribera de Sa Savina, frente a la playa que huele a desierto y olvido. A lo lejos se intuye si acaso y un poco la civilización, una grúa que destroza el horizonte y lo hace imperfecto y los muelles de barcas de pequeña dimensión que pueblan, ancho y largo, un mar fino turquesa y de aguas cristalinamente caribeñas. Ahora Leo cocina una paella en la bañera del barco, Alicia escribe en su diario y Pablo acompaña como pinche y rellena nuestras copas de vino blanco. Nada sabe como el vino blanco en el mar, sobre el Nolan, bajo el sol de verano que acompañamos ahora con alguna canción brasileña…



Hicimos fuerte en la frontera de Formentera con el sueño mismo. Desayunamos como acostumbramos cada día, pero casi a la hora de la comida y nos fuimos a la isla en la Zodíac. Si a penas perdimos unos minutos en recorrer el mercadillo del puerto. Tomamos una coca cola con patatas fritas en el bar más cercano y fuimos a comprar hielo, pan, tomate,… Regresamos al barco cuando no nos quedaba tiempo para comer y merendamos un picoteo de tapas sin fin. Luego, mecidos en la proa, me dormí sintiendo como crecía el aire fresco cada segundo que bajaba el sol. Me desperté justo para ver el cielo salpimentarse de colores anaranjados, cogimos la cámara de fotos y disparamos sin control contra la luz que se iba. 4 de agosto: el cumpleaños de Leo, que va abriendo puertas…



Cenamos pasada la noche unas pizzas caseras y unos panini de jamón y mantequilla. Se fueron a dormir la mitad y nos quedamos, una noche más Pablo junto a Leo, Alicia y servidor. El mar era el espejo del final del mundo. Negro absorvente, como negando el cielo estrellado que se abría camino entre nosotros. Preparamos una cafetera y unas risas. Y a las dos y media de la mañana nos tocamos las palmas cuando pensamos que lo suyo era bajar a tierra a gozar la noche. Nos dieron las tres y media cruzando en barcaza la madrugada y con un taxi llegamos al The Beach, el local de moda plagado de italianos que se mueven sin cesar contra la noche. Nos dieron las cuatro y media cuando regresamos a la Nolan amparados por la soledad de un cielo seminublado. La belleza imperfecta de Formentera me alcanzó por la noche llegando ya casi al barco. Subimos y nos servimos un vaso más. Y unas fotos. Y unas cuantas estrellas que se vinieron abajo contra cualquier pronóstico… El cielo clareaba apuntando un nuevo día cuando se fue Leo a dormir seguido de Pablo. Me quedé escuchando los gallos quiquiriquear pensando en mi fortuna de recibir así el nuevo cinco de agosto. Me fui a dormir cuando el cielo era un velo beige inmenso y repleto de ceniza. Me dormí y amanecí entre mis brazos. Crucé a proa hasta que fueron despertando los demás y disfrutando de la mañana. Ahora, las cinco y media de la tarde, huele a paella y a nueva noche, a tránsito y a paz, a esperanza y a sueños… Hoy me he cuestionado hacia adónde envío mi vida. No me he respondido, espero encontrar respuesta pronto y, si no, esperaré que llegue el momento que siempre llega para todo…


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