miércoles, 31 de agosto de 2011

ADIÓS AGOSTO



Me voy de agosto, mi mes de nacimiento, con la tristeza de no haber escrito más. El calor nos ha empujado contra el suelo este mes. Me voy del mes, mi mes de veraneo, con la alegría de haber mejorado el blog con respecto al año pasado. Y ahora, que es madrugada y la tele se deja palabras sueltas por mi despacho sin que le haga mayor caso, acabo de abrir una nueva página en mi vida que espero no acabe por cerrar ésta: sería una metáfora negra.

http://unavozpopular.wordpress.com/2011/08/31/principios/

He creado un blog de opinión política, para no ensuciar las páginas que se pierden aquí y para acercar mi trabajo y mi opinión sobre aquellas cosas que no comento por no traerme el trabajo a la vida privado. Hace mucha calor. Demasiada. La tengo clavada contra los ojos que hoy me piden sueño antes que ayer. Me encontré con un mensaje de socorro anoche en el facebook que me trajo la noche, de repente. La vida da muchas vueltas. Demasiadas. Lo cual no creo que sea malo...

Hoy se acaba el mes pues y mañana iniciaré el nuevo curso: tendré que coger una mochila y prepararme para la vuelta al cole, porque el regreso ha de traer nuevas asignaturas y nuevos libros... Cuando era pequeño me encantaba este tiempo previo al regreso del cole. Forrar las carpetas, oler los libros nuevos de Santillana, comprar libretas, pelear por un estuche nuevo con sus lápices de alpino... El cole para ya lejos y sin embargo algunos recuerdos, en el empeño, con su esfuerzo, llegan frescos.

Llega la nueva película de Almodóvar: La piel que habito. Quiero verla. Y quiero empezar a tejer la piel en que habito yo...

viernes, 26 de agosto de 2011

Cuaderno de Ibizácora (VIII): Naves para un futuro regreso

Se me fueron los días. Hoy escribo desde el hogar saturado de poniente rebajado a presión por el chorro del aire acondicionado, que incondicionalmente me abanica. Pasaron los días de verano a los que les cantó Amaral y me vine a tierra, a Sarrión, luego a Valencia, pasé por Benafer y Almenara. La casa hoy marcó 39 grados. Y me vine al blog pensando que lo tengo congestionado y que me quedaba por cerrar un capítulo. El último de la travesía ibicenca de 2011. Probablemente, como anoche estuve en Paterna en el concierto de Dani Martín y me reencontré con Gueguel y Luis, con Leo y su abrazo (además de estar la hermana y cuñada de Luis y la pequeña y siempre risueña Mireieta) hoy vengo con la resaca de mar salada a cuestas y con intención de acabar las líneas que sé que os debía. Vaya por delante, ahora, el final de un cuaderno de ibizácora que se escribió entre muchas horas de calma, relax y risas. Qué bien vinieron aunque ahora huelan a lejanía absoluta...


Estoy en el aeropuerto de Ibiza. La calor del asfalto se cuela entre las baldosas y me deja en soledad sentado dos horas antes de que abran la facturación. Llegué al aeropuerto desde Ses Salines directo en dos autobuses que menearon la sangría de champagne con que puse punto y final al viaje. Belén, Leo, Alicia, Gueguel y Luis se quedaron para recibir a Raquel y Pablo. Calculo que por entonces Raúl ya habría resucitado. Miré mis billetes y la novela que no empecé, Los pilares de la tierra. Saqué la libreta y si apenas esbocé algo. Necesitaba algo de actividad porque mis padres nunca me enseñaron a estarme quieto. No sé tampoco si lo intentaron.


El día anterior nos habíamos levantado en la mar serena. Formentera abría su paraíso infernal a nuestros caprichos. Recorrimos el litoral e hicimos un tentempié cruzado S'Espalmador, más allá. Subimos a la zodiac y fue la fiesta, la más completa. Nos fuimos todos embarcados a Sa Savina a la búsqueda de hielo y cervezas, yo tinto de verano, bajo el calor sofocante. Hacía poniente, como hoy que escribo, porque el agua del estany era caldo puro. Me quedé a remojo cubierto por aquella sopa transparente y nos regresamos con la mayor fiesta que tuvimos, barco a barco, canción a canción, convirtiendo la isla en una fiesta a la que todos querían apuntarse. Fue un momento mágico, especial. Un subidón de adrenalina en mitad de la mar que nos contagió por completo.


Llegamos al Nolán y no hicimos pie. La zodiac nos empujó hasta la playa, cayendo ya la tarde. Primero nos encontramos una fotógrafa, o si acaso nos encontró ella, en un periplo propio de un capítulo de Callejeros. Hubo risas y ratos. Muchos de unas y de otros, afortunadamente, haciendo que el día, mi última noche, se convirtiera en un festín. Regresamos pasada la tarde entera al barco. Hubo duchas y pausas. Fotos descargadas, si acaso algún renglón. Y Raúl, Belén y Leo se dejaron acariciar por la cazalla mientras prepararon una exquisitez de pollo quemado a la brasa. La noche la cerramos con pechugas y patatas, algo de conversación y un manto cubierto de estrellas...


Se fue cayendo la noche y el día amaneció con su color de despedida. Sabía que el regreso a Ibiza iba a convertirse horas después en el regreso a la monotonía y la vida normal, para la que me traje recargadas las pilas de esta vida que empujamos cada día. El barco surcó la mar hasta Ses Salines, dibujando en el horizonte el Jockey, el Malibú,... Nos quedamos a echar el día anclados a pocos metros de la arena y después de comer nos fuimos hacia tierra. Principio de despedida. Pero como sucede cada año con Ibiza, principio de regreso: preparando las naves para el futuro. Al año que viene hará diez que veraneo en la isla blanca. Debería de organizar una expedición especial para tan magno aniversario.


Al acabar de comer, me sorprendieron mis amigos con dos regalos. Un foulard rojo, Luis y Gueguel. Un reloj morado, Leo. No sé si fui lo suficientemente agradecido porque llevado por la sorpresa me quedé en silencio. Les dí las gracias y pensé que soy más afortunado de lo que creo (todavía). No por un pañuelo y un reloj, por tener gente alrededor que me sigue queriendo, aunque a veces yo me empeñe en no enterarme. Como una metáfora me dejaron agarrado por el pañuelo, atado al tiempo del reloj, pensando qué habrá mañana...

Nos hicimos la sangría en la costa. Hubo varias. Dos o tres, de verdad que no lo recuerdo. Al rato cuando empezó a hacerse la hora, indagamos Luis y yo si habría taxis para volver a la civilización. Al final nuestra solución fue un autobús. Ahí despegué. Antes que en el aeropuerto, cuando con la felicidad chispeante de mi despedida empecé a soñar por las salinas hacia adentro... Fue el mayor momento que tuve en tierra, entre aceras y asfaltos, bajo farolas y entre casas. El regreso a la normalidad, el sueño y las ganas de volver a Ibiza, la gratitud llena de recuerdos y de risas, de ausencias también, de cosas que perdí y que gané en un año que enterré entre las aguas molidas por el motor del Nolan...

martes, 9 de agosto de 2011

Cuaderno de Ibizácora (VII): Mar de fondo



Que alguien anote sobre su libro negro de la venganza este momento porque será para odiarme. Escribo estas hojas perdidas desde la popa del Nolan. Cae el sol frente a mí, mis manos y el teclado, en continuo vaivén de un borneo abarajando, se confunde a las 20.37 hora en que sobre S’Espalmador, el paraíso de Formentera, está cayendo el sol. No sé si volverá a existir un paisaje de esta delicia nunca ni creo que lo hubiera de tal belleza. Es un retrato absoluto de la paz, de la serenidad, de la tranquilidad,… El agua, como un chorro indefinido, choca en la popa del barco. No hay mayor sonido, alguna música a lo lejos y el grito de unos adolescentes que difumina el enorme balón que se muere frente a mí. El cielo está absolutamente despejado, se desdibuja como una muela emergente Es Vedrà en el horizonte último y se cae rodeado por un cielo descomunal de azul tímido alrededor de una corona amarillenta que acompaña al sol en su último suspiro. El mar, vals acompasado de azules, negros y grises de un mismo tono, baila su ritmo al compás de un atardecer al que los barcos le entregan su popa.

Anoche fue, sin embargo, el infierno de un paraíso. El susto arrítimico de una marea libre batiéndose crudamente contra nuestro cascarón de nuez. Alrededor de las ocho de la tarde, estando en Cala Llonga, después de un guisado de carne, una siesta de dos horas y un café para estudiantes en exámenes, el mar batió su fondo a fuerza contra nuestro equilibrio. Y hubo una guerra sin parangón hasta ahora entre el Nolan y la mar. Nos atamos a la proa, con la diversión inocente al principio de la sorpresa desatada por el mar de fondo. Comenzaba la batalla. Nos unimos casi todos, de esta tripulación rejuvenecida a base de risas, frente a una mar que, incansable, nos sacudía, arriba y abajo, a estribor ahora y babor después. Al revés a ratos. Las olas subieron por encima del metro. El barco se hundía contra ellas como un estoque furioso contra la piel de la mar; se sacudía de nuevo y alzaba en su último suspiro una remontada gloriosa hacia un cielo que, cada segundo, se mostraba más oscuro y cubierto. El viento se encargó de todo, sin dejar descanso, en cada embate, cruzando el cielo contra la mar y al revés. Ahora a estribor, golpe por babor. Arriba y abajo, entre sacudidas de temor y negritud absoluta. Cayó la noche y con ella se perfiló aún más la batalla. Comenzaron los mareos y las cavilaciones, el saber que habría poca tregua durante la noche y que dependíamos de que la providencia se anclara en nuestra cala sin calma para pasar la noche. Nos organizamos sin orden ninguno para cruzar la madrugada, sabiendo que nadie podría dormir en condiciones, para controlar los muros agrestes que cincurcidaban Cala Llonga, sin que la nave les embistiera, en momento alguno. Por eso, casi sin pensarlo, aparecimos de repente los siete bajo mantas y frente al aire fresco de las primeras horas de la noche, compartiendo un trozo de pan, y haciendo cábalas en silencio sobre cuál sería nuestra fortuna de ahora en adelante. Se deshizo el tiempo. Se cayeron las manecillas de los relojes que apenas si adelantaban algo. Las doce de la medianoche nos parecieron las tres, acompañados por una increíble selección de música en la radio, única compañera de los improvisados polizones de proa. La una tardó en llegar y más aún las dos. El mareo era continuo, los embistes salvajes se domesticaban a ratos, pero las nubes cubrían todo el cielo y si apenas dejaban entrever alguna estrella. Al rato, la maraña de nubes se disolvió y el universo, ante nosotros, se quedó como testigo mudo de la noche, con su luna de iluminación exacerbada y el tintineo lejano de los aviones que ora llegaban ora se iban… Yo caí en torno a las tres de la madrugada y a las cinco regresé a la proa. Había acabado compartiendo la noche con Raúl y Belén que se había ido poco antes. Alicia, Gueguel y Luis se resguardaban sin pestañear en el comedor de la embarcación y Leo, capitán infatigable, hacía como que dormía en el puente de mandos. Cuando volví a salir la noche se había dejado algo de frío en la refriega y el viento era menor. El mar de fondo seguía haciendo y deshaciendo de las suyas. Pero las mantas eran insuficientes: dejé a Raúl con Belén y Luis viendo apagarse la batalla y desperté pasadas las siete y media con la sensación de haber despertado cien veces o de no haber dormido ninguna. La noche fue larga. Lo comentamos todos entre risas siendo la mañana siguiente, cuando comprobamos qué cierto es que pasada la tormenta, siempre queda la calma.

Son las 21.02. Leo sale de una siesta con la que hemos reventado la noche. Salimos a primera hora, casi en silencio de Cala Llonga, atravesamos los Freus y alcanzamos S’Espalmador, en Formentera. Todo es casi una calma absoluta, una balsa de aceite. El sol del atardecer ya se ha caído formalmente. Empiezo a tener algo de frío envuelto en la brisa y la noche que se anuncia es bien distinta a la de ayer. Lo de anoche será una anécdota más vivida en familia, en equipo, con lo que es impagable. El sol ha hecho justicia contra nosotros por la mañana. Con la zodíac nos acercamos a la orilla de la playa para echarnos un tentempié de los que te mantienen tumbados. Belén, Raúl y yo nos hemos perdido entre los caminos de los barros para embadurnarnos en un fango gris oscuro. Nos hemos secado persiguiendo el perfil del paseo, del camino, del atajo, de la mañana… Hemos descubierto a Ana Rosa Quintana como vecina de destino, esta playa de paraísos lejanos y nos hemos ido a Sa Savina con media hora de traslado en la zodíac, unas cervezas y todas las risas que nos cabían y que guardamos de anoche. Regresamos de nuevo al Nolan. Si hubo un intercambio de ideas y una siesta. En la proa me mecí, como un niño acunado, mucho más ligero y tranquilo. Me desperté para ver atardecer, para acompañar el sol amarillo y anaranjado irse contra la mar. El agua, tranquila, se va hacia el horizonte y todo se desdibuja entre nubes claras, amarillas, naranjas levemente y gris ceniza. Arriba, el cielo. Y yo aquí, mecido, a punto de cocinar unas torrijas y previendo que la noche, hoy, se moverá con otras aguas menos turbulentas…

lunes, 8 de agosto de 2011

Cuaderno de Ibizácora (VI): Solo entre piedras blancas


Coldplay, Viva la vida. Suena en estos momentos que el viento azota el Nolan. La mañana se ha pasado en este octavo de agosto entre nubes y claros. Estamos en Cala Llonga. Llegamos ayer, veníamos arremangados desde Formentera porque parte de la tripulación se apeaba y llegaban nuevos compañeros de viaje. Pasamos por el puerto de Ibiza, la ciudad hermosa del Dalt Vila, para cargar gasolina. Perdimos una boya y Vitín tuvo un pequeño accidente, hay días en los que las cosas te salen mal. Hay épocas más largas para otras personas de igual resultado y hay gente que nunca sale de su agujero negro. Yo, por el contrario, intento hacer de mis días un capazo de colores, una vida multicolor en la que con sombras y muchas luces sigo adelante. Hay veces pensaba ayer, recostado en la proa, que muchas de las sombras que me encierran, las provoco yo. Y ha llegado el momento de disipar algunas…

Llegamos a Cala Llonga, casi sin darnos cuenta tras once millas de travesía en que navegamos una vez más con el buen rollo y la risa por compañeros de viaje. Fondeamos en la bocana casi de la propia cala y nos hicimos al nuevo espacio en esta excursión nómada que nos trae y que nos lleva. Con la Zodíac fuimos al ataque de la costa Leo, Pablo y servidor, dejando los pies entre arena y duchas de agua dulce. Apuramos las últimas risas en la terraza de un chiringuito con unas bravas y un pulpo de por medio. El calor empujaba a traición contra el infierno y resistimos heroicos en nuestro regreso al barco, ya casi sin hambre… En el Nolan habían hecho sus maletas Vitín, Paloma, Paloma hija, María y Pablo. Nos intercambiamos un abrazo y la promesa de vernos pronto. Se fueron en la Zodíac y nos quedamos Ali y yo capitaneando el barco hasta que regresó Leo. Limpiamos con fruición el barco y nos merendamos una coca cola con cacahuetes esperando que llegaran Luis y Gueguel, Raúl y Belén. Me tumbé en la proa cuando avisaron que habían llegado y Leo fue a recogerles. En nada ya teníamos a la nueva tripulación bebiendo con recibimiento y planeando entre risas qué hacer con los días que quedan por llegar… Luis ideó una pócima dulce, como la tarde. Hubo baño en la mar salada y copeteo. Preparamos las brasas y cenamos bajo el manto de la madrugada que anunciaba nubes, la mar casi en calma chicha y la música con desenfreno retumbando en los cortantes barrancos que escarpan Cala Llonga. Volví a mirar al cielo buscando la estrella que te prometí y me confirmaste con otra estrella fugaz que seguías allí. Fue suficiente. Ginebra y Seven Up. Pasaron las tres de la mañana y me fui a dormir, muerto de la risa, sin el cansancio que tenía en las primeras y postreras últimas horas de la tarde. El resto emprendió su camino de final de día hasta la proa. Me desperté a las siete. Y a las nueve, cuando Gueguel cruzó el pasillo. Me fui a la proa a tomar las nubes y cuando todos estábamos despiertos emprendimos la ruta con una excursión en grupo que ha acabado en una cala llena de piedras redondeadas, de olas verde marinas y un sol que anuncia paz. Por un momento, me imaginé solo entre piedras blancas.


Apuntes al margen.

Ibiza siempre me regala paz. La isla blanca me recarga las energías desde hace ya años, menos de los que presiento, porque tengo la idea de haber vivido siempre los tiempos irreales entre las aguas de este universo. Mis tiempos irreales son los que no conectamos con la tierra; cuando nos quedamos en momentos de paz, de tranquilidad, fuera de la vida real, del trabajo o de la ausencia, de la monotonía y el ruido, cuando me paseo por las nubes me vengo aquí. Por eso, estar aquí, es una bendición.

Tengo pocos momentos para pensar, la verdad. Creía que sería capaz de dejarme este verano anclar en los mares de la meditación y recomponer un yo que mandaría hacia otro sitio. Ha llegado el momento en la vida de reivindicarse como se es. Y yo soy así, me gusto más que me disgusto, me entiendo más que me desentiendo, me acompaño más que me abandono,… Es suficiente con eso. Otras cosas son mis voces interiores que me aconsejan mejor que nunca, como aquellas que me dicen: muévete. Y me muevo.

Me intranquilizó un mensaje privado en mitad de la mañana, sabes que es tuyo. Pensé en ti en los últimos días más de lo habitual, y más siendo vacaciones. E intenté hablar contigo y no pude. Luego, esta mañana, me dijiste que estabas ahí, en silencio, pero que estás. Y para mí eso es bastante. Tan solo pienso que ahora el que tiene que estar soy yo. Calculo que en breve te necesitaré y tendré que descolgar el teléfono para decirte que quiero estar una vez más solo, en mi mitad de montaña de piedras blancas, pero como no podré, necesitaré ir a la playa de tu amistad para contar contigo y que me ayudes a caminar. Así que ahora, como es tu tiempo, porque así debe de ser, si quieres un paseo, ven a caminar y te daré la mano… Cuentas conmigo como yo contigo, como siempre y hasta pasado mañana.

domingo, 7 de agosto de 2011

Cuaderno de Ibizácora (V): Luna creciente de color mandarina

 


Caloreó con brisa de proa cuando abrí los ojos. Apenas si hacía un susto que me había dormido y me entretuve mirando al techo con la idea de lanzar mi mañana hacia algún sitio. Salí a popa y me fui hasta la proa para dejar mis primeros minutos bajo el cielo. Leo y yo nos entretuvimos un rato, él desde su cabina y yo desde el día, con el whatsapp de los móviles en nuestro Nolan Club Resort & Spa, improvisando futuros con la trouppe que queda por llegar… Me avisaron de que estaba el desayuno en marcha cuando Leo ya estaba junto a mí en la cama de proa y comenzamos todos juntos un día más alrededor de la mesa. Se fueron pasando las horas. Paloma y Vitín junto con las hijas de aquélla se fueron a tierra en la Zodíac. Nos quedamos en el barco Alicia y yo a la espera de que regresaran Leo y Pablo.

Abrimos cuando llegaron una botella de vino blanco y empezamos a preparar, unos como pinches de los otros, una paella. Abrimos otra botella de vino blanco y creo recordar que picamos algo. Encendimos el fuego cuando el sol comenzaba a no ser tan beligerante y, alrededor de unas risas y mucha conversación, se fue haciendo el caldo y el futuro. Abrimos otra botella de vino blanco. El arroz se consumió apurando el butano. Ahora ya fuimos de la risa y de la palabra, del chisporroteante dulzor del vino marinero acunado entre hielos, del arroz estupendo de soberbio sabor y de las ganas de fiesta absolutas. Hicimos una fiesta en minutos y la resolvimos con una siesta rápida. Pablo y yo en proa, haciendo fotos y rematando la cuarta botella de vino. Leo y Alicia en las entrañas de la embarcación. Al cabo de un pequeño rato, la noche lo invadió todo. Pasé por una ducha dulce que me supo a gloria y a infiernos, manejado bajo el agua con algo de champú disfrutando de los pequeños placeres de la cosmética y la vida moderna. Mi piel se había convertido en una costra salada sobre la que el sol va haciendo sus pequeños estragos.

Cenamos con urgencia un bocadillo de tortilla francesa y nos hicimos a la mar hasta llegar a Formentera. Cogimos un taxi y probamos suerte por Sant Ferràn con un exceso de tranquilidad que nos empujó, por segunda noche consecutiva, a Es Pujols. Recaímos en The Beach cuando sólo estaban los camareros, antes de que una plaga de italianos sacudiese la madrugada. Tomamos ron con coca cola y ginebra con Sprite. Cantamos las canciones que conocíamos y nos sorprendimos con la música desconocida que tararean en Italia. Esperamos a que la fiesta acabara y caminamos por Pachanka hasta la parada de taxis. En nada estábamos de nuevo en el barco, en el Nolan. Nos hicimos Pablo, Leo y servidor una madrugada más con hielos. El capitán se fue a proa y yo dormí plácidamente sin esperar a que me asustara el cansancio. Desperté de nuevo bajo el calor de un nuevo día, acompañado de una brisa que no puede comprarse. Desayunamos tímidamente en la popa y pasamos la mañana hasta que buscando butano partimos a nuevas tierras. Paseamos por Formentera: me compré a juego una pulsera con la que le llevaré a Edurne, a quien dos días antes le envíe una postal como siempre, deseando que pronto venga a la mar y a Ibiza. Tomamos alguna tapa en el bar y esperamos a poder comprar butano y comida para organizar una fideuà al regreso. Volvimos al Nolan y tapeamos mientras la tarde zarpaba con dirección sudoeste. La fideuà cayó pasadas las seis de la tarde y me dejé arrastrar por el frío en una siesta sin límites por toda la tarde. Desperté en proa por la humedad y desayuné en medio de la noche una creppé de Nutella y un vaso de leche con cola cao. Al rato, toda la tripulación, combatimos contra la noche con una partida de Trivial por delante… (no sé qué sería de esta entrada si no existieran las marcas registradas…).

Se fueron a dormir los demás. Yo miré nuevamente al cielo, buscando la estrella que te regalé antes de anoche. Hace tres años, en las montañas del Himalaya te dije adiós mirando al cielo cuando una estrella se durmió entre las nubes. Hace tres noches, cuando te busqué de nuevo en el firmamento supe que eras tú por aquella estrella errante que fugazmente se perdió en el universo. Anoche, volví a buscarte, con la luna creciente de color mandarina besando ya el horizonte, y vi que el cielo se había movido, el mar, el barco y todo andaba en un balanceo que me llevo al sueño. Una vez más.

viernes, 5 de agosto de 2011

Cuaderno de Ibizácora (IV): La belleza imperfecta de Formentera

 


La mañana fue la resaca de un recuerdo, no de una borrachera, de botella de Billecart-Salmon y pimienta. Salimos recién levantados de la cala y emprendimos viaje a Formentera. El paseo en barco fue agradable hasta la saciedad: el sol cayó a plomo durante toda la travesía y acompañados por las olas, nos mecimos con viento de popa hasta que llegamos a la isla más blanca. Atracamos en la ribera de Sa Savina, frente a la playa que huele a desierto y olvido. A lo lejos se intuye si acaso y un poco la civilización, una grúa que destroza el horizonte y lo hace imperfecto y los muelles de barcas de pequeña dimensión que pueblan, ancho y largo, un mar fino turquesa y de aguas cristalinamente caribeñas. Ahora Leo cocina una paella en la bañera del barco, Alicia escribe en su diario y Pablo acompaña como pinche y rellena nuestras copas de vino blanco. Nada sabe como el vino blanco en el mar, sobre el Nolan, bajo el sol de verano que acompañamos ahora con alguna canción brasileña…



Hicimos fuerte en la frontera de Formentera con el sueño mismo. Desayunamos como acostumbramos cada día, pero casi a la hora de la comida y nos fuimos a la isla en la Zodíac. Si a penas perdimos unos minutos en recorrer el mercadillo del puerto. Tomamos una coca cola con patatas fritas en el bar más cercano y fuimos a comprar hielo, pan, tomate,… Regresamos al barco cuando no nos quedaba tiempo para comer y merendamos un picoteo de tapas sin fin. Luego, mecidos en la proa, me dormí sintiendo como crecía el aire fresco cada segundo que bajaba el sol. Me desperté justo para ver el cielo salpimentarse de colores anaranjados, cogimos la cámara de fotos y disparamos sin control contra la luz que se iba. 4 de agosto: el cumpleaños de Leo, que va abriendo puertas…



Cenamos pasada la noche unas pizzas caseras y unos panini de jamón y mantequilla. Se fueron a dormir la mitad y nos quedamos, una noche más Pablo junto a Leo, Alicia y servidor. El mar era el espejo del final del mundo. Negro absorvente, como negando el cielo estrellado que se abría camino entre nosotros. Preparamos una cafetera y unas risas. Y a las dos y media de la mañana nos tocamos las palmas cuando pensamos que lo suyo era bajar a tierra a gozar la noche. Nos dieron las tres y media cruzando en barcaza la madrugada y con un taxi llegamos al The Beach, el local de moda plagado de italianos que se mueven sin cesar contra la noche. Nos dieron las cuatro y media cuando regresamos a la Nolan amparados por la soledad de un cielo seminublado. La belleza imperfecta de Formentera me alcanzó por la noche llegando ya casi al barco. Subimos y nos servimos un vaso más. Y unas fotos. Y unas cuantas estrellas que se vinieron abajo contra cualquier pronóstico… El cielo clareaba apuntando un nuevo día cuando se fue Leo a dormir seguido de Pablo. Me quedé escuchando los gallos quiquiriquear pensando en mi fortuna de recibir así el nuevo cinco de agosto. Me fui a dormir cuando el cielo era un velo beige inmenso y repleto de ceniza. Me dormí y amanecí entre mis brazos. Crucé a proa hasta que fueron despertando los demás y disfrutando de la mañana. Ahora, las cinco y media de la tarde, huele a paella y a nueva noche, a tránsito y a paz, a esperanza y a sueños… Hoy me he cuestionado hacia adónde envío mi vida. No me he respondido, espero encontrar respuesta pronto y, si no, esperaré que llegue el momento que siempre llega para todo…


jueves, 4 de agosto de 2011

Cuaderno de Ibizácora (III): Delta 12



 Cuando el mar se oscureció, el cielo gris, surcamos Sant Miquel en dirección a la cala. Bajamos a comprar algo a la costa, pan, algo de bebida, un periódico,… Ayer desde el Nolan, vía internet en el móvil, leí cosas sobre las primas de riesgo de España y pensé como nos conduce la ignorancia a la tranquilidad. Recibimos una llamada estando al borde de la Zodíac, teníamos atraque finalmente en el Club Naútico de Sant Antoni, el D12, así que recogimos pronto las cosas y zarpamos una vez más. El paseo lo fue en todas condiciones. Surcamos la mar a pocos nudos de velocidad y disfrutando palmo a palmo de toda la calma. Nos echamos unas risas y una coca cola. La costa, desde el mar, parece distinta. Como más lejana, como más recta,… Las cosas, muchas veces, desde otro punto de vista acaban pareciendo distintas…

Llegamos al Club Naútico con la intención de atracar y lo hicimos a la primera. Volvimos a la vida con duchas de agua dulce y nos fugamos. Escapamos al Bora Bora que es un como un infierno de aspecto caribeño y molón. Llegamos en los taxis al borde de la fiesta y nos instalamos nuestras toallas, nuestra nevera y nuestras ganas cerca de la playa, divisando frente a nosotros el desenfreno absoluto que es la fiesta en Ibiza. Nos hicimos cien fotos y algún ron con cola. Y cayó la noche, y calló también, bajo un cielo repleto de aviones jaleados por cientos de personas desenfrenadas al ritmo de una música sin letra. Si el infierno existe, para los amantes del demonio debe de ser el Bora. Recogimos los bártulos, cenamos algo de pizza y nos fuimos al barco. Me sale siempre decir “nos fuimos a casa”, que es una expresión que viviendo en la mar, es más especial todavía. Casi me dormí regresando. Había tenido alguna conversación importante, a la orilla del mar, de esas que tengo yo conmigo mismo. Sigo sin hablarme: yo que me había prometido estas vacaciones como un punto de partida, me quedó desayunándome un nuevo día con pan de ayer… Algo tendré que hacer. Debo provocarme un momento en proa y mirar al cielo, como ayer tarde, cuando se mecía de lado a lado el Nolan y me secaba en la postreras horas de tarde, apoyado en la proa de un barco repleto de gente.



Al despertar salimos del club. Compramos algunas cosas en las tiendas de Sant Antoni y desayunamos en el barco antes de partir. Zarpamos. Y cruzamos hacia Porroig disfrutando una vez más de las vistas y bajo un sol castigador que quemaba hasta las pestañas. Fondeamos en la cala, rodeadísima de naves, y preparamos un arroz al horno. La tarde debía de pasar por una siesta cuando llegaron Quique y Sonia con sus hijos, Quique, Pablo y Carmen. Preparamos un “refresquet” y nos echamos unas palabras sobre la mesa, hasta que se fueron a las nueve. El barco quedó sujeto por todas las partes posibles para no bornear. Demasiado cerca, el barcazo de un multimillonario se quedó anclado como vecino y nos obligó a sujetarnos toda la noche. En compensación se trajo una botella de champagne y mucha conversación. Hicimos lomo a la pimienta. Subió el aire y bajó la temperatura. Nos hicimos otro “refresquet” y cuando Michel regresó a su mundo de millones, capitán de fortunas, nos quedamos Pablo, Leo y yo cuidando de las estrellas. La noche se vino abajo y nosotros nos fuimos a dormir.


martes, 2 de agosto de 2011

Cuaderno de Ibizácora (II): Mares de azul petróleo

 

Nos hicimos un desayuno continental, no por el contenido que sí por el continente. Nos sentamos en familia, ellos que lo son y yo que me adapto, y nos preparamos los vasos de leche y las tostadas y preparamos la salida. Leo y Vitín organizaron la ruta. A mí el cuerpo me pedía Portinatx porque desde que la descubrí me parece la cala de aguas más bellas que conocí. El alma me pide recuerdos y viene aquel viaje a Vicente y la amistad perdida. Recuerdo las escapadas por aquí al año siguiente con la gente de Sarrión y las escapadas con Mabel y Manolo. Con Laura y Sergio, con David y Carol, con Angelita siempre… Con Jose y con Moncho. Con Leo y el Nolan repitiendo, compartiendo los dos esta sensación de cómo podemos complementarnos por distintos. Yo creo que es Raphael… Mientras tecleó Leo lo imita cada vez de una manera más raphaeliana… Volveré a lo que decía: el alma me pide recuerdos. Si viniera a mí los cambios que quiero y fuera capaz de reclamarme algún pequeño espacio más, seguramente empezar mirando atrás a comprobar quiénes vinieron de Ibiza y con quiénes me fui y me vine, si viese por un pequeño rasguño de las heridas de mi tiempo, la tristeza que provocan los que están lejos o ni siquiera están, pensaría que cambiar es más fácil. Pero al final, ahora que el sol cayó sobre Benirràs, sobre el surco del horizonte donde el azul petróleo se convierte en negro, y suena “Love is in the air”, miro al final del cielo y me deseo la felicidad que siempre buscamos. Vivimos empeñados en encontrar siempre la felicidad, en ser felices… Yo no puedo tener queja. Soy feliz. Aunque me falten algunos que viajaron conmigo por esas sendas de la felicidad que se oscurecen hoy, azul petróleo y luego más negro o negro absoluto…



Tripulé bajo la capitanía de Leo el Nolan hasta Sant Miquel: eso fue un regalo de confianza que el patrón dejó sobre mí. Uno más. Quiere leer antes que se escriban estas líneas, le debo esa confianza. El barco llegó y fondeamos en mitad del paraíso borneando sobre el verde esmeralda del mar. Qué bello es el mar. Qué bella la felicidad… Hoy, ahora que escribo, al tercer día, soy feliz. Vimos caer el sol sobre el mar desde el mismo mar. Ali, Paloma, Leo y yo nos comimos unas pipas e hice cuantas fotos me sobrarán para siempre. Regresamos al barco, la tarde la habíamos pasado tomando “refresquets” con Paloma, María y Pablo sobre el techado de un inestable espacio donde guardan los pescadores sus barcas y luego bajo él, dejando caer la tarde entre hielos, nudistas, mar, risas y ganas de volar. Nos fuimos al atardecer. Y cuando cayó, callamos con él. Se demoró el fuego y comimos pollo a la brasa y patatas al horno con berenjenas y tomate. Unas cebollas asadas y algo de vino. Se fueron a dormir y nos quedamos en el límite de la noche bajo las estrellas y sin luz. Leo roncó al breve, cuando el frío empezó a comerse la noche. Yo entendí entonces que desde hoy iba a ser feliz…



Llegamos a Benirràs. Fondeamos sobre la posidonia y nos arrastramos por la arena. Intentamos pescar y me encantó la experiencia: el segundo día que Leo me enseñó algo, de tres que llevamos en el camino. Preparan ahora las brasas para las chuletas de esta noche. El fuego se confunde con el azul petróleo. Recién regresamos de abrir una botella de vino blanco sobre la zodiac con que surcamos el mar y nos hicimos al atardecer. Miramos los mensajes del móvil. Los del Club Nolan con quienes nos encontraremos pronto… Con Laura otros tantos. Le debo una conversación. Y otra a la noche. La noche que lo ocupa ya casi todo y convierte el mar azul petróleo en una maraña oscura de tímidas líneas negras sobre las que bailan los reflejos de alguna luz perdida y tiritan las chispas del fuego que vuela a lo lejos, hacia el horizonte…

Cuaderno de Ibizácora (I): El sueño que vuelve


A las dos de la mañana la lluvia se apoderó de la Patacona y deshicimos nuestra mesa escampando las sillas bajo el agua. Nos despedimos ya totalmente mojados y Jose y Ana me acercaron al Náutico. Leo estaba despierto haciendo señales de luz para que localizara el Nolan y crucé el pantalán, con la maleta en la mano, de la misma e igual manera que un concursante entra en Gran Hermano. Al final mi semana fue un batiburrillo de momentos desorganizados, contrarreloj sobre todo el viernes, con lo que llegar al barco fue casi más una casilla final de partida que un inicio de nada. Nos acostamos tarde y a las cuatro sonó el despertador: nos pusimos manos a la obra con la oscuridad única por compañera de viaje. Zarpamos. A Ibiza, a la aventura, a los sueños, a la esperanza, a la recarga de energías con que la isla blanca empuja siempre. A mitad camino llegó la tormenta. Primero desde la lejanía absoluta en tímidos relámpagos que caían sobre la mar. Fue inevitable que pensara en mi madre: su sueño siempre ha sido ver una tormenta en el mar. Leo avisó: en nada la tenemos encima. Y así fue. Un espectáculo de belleza increíble. El agua batiéndose con exceso de euforia contra el Nolan. Un mar negro, como de gasolina, como de agua de día que comienza, negra absoluta se peleó sin fortuna contra nuestro barco. Y al tiempo, tras la leonina victoria, un rayo de sol lo inundó todo. Me hice al sueño sin darme cuenta porque el cuerpo andaba destemplado y de repente, desperté. Subí a la azotea y divisamos las rocas ya cercanas. La travesía estaba a punto de finalizar y tomamos rumbo a Sant Miquel para fondear. Enseguida se nos hicieron las tres y las cuatro, las cinco y las seis… Nos hicimos unos “refresquets” a base de ginebra y algo de hierbabuena. Comimos caracoles (qué delicia como los hace Doña Lena) y picoteamos poco más. Y me tumbé entre dos sillas azules de madera mecido por el Mediterráneo mientras que, pasadas las siete, el sol ya combatía contra alguna nube. Me desperté acurrucado a las ocho y media de la tarde. Tomamos vino blanco entre risas y nuevos palabros, como un “Molt iat” que amadrinó Paloma. Hablamos en élfico y de la posibilidad de traerse una traca o una vaquilla al barco. Hablamos de cien mil cosas y anduvimos perdidos entre la Osa Mayor y Orión, contando estrellas contra la noche, Leo, Pablo y servidor… Me mecí en la cama y dormí como un niño…


En el barco encontré a Ali un año después y a Leo. El resto de la tripulación apareció de madrugada. Primero Vitín, luego Paloma. Y al rato el joven Pablo. A ciencia cierta que no sabía quiénes íbamos en la travesía: aparecieron horas después Paloma y María, las hermanas jóvenes, hijas de Paloma. La tripulación ya estaba al completo… Las horas de viaje comenzaron hace ahora algo más de un día, e intento planificar mis horas de ocio sin triunfo. Al final, dejo algún pensamiento meciéndose en el cielo, o entre las olas de un mar azul sueño que se contagian de mi futuro. Ibiza, una vez más, es la solución perfecta. Y aquí, escribiendo mis líneas de hoja perdida desde este enclave me siento el escritor que nunca fuí y que se deja llevar por los anhelos inconscientes de su propio destino. El mío está esperando a la vuelta de la esquina, pero aquí las esquinas son de roca recortada y peñascos increíbles. El sueño de Ibiza volvió a mí. El sueño del que siempre acabo despertando…

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14.

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14. "Bendita locura" En la limpieza de fotos, anoche, volvió a aparecer el bueno de Paulin...