miércoles, 27 de mayo de 2015

EL DÍA QUE DESCUBRÍ A BIN


A Bin las noches le pasaban desapercibidas. Él que desearía dejarse los días en un baúl oscuro y cerrado, llegaba hasta la madrugada despierto como un niño incrédulo, que aspira todo lo que ve, lo que oye, lo que presiente incluso, y reventaba antes de que el sol se hubiera despertado. Las noches las dormía del tirón, sin darse siquiera la vuelta en la cama. Y en abrir los ojos se sentía decepcionado por haber comenzado otro día que habría querido acabar en ese mismo instante. Frente a él, una ventana por la que no miraba. Acaso sí, algún amanecer distraído de esos que ponen el cielo de mil colores, intensos y difuminados. De esos que te hacen refrotar la mirada porque buscas que tu mirada capte mejor lo que enfrente tienes. De esos que te hacen soñar.

Bin se dejaba las piernas sobre una mesa. Sin estar cansado. Le pedía el alma gastarse el dinero en caprichos y el estómago seguir durmiendo. De vez en cuando, miraba al cielo y buscaba sus respuestas. Como las hemos buscado todos alguna vez en la vida... y entonces la encontró.

Bin echó adelante sus pasos, olvidando qué le había llevado hasta allí.

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