viernes, 3 de abril de 2015

AYER MISMO


El invierno me dejó mudos los colores. Marrones y verdes, cayendo en amarillos, como olivas o rodajas de limón muertas de alegría. Lejos de esta primavera astémica, me desdibujo sobre las ondas de un otoño que no fue. Y sigo sin arrugarme ni arrugas, calmando las horas de esta pasión desatada en semana santa que tiene olor a Toscana. Escribo ahora que me iré a la ducha, camino de la misa de viernes santo, de la procesión de muerte. Ayer mismo hablaba del dolor que arrastra esta celebración, que solo es vida en lunes de pascua y en domingo de resurrección. Ayer mismo.

Ayer también quedé a tomar un vino con Pablo y Raquel, que me recogieron a las puertas de casa, cuando la espalda me caía tras haberla esculpido Carol, con su trébol blanco y un menu thai compartido con David. Fuimos a Cyrano, donde no llegaron Gueguel ni Luis, que se acercaron al camerino. Cuando llegaron, ya estaban Edu y Kike con nosotros. En la terraza de nuestras bravas y nuestro verdejo. Se fueron a cenar al Tora como la emprendimos nosotros al Sorsi, acudió Juanjo y cerramos la noche en Cyrano. Con Adri y Alba, que estaban. Borja y Lorena, que llegaron. Manolín después. Cerramos la noche en la esquina donde planta el Pere y con un chicle nos fuimos a derrocar la mañana.

Quise despertar tarde. No pude. Quise dormir toda la mañana. No supe. Así que me la dejé viendo Isabel e intentando arreglar el despacho. Comí gazpacho de ajoblanco con almendras y quedada para la noche. Siesta de hora y pico. Y letras para emprender este viernes tarde, santo, que tiene aroma de sábado pasado...

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