jueves, 1 de octubre de 2015

LA TIERRA MOJADA


Tuve un día excesivo, como otro más, y la noche me pilló andando hacia el autobús. De pronto me sentí por medio del paseo, casi sin escuchar los ruidos de coches, ni nada más. Eché un paso tras otro y comprobé de qué manera respiraba con ese olor que solo tiene mi ciudad cuando llueve: a tierra mojada. Me dí cuenta que la "nada" me cogió en mitad de la agenda. Y pensé en escribir mil y un mensajes para buscar una cena entre varios en mitad de este primero de octubre con sabor a sábado de lluvias. Porque todos sabemos que un sábado de lluvias nunca se puede estar solo. Fui andando entre luces y gentes, y me descubrí en dos ocasiones saludando a personas desconocidas, porque me habían mirado fijamente. Me respondieron al saludo. Y enseguida volé al pueblo de mis padres donde seguimos saludándonos siempre dos personas al cruzarnos. Con esto pensé que deshumanizada estaba la ciudad. Y miré fijamente a quien se cruzara para saludarle una vez más. Pero la gente miraba al suelo y andaba rápida. En la terraza de una cafetería seis mujeres de sesenta competían por cirugías. Una pareja se besaba bajo la farola de la manera menos fugaz posible. Una joven se dejaba arrastrar por su perro y la terraza del Aquarium parecía tener a los clientes de siempre. "Siguen teniendo a los camareros más elegantemente vestidos de la ciudad" pensé. Y me detuve en las pequeñas cosas que nuca miro. Y vi escaparates, calles y terrazas, luces, azoteas, nubes y coches. Caras de personas que evitaban a otras personas. Luego pensé: "qué frívolos somos preocupados por los sirios sin que seamos capaces aquí de mirarnos a la cara". Y volví a pensar en el pueblo y cómo allí todos nos dedicamos un saludo, un hastaluego, un buenosdías,... ¿En qué momento la ciudad dejó de estar habitada por humanos que se convirtieron solo en gente? No lo sé. Pensé qué pena de aquellos que no quieren ayudar a los sirios. Pensé luego qué pena de aquellos que solo los quieren por una foto... Y al rato, pensé en la tristeza de que aquí, nosotros, los de siempre, tan esclavos de todo y sin ser señores de nada, caminamos de igual manera sin mirarnos a la cara... Los árboles bailaban con aires de otoño. Todo era amarillo. Y si apenas, de todo antes, solo quedaba ya el cansancio... Pasé varias paradas antes de coger el autobús: prefería el aire y el paseo. Y mi soledad, de banco en invierno. Y mi tranquilidad de que no era sábado, aunque se echara a llover...

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