Me encanta callejear, perderme en mi ciudad o buscar los rincones más perdidos de otras ciudades. Mezclarme con la gente, cruzar las miradas en media calle y saber que nunca más volveremos a juntarnos en la vida. Disfruto paseando, mirando mis pies caminar por calles empedradas o subirme a las aceras de calles mal asfaltadas. Me gusta sentirme en el mundo cuando miro los carteles del metro, las salidas de una estación, cuando espero un avión en el aeropuerto... Me gusta saber que el mundo tiene las puertas abiertas y que no hacen falta llaves para vivirlo. Vivirlo, con intensidad, con toda la intensidad del mundo.
A veces, solo, me pierdo por las calles de una ciudad y pienso. Pienso en todo, en nada. En silencio. Paseo y observo mirando al cielo, robando la belleza de las fachadas, los sonidos de la ciudad y pienso... ¡El Mundo! Esa es la belleza del mundo, de sus mil y un rincones, de todas sus ciudades, de sus pueblos, de sus mares, de sus desiertos... ¡De mi desierto! Me gusta caminar en todas las direcciones y sentirme acompañado por los que me siguen, decirle adiós a los que no quisieron subirse al tren y sentir como el viento me bate cuando estoy en movimiento.
A veces tengo la sensación de recorrer una vía desde la locomotora, junto al maquinista, enganchado a un hierro oxidado y con el cuerpo fuera del tren... Entonces siento la fuerza del viento, disfruto con la imagen dorada y verde de la montaña y el cielo azul... Son aquellas veces que vuelo, fuera de aquí y de mí, y me voy conmigo de viaje y aprendo a conocerme y sumo, y sumo, y sigo sumando...
A veces me paro a pensar hacia dónde voy... Y entonces, miro el cartel del metro, la salida de la estación y la espera del avión y pienso que quiero seguir en todas las direcciones... Volando en todas las direcciones...
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