La grandeza de esta muerte es que ninguna resurrección llegó nunca tras ser arrasada por el fuego. La bendición de esta fiesta es que, ardiendo, es capaz de lanzar a la llama eterna todo lo alcanzado, todos los triunfos y también los fracasos. Nada sube ni baja más allá de la llama y las cenizas, nada existe, porque con una irremediable sensación de orfandad, los falleros hemos aprendido que nada somos y que como energía tendemos a cambiar y a estar en continuo movimiento, pero la fiesta, sepanlo, ni se crea ni se destruye. Por mucho que algunos le den con brío.
Nada se resiste al extraño embrujo cautivador del fuego. Un enamoramiento convertido en pasión desbordada por estos rincones del mundo, para sorpresa y alarma del resto del mismo. Nadie entiende porque los valencianos trabajamos con esfuerzo lozano todo un año, empujando nuestra maestría absoluta a la desaparición de todo aquello que arde. A veces, ni yo mismo, tan loco enamorado de la fiesta, alcanzo a entender qué nervio nos lleva al borde de esta locura, pero reconozco que, plantado ante la llama gigante, nada alcanza con tanta garra el ánimo de mi corazón.
Nacimos para morir, para ir viviendo. Y la falla, como arte y como fiesta, no deja de ser una metáfora primaveral de vida y muerte. De ir construyendo para desaparecer, de ser volátiles y etéreos. De ser vaporosos, como el propio humo.
Y no hay más. No busquen ustedes en la fiesta brillos ni oropeles, relumbrones ni verdades absolutas. Los que a las fallas lleguen con intención de relumbrón se equivocaron, porque es tan fugaz el fuego, que caducan con él las bondades, las generosas dulzuras, las tiernas mansedumbres y las perversas maldades. Todo aparece y desaparece con el fuego. Y esa, más no otra, es la grandeza absoluta de la mejor fiesta del mundo...
martes, 27 de marzo de 2018
EL PARAÍSO PERDIDO
La soledad es a veces, la compañía más agradable y una separación, aunque corta, hace más dulce el placer de volver a verse.
John Milton, El paraíso perdido.
viernes, 23 de marzo de 2018
LOS BOTECITOS DE GEL
A mamá siempre le ha gustado quedarse con las pequeñas botellas de gel y champú de los hoteles, los peines y esos cepilla-zapatos diminutos que nunca usamos nadie. Quizá por eso, porque los hijos nos parecemos a las madres, cada vez que he volado lejos de aquí, he recogido paciente los botecitos de cada día. A veces, no lo niego, pensando en la señora que venía a hacer la habitación y en qué pensaría, si diría de aquel huésped que es un tacaño que repela el baño cada día... Pero luego, siempre pienso que entre el alojamiento y el desayuno cada bote está pagado. Cada toalla. Cada sábana. Y si me pongo muy rebelde pienso: "¿Y qué más da?". A mi madre le encantará que yo llegué del último viaje y además de algún souvenir, un imán o un pañuelo, le diga: "Mira mamá, los botecitos de gel y champú que tanto te gustan". Ella sonreirá y se los quedará. O me dirá que se los dé a mi hermana. Y yo le digo: "Oye, que yo los cogí para ti". Y se los quedará. O se los dará luego a mi hermana cuando yo ya no esté... Uno de esos que cogí para ella apareció hoy en mi ducha. Lo vertí en mi mano y lo mezclé con abundante agua entre los ojos cerrados. Sentí el aroma y pensé: Mallorca. Y me vi tres años atrás, en la deliciosa habitación del Balanguera. Me paseé por la lonja marinera y mediterránea. Por ese centro desbordado al mar que son la Catedral y me quemé con el sol que, a ráfagas, cruzaba el autobús que me llevaba tan solo a Cala Major. En aquel viaje tomé unas cuantas decisiones... no sé cuantas he cumplido. Pero mientras la espuma caía en la ducha, volví a sentir aquella paz entre helados, aquellos caminares en soledad, aquellas sensaciones de tranquilidad y calma que creí que había perdido... Y fue maravilloso. Deliciosamente pequeño y maravilloso.
jueves, 22 de marzo de 2018
TODO AL FUEGO
Volvimos a ser fuego. Volvimos a la llama y al adiós, al acabar todo o al empezar de nuevo. Volvimos, una vez más a incendiar nuestros recuerdos y ser fuego. Volvimos una vez más, pero fue distinta. Distinta a todas. Como lo son cada vez que ocurre si las comparas con cualquiera de las otras que ya fueron. Vi subir las llamas hacia el cielo sin aquellas risas que siempre me provocan los nervios y el esperado final. Sí que sentía aquella emoción por dentro de ver cómo se deshacen los sueños tejidos a conciencia durante un año; y aquel sobresalto en los ojos, que no llegan nunca a emocionarse tanto como el corazón. Sentí la felicidad de tener a Alba al lado, a algunos otros cuantos abrazos... Las gracias emocionadas del amigo Adrián. Sentí algunas ausencias, pero ni siquiera busqué en mitad de la noche, y tuve una sensación de que, al fin, todo se había acabado. Se acercó Susi, que es el Pepito Grillo de los que nos vestimos de valenciano, y me preguntó si todo bien, si todo al fuego... Y le dije: "Todo al fuego". Y todo ardió. Ardieron mil horas de silencio y dos manos cansadas, dos piernas doloridas, dos segundos de aliento... Todo se fue con aquel bendito fuego que nos hace arder cada año... Miraba el fuego, sin querer que se apagara nunca, sin querer que bajara aquel calor que me dejaba quieto, calladito, en mitad de la nada, solo conmigo... Que es solito del todo. En mitad de mis desvelos. Haciendo de cada segundo de tiempo, el misterio de mis secretos. Y no quise que llegara el viento frío que enseguida lo dejo todo helado... Volvimos al fuego, a la noche. La calma, la afonía y el desaliento. Algo se rompió por dentro. Marieta y el abrazo. Y empezó a caerse el cansancio entre los dedos, escurriéndose como arena afilada. Volvimos a ser fuego, a ser llama... Volvimos a acabar todo o al empezar de nuevo. Y sentí que se hizo de noche, una vez más, de nuevo...
SALTAR UNA VEZ MÁS
Cuántas veces has pensado que no te quedaban fuerzas ya ni para respirar.. Cuántas veces has pensado que se te apagó la estrella, que no puedes brillar más... Y si gana la derrota habrá que volver a empezar, apostar aún más alto y comenzar a pelear.. Sé que el vertigo se irá pero sólo si te atreves a saltar, saltar una vez más...
martes, 6 de marzo de 2018
VINO MARZO
Vino marzo, de repente, con una fuerza imbatible que solo tiene la vida cuando deja caer las hojas de su calendario. Llegó el mes de las lluvias y del viento, porque nuestro abril levantino es fallero y ruidoso. Y este año con más ganas, como todos. Llegó marzo, irremediablemente, el mes en el que los días tienen más de veinticuatro horas y las horas de sueño se disparan como una estruendosa mascletà; el tiempo perfecto para volver a soñar despiertos y para preguntarse, una y mil veces, porque condenamos nuestra vida en vida a morir poco a poco. Porque las fallas son vida y alegría, cansancio eterno y soledad a veces, estruendosa compañía y felicidad completa, pero son también un poco de muerte en lo físico y en el tiempo. La fiesta llega de nuevo y se extiende como un hormiguero inmenso por cada rincón. Como en la canción, por unos días olvidaremos que cada uno es cada cual, y haremos de la germanor y la sonrisa una compañera de vida. Porque marzo es así y las fallas más.
Vino marzo, de repente, a sacudirnos vehemente y recordarnos cuántas cosas nos quedan por hacer. A condenarnos en vida para que entre nuestras penas estén la de dedicar totos los esfuerzos posibles a vencer un año más. Y si llegan los premios, genial. Pero la victoria es la de un pulso donde batallan el esfuerzo humano y colectivo contra la suerte y el fario. Unidos, con fuerza, ambas manos para convertir la fiesta más amable en otro sueño cumplido.
Yo a menudo sueño despierto. Y cuando llega marzo, ni abro los ojos, esperando que la ilusión del niño se teja de sedas y se planten bajo mis pies los recuerdos en cartón piedra de aquel pasado que nunca volverá, de aquellas ilusiones absolutas que explotaban entre nuestras manos produciendo un cosquilleo que sabía a gloria.
Vino marzo, con su fuego y con sus ilusiones, con su emoción, con su emotividad profunda, con su alegría acompañada, con su color acalorado... Vino marzo y volvera a huir, pero mientras se pasee por nuestras calles, disfruten del cielo más hermoso que nunca se conoció. Allá, arriba, donde explotan nuestras ilusiones y se mecen nuestros sueños.
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