domingo, 3 de agosto de 2008

VOLVIENDO



El aterrizaje ya es completo (o casi). El modo en que regresé, el encontrarme de repente con mi madre en el hospital, el sopesar las muchas cosas que pudieron pasar en mi ausencia, el paso por la habitación 204 de la Clínica Quirón - esperando en todo momento su recuperación-, el alta del jueves pasado, el fin de semana en Sarrión con Cristina y Hugo (qué buen descanso, que buena vuelta a la vida...) han recortado cualquier atisbo en servidor de regresar conscientemente de una de las experiencias más importantes de mi vida... La gente se ha preocupado mucho (y me alegro) por la salud familiar y yo mismo aparté todo en el aeropuerto de Munich para centrarme en la enfermedad de mi madre... De repente fue como si me hubiera dejado la India en el aeropuerto alemán. Como si hubiera borrado los olores penetrantes, los colores vivos, las miradas perdidas, los silencios de cada día... Repentinamente, la vuelta a la normalidad fue anormal. Olvidé el arroz blanco y lo cambié por un bocadillo de sepia, mi primer almuerzo con Toñi recién regresado de la India. Borré de mi memoria el enjambre de madera que tenía por techo en la habitación de Leh y el agua cayendo, ausente, en la ducha de la casa... Olvidé el sabor de la mermelada artesana de albaricoque y el olor del té laddakhi que Laza y Piru tomaron cada mañana... De repente, todo fue como si no hubiera sido. Y mi cabeza, arrinconó todo en la nada y nunca más se volvió a saber...



Pero sé que lo tengo aún dentro. Y que necesita salir. Que de vez en cuando alguien, después de preguntarme por mamá me dicen: "Bueno, ¿y la India?". Y entonces quieres contar tantas cosas, que no puedes contar nada... Y no porque esté amontonado en el olvido, o apartado por el regreso a la vida habitual... Simplemente, los recuerdos están tan recientes y se mueven a tal velocidad que es imposible estirar del ovillo y hacer la madeja de una aventura que siempre tendré conmigo... Tsomoriri (tan bello ahora en el recuerdo de la distancia), Leh, el ciber, las noches del Leh View, la arena del desierto en Nubra, el cielo estrellado al que le pedí tantas cosas (y del que espero sólo una), la humedad de Delhi, la porquería mísera de Jaipur, la blancura cegadora del Taj en Agra,... Todo está ahí, a la espera de empujarlo, de sacarlo fuera... De convertirlo en papel para enseñando las fotos, matar los recuerdos que me traje de la India...




Da ahora la sensación de que todo fue un sueño muy largo. Una mentira sujeta por escenarios de magna belleza y con personajes de primera. Con vivencias increíbles, de las que nunca sabré como contar... Pero todo fue una experiencia o un millar de experiencias, una excusa para ponerse a prueba, una puerta abierta a cambiarlo todo (y algunas cosas ya han cambiado)... Una aventura que hay que respirar, mucho, y empezar a contarla alguna vez y desde algún punto... Pero, ¿cuál?



Recuerdo el camino a casa, como si fuera el de la Fuentevieja con el que me reencontré este fin de semana... Recuerdo los atardeceres, como se hacía de noche desde el Monasterio y quedaba abajo Leh a oscuras, el sonido de la mezquita llamando a oración, el arroz blanco con huevos y keptchup, el dolor en la aciaga noche, la sopa de sobre en mitad de la nieve, el sueño que no acababa de dormirme en el coche, las eternas excursiones, las ganas de vivirlo todo a tope, la sensación de haberlo conseguido...
Ahora, es cuestión de respirar y empezar a contarlo... Saber que he vuelto. Bueno, que estoy volviendo...

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