¿Se puede tener arena en los recuerdos? La tengo en los pies, fresca bajo el calor del Himalaya, en el desierto del Nubra. Y también me viene a la memoria que Manolo García la tuviera en sus bolsillos... Rememoro la tormenta la última tarde en el desierto y pienso si aquella que nos sacudía, cruel y afilada, se pudo haber quedado enganchada también en el recuerdo de aquellas horas...
Sigo sin contar nada más que lo que os cuento aquí. Algo anoche a Leo y Juan Pedro... Pero del viaje colectivo, seguís contándome más cosas, de vuestras percepciones, de vuestras ideas, de cómo lo vivistéis vosotros desde la lejanía geográfica que yo mismo,... Y me gusta. Me gusta porque me ayudáis a comprenderme a mí mismo desde aquella distancia, porque me confirmáis lo que tantas veces sentía en las tardes de ciber en Leh: que estabáis junto a mí y, quizá lo más importante, que seguiréis estando... Y yo con vosotros. Y vosotros conmigo. Y eso me gusta tanto...
A veces creo que la arena se quedó enganchada a mi recuerdo. Que lo ahoga, que lo encierra. Lo entierra bajo una cantidad inmensa de arena que me hace tener todo guardado y a buen recaudo. No sale nada (casi nada de lo que vivimos). De una manera artificial y extraña, cuentas apenas dos o tres aventuras, dos o tres sucesos, y el resto, que ya es recuerdo, te quema y duele dentro porque la arena lo tiene enterrado y no sabes cómo airearlo, como dejarlo para que vuele, quizá por el temor de saber que si vuela, si lo dejas libre, se escapará de ti y no volverá ya nunca...
¿Se puede tener arena en los recuerdos? Yo creo que sí...
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