jueves, 21 de agosto de 2008

MALAS NOTICIAS



En cuanto escuché la noticia ayer, sentí un escalofrío. Accidente aéreo en Barajas. Poco después, lo comentaba: creo que no estoy hecho para sufrir. Estas noticias me producen un pesar excesivo (un hondo penar, que cantaría Luz Casal). Al sinfín de víctimas, uno el dolor de los que se quedaron, de los que se han quedado sin sus familiares, sus amigos,... Sin la oportunidad de despedirlos, de decirles aquello que seguramente ya sabían: que les querían y mucho.
Este tipo de noticias me desconciertan. Me duelen. Me sacuden... Me dejan parado pensando qué extraña razón provoca este tipo de accidentes... Y lamentablemente, hay muy pocas respuestas. Ninguna me atrevería a decir. Nunca hay respuestas para las malas noticias.

Descansen en Paz.

jueves, 7 de agosto de 2008

ARENA EN LOS RECUERDOS



¿Se puede tener arena en los recuerdos? La tengo en los pies, fresca bajo el calor del Himalaya, en el desierto del Nubra. Y también me viene a la memoria que Manolo García la tuviera en sus bolsillos... Rememoro la tormenta la última tarde en el desierto y pienso si aquella que nos sacudía, cruel y afilada, se pudo haber quedado enganchada también en el recuerdo de aquellas horas...

Sigo sin contar nada más que lo que os cuento aquí. Algo anoche a Leo y Juan Pedro... Pero del viaje colectivo, seguís contándome más cosas, de vuestras percepciones, de vuestras ideas, de cómo lo vivistéis vosotros desde la lejanía geográfica que yo mismo,... Y me gusta. Me gusta porque me ayudáis a comprenderme a mí mismo desde aquella distancia, porque me confirmáis lo que tantas veces sentía en las tardes de ciber en Leh: que estabáis junto a mí y, quizá lo más importante, que seguiréis estando... Y yo con vosotros. Y vosotros conmigo. Y eso me gusta tanto...


A veces creo que la arena se quedó enganchada a mi recuerdo. Que lo ahoga, que lo encierra. Lo entierra bajo una cantidad inmensa de arena que me hace tener todo guardado y a buen recaudo. No sale nada (casi nada de lo que vivimos). De una manera artificial y extraña, cuentas apenas dos o tres aventuras, dos o tres sucesos, y el resto, que ya es recuerdo, te quema y duele dentro porque la arena lo tiene enterrado y no sabes cómo airearlo, como dejarlo para que vuele, quizá por el temor de saber que si vuela, si lo dejas libre, se escapará de ti y no volverá ya nunca...

¿Se puede tener arena en los recuerdos? Yo creo que sí...

martes, 5 de agosto de 2008

LAS ORACIONES DEL VIENTO



De mastil a mastil, la cuerda, fuerte, rígida, dura... Bailando al compás del viento que, desde lo más alto de la montaña, soplaba, cuando el sol caía con mayor justicia... Colgando de ellas, las oraciones, las peticiones, los deseos, las voluntades...
Cada segundo, las oraciones se dejaban arrastrar por el aire, y golpeando débilmente contra las montañas, las laderas, atravesaban los valles, se dejaban caer desnudas en los riachuelos y nadaban, cauce abajo, para repartirse por el mundo...
Cuando estaban firmemente sujetas, matando su sombra contra el arenoso suelo de la cima, yo me quedé mirando una bandera de color verde, para enviar salud. Así que, abre de vez en cuando tu ventana, porque es cuestión de días que te llegue, atada a mí, a mis recuerdos y a mis oraciones...
Te llegará una oración roja con mucha fuerza, cobíjala dentro de tu casa y que sea el motor de tu día a día... Y alcanza la azul, la más segura de mis voluntades, y arrímala a tu pecho para cobijarla y hacerla tuya...
Aquellos deseos que blandí por ti están llegando a tu ventana... Lo presiento. Me lo dice el viento, que trae mis oraciones con mucha fuerza... Para ti.

lunes, 4 de agosto de 2008

RITESH



Ritesh miraba al horizonte, evitando el polvo del camino, dejando atrás su pequeña tienda, al borde de una acera ausente en el límite de una carretera que no llevaba a ningún sitio... Cada mañana se sentaba en su pequeña silla de mimbre a la espera de que alguna clienta se acercase a su pequeño puestecillo de frutas, de verduras,... Ritesh cogía enérgicamente las improvisadas bolsas hechas a base de hojas de periódicos muertos y las rellenaba seleccionando siempre las mejores piezas... Por algo su pequeña tienda de alimentos se había convertido en la favorita de muchas personas de aquel diminuto poblacho, en mitad de la nada...

Cuando Ritesh no atendía el puesto, porque no había nadie, se sentaba de nuevo en la silla de mimbre y miraba al horizonte. Más allá de las frutas y verduras, cruzando la carretera silenciosa y cubierta de baches, topándose con las tiendas de enfrente, botándolas por lo alto y corriendo ladera arriba hasta que, en la cima, no habiendo nada más por donde brincar ni saltar, emprendía el vuelo... Las laderas doradas se quedaban cada vez más pequeñas y alejadas. Los picos de las montañas crecían hacia él. Las nubes se comían los montes y lo cubrían todo dejando a sus pies un manto blanco de algodón, esponjoso y confortable... Ritesh volaba ágilmente, cruzando las fronteras, surcando el cielo azul y olvidando el olor de las hojas de periódico y de los pimientos, y del mango y las papayas cubiertas de moscas,... Así hasta que alguien regresaba a una de las tiendas de mayor fama de aquella carretera muerta. Entonces, Ritesh caía en picado. Dejaba atrás sus laderas y montañas, olvidaba el cielo azul, la sensación de aquel viento rebotar contra su cara cuando volaba raudo y perdía la visión de aquellos diminutos riachuelos perdidos entre los valles y convertidos, por el sol, en pequeños hilos de oro...

Entonces, Ritesh dejaba de mirar al horizonte, hasta que dejaba de atender su pequeño negocio. Y, al rato, reemprendía la marcha: cruzaba la carretera, botaba los edificios, escalaba la ladera y, desde la cima, comenzaba a volar de nuevo...

domingo, 3 de agosto de 2008

VOLVIENDO



El aterrizaje ya es completo (o casi). El modo en que regresé, el encontrarme de repente con mi madre en el hospital, el sopesar las muchas cosas que pudieron pasar en mi ausencia, el paso por la habitación 204 de la Clínica Quirón - esperando en todo momento su recuperación-, el alta del jueves pasado, el fin de semana en Sarrión con Cristina y Hugo (qué buen descanso, que buena vuelta a la vida...) han recortado cualquier atisbo en servidor de regresar conscientemente de una de las experiencias más importantes de mi vida... La gente se ha preocupado mucho (y me alegro) por la salud familiar y yo mismo aparté todo en el aeropuerto de Munich para centrarme en la enfermedad de mi madre... De repente fue como si me hubiera dejado la India en el aeropuerto alemán. Como si hubiera borrado los olores penetrantes, los colores vivos, las miradas perdidas, los silencios de cada día... Repentinamente, la vuelta a la normalidad fue anormal. Olvidé el arroz blanco y lo cambié por un bocadillo de sepia, mi primer almuerzo con Toñi recién regresado de la India. Borré de mi memoria el enjambre de madera que tenía por techo en la habitación de Leh y el agua cayendo, ausente, en la ducha de la casa... Olvidé el sabor de la mermelada artesana de albaricoque y el olor del té laddakhi que Laza y Piru tomaron cada mañana... De repente, todo fue como si no hubiera sido. Y mi cabeza, arrinconó todo en la nada y nunca más se volvió a saber...



Pero sé que lo tengo aún dentro. Y que necesita salir. Que de vez en cuando alguien, después de preguntarme por mamá me dicen: "Bueno, ¿y la India?". Y entonces quieres contar tantas cosas, que no puedes contar nada... Y no porque esté amontonado en el olvido, o apartado por el regreso a la vida habitual... Simplemente, los recuerdos están tan recientes y se mueven a tal velocidad que es imposible estirar del ovillo y hacer la madeja de una aventura que siempre tendré conmigo... Tsomoriri (tan bello ahora en el recuerdo de la distancia), Leh, el ciber, las noches del Leh View, la arena del desierto en Nubra, el cielo estrellado al que le pedí tantas cosas (y del que espero sólo una), la humedad de Delhi, la porquería mísera de Jaipur, la blancura cegadora del Taj en Agra,... Todo está ahí, a la espera de empujarlo, de sacarlo fuera... De convertirlo en papel para enseñando las fotos, matar los recuerdos que me traje de la India...




Da ahora la sensación de que todo fue un sueño muy largo. Una mentira sujeta por escenarios de magna belleza y con personajes de primera. Con vivencias increíbles, de las que nunca sabré como contar... Pero todo fue una experiencia o un millar de experiencias, una excusa para ponerse a prueba, una puerta abierta a cambiarlo todo (y algunas cosas ya han cambiado)... Una aventura que hay que respirar, mucho, y empezar a contarla alguna vez y desde algún punto... Pero, ¿cuál?



Recuerdo el camino a casa, como si fuera el de la Fuentevieja con el que me reencontré este fin de semana... Recuerdo los atardeceres, como se hacía de noche desde el Monasterio y quedaba abajo Leh a oscuras, el sonido de la mezquita llamando a oración, el arroz blanco con huevos y keptchup, el dolor en la aciaga noche, la sopa de sobre en mitad de la nieve, el sueño que no acababa de dormirme en el coche, las eternas excursiones, las ganas de vivirlo todo a tope, la sensación de haberlo conseguido...
Ahora, es cuestión de respirar y empezar a contarlo... Saber que he vuelto. Bueno, que estoy volviendo...

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14.

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14. "Bendita locura" En la limpieza de fotos, anoche, volvió a aparecer el bueno de Paulin...