Espero muchas mañanas, con cierto temor, que las nubes se hayan volcado sobre la ciudad. Como un niño, temeroso e inmóvil, me cobijo bajo la ausencia de nubes, y pienso, no sin cierto nerviosismo que de nuevo llegará el momento en que el cielo llore sobre la ciudad... Pero a ratos, renazco, como brotan las hojas por ese agua de lluvia, y me hago fuerte a golpe de agua. Y busco ya no el cobijo, si no la sensación de sentirme cobijado, bien abrigado... La tristeza de la lluvia se convierte entonces en algo pasajero, en algo puntual, en la puerta que abra el camino al día soleado, donde ya no viven las tristes nubes de agua ni me siento como el niño en mitad de la tormenta. Temeroso e inmóvil. Las tormentas, siempre pasan...
viernes, 8 de febrero de 2008
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