Han pasado casi cinco meses desde que los colgué. Doce desde que los compré en la soleada calle entre tuk-tuks que se desparramaba a lo largo de la sombra de un tsunami. Vinieron papá y mamá a comer, en mitad de una conversación partida. Los miré y estuve tentado de preguntarles si los habían visto. No dije nada y callé.
Al acostarme anoche los veía en la pared sin luz y adivinaba contra ellos sombras que se movían. Al rato caí en que eran los cuadros, los tres, y nada más. Los miré y recordé las playas y las patatas. Las alegrías y las esperanzas. Sin pensar que nos iban a caer encima tantas cosas como en este año fugaz se han sobrevenido. ¡Qué año, pardiez! Y que paz aquella de los elefantes y las olas, los pescadores y el paseo junto al mar... Recuerdo las fotos perdidas del album que voló para siempre y algún atardecer. Un ron pasado de azúcar y una amiga llegada de Qatar. Unas risas y un antes... y como siempre: un después.
Julio 2015. Siete meses me ha costado poner estos cuadros donde acabo de ponerlos... Tenía los cuadros, mis recuerdos, paredes (aunque decidí hoy en cuál colgarlos)... Tenía el martillo y me faltaban los clavos, que encontré el otro día. Siete meses... pero ya están. Mis recuerdos vuelven a ocuparlo todo. Y eso, con este cielo nublado, me hace volar más, cargado de nostalgias... #CosasqueSoloMePasanAMí
miércoles, 2 de diciembre de 2015
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