Aunque sea a escondidas me he prometido dejar caer hojas, como un otoño de mi vida, que es esto que vivimos hoy. No hay tristeza. Si acaso inercia, y una voluntad terrible de construirme sobre aquello que se va deshaciendo.
A veces pienso si esa crisis de los cuarenta, tan manida, me la he echado encima entre los 41 y los 42. Pero no es tristeza, repito. Es asentarse, mirar, estudiar, decidir... De lo que se ha ido yendo más que de lo que nos haya llegado.
Porque llevo unos tiempos de mantener más que de buscar, de retener más que de renovar. Y dicho así, o mejor dicho, escrito que es como yo pienso, me recibo con la intención de seguir fortaleciendo, sin buscar cosas nuevas, lo que podría ser un horror... Y un error.
El viernes me devolví en un avión: una libreta y un boli. Y me hice un paseo por mis adentros que no necesitaron de mayor psicólogo. Muchas cosas de las que escribí las estoy hoy rayando en la cabeza: y me ayudan. Otras, las mantengo a parte más por voluntad de no tener voluntad que por pereza. Y ésta me prometí a devolverla con un patadón para arriba.
Hoy escribo aquí. No lo había hecho en este 2019 que tiene algo de catarsis - de aquellas cosas que uno presiente en su vida. Y hay que prepararse para toda la revolución que yo ya dejé en evolución. Y es suficiente.
La inercia me estancó.
Estancarme me silenció.
Silenciarme me acomodó.
Y acomodarme me ha roto por dentro.
Ya lo digo: sin penas, sin tristezas, sin estridencias... Como no hacía las cosas antes.
Me prometí andar más sobre las palabras que no digo. Y así camino. Ayer un avión, mañana un tren... Y en las pausas, meditación y camino. Seguir haciendo. Porque me encuentro con ganas de construir (me). Que me hago falta. Y lo sé.
Me encontré conmigo y me puse deberes. Así que voy a hacerlos. Que ya toca...
martes, 5 de febrero de 2019
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