Hay días que cuesta enfrentarse a la realidad. Días en los que es muy difícil reconocer los fracasos personales, atajar las envidias ajenas con indiferencia, evitar el enfrentamiento, pensar que nos hemos vuelto locos... Hay días que no apetece. Que no apetece nada, ni algo. Ni lo más mínimo. Hay días en los que las heridas sangran con mayor vehemencia, en el que los gestos matan a traición, en el que los silencios nos vuelven locos... Y luego hay días en los que sólo puedes mirar un cielo azul, un niño jugando en el parque, una sábana colgada en un tendedero o buscar regresar al pasado para reencontrarte con el olor ajado de un lápiz al pasar por el sacapuntas. Yo estoy aprendiendo a vivir los dos días. El de la traición y el de la amistad, el del sueño y el de los sueños. Esto me pasa por acostarme tarde. Seguro. Pero hay noches en las que uno no se acostaría... ¿Qué sería de nosotros si cada gesto que mata y muele desapareciese bajo un manto de indiferencia? Pues seguramente que ya no habrían más heridas, ni traiciones, ni silencios... Sólo el cielo, el niño, la sábana o el olor ajado de un lápiz al pasar por el sacapuntas... Sólo eso, que es todo.
Yo estoy viviendo a golpe de sábanas batidas. Estoy volcándome por no caer en el desasosiego y en el violento mundo de esos puñales que cortan. Estoy luchando por reencontrarme con la paz de cada uno y, al mismo tiempo, de un modo egoísta intento empujar a otros para que se encuentren con su cielo, su niño, su sábana o el olor ajado de su lápiz al pasar por el sacapuntas. ¡Pero hay quiénes nunca descubrieron ni el azul, ni el parque, ni el tendedero ni ese olor ajado! Hay quien se mata en vida desde una cobardía atroz, pulsando el dolor a cada momento, por ser incapaces de mirar hacia arriba. Y no saben que allí, arriba, está el cielo azul...
