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A campanas suena la noche, que llega el final del domingo. Intenso fin de semana, en el que no hemos parado nada de nada, como casi siempre, ¿no? Ahora, a preparar los nuevos días, los que nos vienen por delante y que nos darán nuevas vivencias que iremos contando... Hoy el día ha sido dominguero. Dominguero y nublado en las primeras horas de la mañana. He ido a comprar la prensa, he tomado una ensaladilla rusa y una cola light y me he venido para casa. He trasteado. Y cansado por el sueño, he decidido por el cansancio que vengo arrastrando, echarme una siesta. Tal y como me he tumbado he tenido la sensación de que no iba a conseguir dormir. Así que me he preocupado de ir leyendo los mensajes que llegaban de la caterva de gente a la que le he pedido que colaboren en la nueva temporada de televisión que comenzamos el miércoles... Tengo muchas ganas. Pinta bien. Y creo que mucha gente se va a sorprender de la familia tan grande que conformaremos este año el programa... Lo dejamos en interrogante. Ganas hay. Trabajo, también. Y muy ilusionado con volver... ¡Volver! Esta temporada tiene que es definitiva para el programa...
Por la tarde, Ángeles y yo nos hemos puesto delante del ordenador. Estamos pariendo la escena que cierra nuestro proyecto teatral de este año. ¡Cómo cuesta, Dios! Pero cómo nos gusta... Al acabar, con Carol y David nos marcamos un japonés (algo que ya es clásico). Espectaculares las brochetas de gamba y el pollo con chocolate, como siempre... Ahora, con el calor en casa, los concursantes empiezan a entrar en la undécima casa de Gran Hermano. Me encanta la Milá. ¡Qué fuerza tiene! Me la creo siempre... Es bárbara. Y mientras apuro una colilla, recuerdo esa foto, estilo Abbey Road, de mis amigos cruzando el paso de cebra más largo del mundo... Mis amigos, ¡sí, por favor!
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