¿Y si un día subiéramos a la azotea más alta, con nuestros propios vértigos, y desde allí, lejos del ruido de la calle y de la ciudad mirásemos al horizonte? ¿Cómo sería el atardecer sobre la ciudad? ¿Cómo las gaviotas, cercanas al mar, su vuelo y un poco el nuestro? Hubo una tarde en que subimos a la azotea, no era la más alta, pero era una azotea exquisita, de valor incalculable... Allí vimos caer la tarde, entre risas, sin miedos, prestando la idea de las gaviotas de que volábamos... Allí vimos el cielo cubrirse de nubes negras, de tormenta y agua (Como la que hoy quiere brotar contra los cristales de esta casa). Allí se nos pasó la tarde, y un poco la vida, viendo el mundo caminar sin destino como pequeñas hormigas a nuestro alcance.
Hubo una tarde que fue fantástica. Fue la tarde en que empezamos a volar...
No hay comentarios:
Publicar un comentario