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Qué impresionante el momento en que se deshizo el cielo, negro, gris oscuro, y empezaron a abrirse las nubes. La luz, dorada, como de sueño, rebotó contra el suelo y contra la ventana, proyectando sus mil y un rayos sobre el resto de la casa. Todo había sido lluvia: una lluvia tenue y fina, como de funeral. Triste. Pero la luz se abrió paso y dio la bienvenida a un cielo azul celeste. Fue impresionante. Y más porque en poco tiempo todo volvió a su oscuridad y su tiniebla, pero por un momento la luz me había cegado, dándome el regalo mayor que se pueda tener: disfrutar de las cosas más simples, como aquellas gotas de agua dulce sobre una hoja de hierbabuena bañada por la luz dorada... Llegó a salir el sol...
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