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Mallorca. Julio de 1996. El calor, sofocante, caía a destajo por encima de los pinos. El norte de la isla dejaba abierta la ventana al Mediterráneo, limpio, azul, balear. Comimos a la orilla de la mar, del paraíso. Marisco y melón dulce. Bebíamos vino blanco y Anna de Codorniu. Éramos felices y reíamos a toda hora. Jamás me hubiera ido de la orilla del paraíso...
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