viernes, 13 de septiembre de 2013

HOY VENGO A DECIRTE HASTA LUEGO


Nunca me han gustado las despedidas, ni los adioses. Me suenan a pena y dolor, a marcha y negro, a oscuridad y pasado. Me gusta mirar hacia adelante y hacia arriba, y así lo hago siempre, desde que emprendí el camino en que tantas veces me sujetaste las manos y la voz. Mi voz, templada y viva, como un canto lejano, se acerca más que nunca a un corazón que se viste de quietud y calma. Hoy, que me toca decirte hasta luego, convierto esa despedida en una esperanza, pensando que algún día futuro, mi voz y tu alma volverán a bailar juntas.

He visto días repletos de soles y nubes que lo cubren todo, he sentido las tormentas del destino repicar fuertemente contra mi cabeza y mis ojos han caído a buscar mares de salvación con una impaciencia que convertían mi cielo en un telón negro, ópaco, sin vida. He sido capaz de alzar los brazos al viento, para sentir contra ellos la brisa como chocan contra la proa las olas del mar. Y he abierto las manos para coger las gotas de lluvia como si fueran maná. He sentido mi cuerpo rejuvenecer y mis ojos compartir la alegría, he notado quebrarse mi voz y mi alma, mi pena y mi consuelo, mis días y mis noches; y al tiempo, casi sin percibirlo, he reconvertido todo lo negativo en un tren de vagones cargados de felicidad y fortuna.

Le he plantado cara al destino con una valentía atroz y me he sentido cobarde en sueños que se convirtieron en pesadillas. Me he sentido vivo cada vez que se ha encendido una luz roja, que fuera de este mundo, me hubiera obligado a callar... Y he hecho del silencio un pensamiento, y en más de una ocasión, una victoria. Así, callado, como tantas veces al escribir, sintiendo que se escapan mis sentimientos a través de unos dedos que teclean rítmicamente en contra de nadie. Así, silenciado, como un amor vivido de noche al otro lado de una puerta que nadie cerró con llave. Así, calmado, como me ha ido indicando la vida que hay que vivirla, que hay que sentirla, que hay que contarla...

Hoy vengo a decirte hasta luego, ni adiós ni hasta siempre: volverán a encontrarse las aguas de los ríos cuando crezcan con nuevas lluvias, y pasará el agua fresca y jovial, sin posibilidad de remontar río arriba. Volverán la palabra y la felicidad a darse la mano, a besarse locamente, a soñar como un Romeo y una Julieta eternos... La felicidad, la más básica, la que quise encontrar contigo cada hora y que nos completa más que ninguna. No abandones nunca los pequeños detalles, no le niegues nunca a tu corazón una sorpresa, no descuelgues de tu rostro la alegría ni la esperanza de tu mirada, ni el deseo de tu futuro, que comienza así, con estos primeros pasos...

Hoy vengo a decirte hasta luego, con la esperanza de que no me olvides. Con la ilusión ciega de que mis palabras, que vuelan a buscarte, se cuelen por tu ventana y se adosen a las paredes donde duermen tus temores, para protegerte aún más... Hoy vengo a decirte hasta luego. A decirte, que si quieres, hoy comienza la vida...

jueves, 12 de septiembre de 2013

ASÍ



Hay días que escribo sin control, que hablo sin dolor de garganta ni de alma. Hay días que el silencio solo se calla con silencio nuevo y que la vida pasa por mi lado dejándome dormir, como un niño, recostando mi rostro sobre los anhelos que cautivaré mañana. Soy feliz. Discreto, callado, reservado... Más tímido de lo que piensas y más valiente de lo que creí. Nunca me engañé, bueno, algunas veces... Pero con mi engaño busqué las excusas que me hicieron olvidarlo y disolverlo en un charquito de agua de llovia, de tormentas que se fueron, por mucho que de vez en cuando, los ecos de las montañas lejanas, de los paraísos perdidos, de los mundos olvidados, de la vida futura, me devuelven envueltos en telas blancas por las que se transparenta la bondad...

Nunca hice más ruido que nadie, ni callé menos de lo que me correspondía. Nunca dije algo que no pensara, ni dejé de pensar qué decir. Me maldije cada vez que la vida me dio una oportunidad que no supe aprovechar, por mis propios dolores, por mis pesares, por mis desconciertos, por mis dudas, por mis miedos, tan humanos como injustos...

Nunca dejé de cantar al alba la alegría de una luz nueva, de un día que llegaba para enseñarme a rozar la calle, flotando a veces, caminando sosegado, cansado, distraído otras... Siempre salí a la vida con las manos abiertas y el corazón latiendo, buscando un cariño y un apoyo, que intenté corresponder siempre con la complicidad del amigo que, desde la lejanía, me decía que siguieram que allí estaba, que hacia adelante siempre sin dejar de ser yo...

Nunca dejé que los fantasmas me hiriesen con sus falsos testimonios. Nunca quise hundirme en la mitad del oceáno oscuro, con las tristezas que dispararon arqueros a los que no les ví la cara. Nunca quise dejarme la mirada atrás, con nostalgia ni rencor, mirando siempre hacia adelante, porque la vida aún la tenemos que llegar...

Por eso, me siento vivo. Me siento crecer, me siento fuerte. Por mi verdad y mi luz, a medias las dos, como un tango arrastrado y romántico que suena entre callejas oscuras por las que hierve el cemento humano que nos condena a todos. Vivo. Así, cantando a días y otros caminando en silencio, con ganas de batallar siempre, de luchar, de ser feliz con las cosas más pequeñas del mundo...

Y sí, me arrepentí de algunas cosas, y me arrepentiré de otras. De besos furtivos y de versos no escritos, de palabras perdidas y balas disparadas, de soles y sales, juramentos que no prometían nada más... Así, sin echarme de menos y caminando adelante, con la cabeza alta y el corazón latiendo cada día más fuerte... Así, sin que me faltara el viento.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

CUANDO QUIERO...


 

Cuando me sacude la nostalgia, cuando necesito volar, cuando quiero ser feliz, cuando quiero seguir caminando conmigo al lado (y contigo, si quieres)... Entonces me pongo música. Y vuelo... Cuando salgo a la calle, a caminar bajo el cielo azul, me pongo una sonrisa que casi me da tres vueltas a la cara y meto mis manos en mis bolsillos, y sólo las saco cuando llueve, para sentir como martillean mis manos las gotas de agua bendita... Cuando quiero romper el silencio, batallo con mi risa contra el viento inmóvil, y hago que la nada absoluta se revuelva en el espacio, y me envuelva como un áurea, transparente y agitada, que me da mayor energía... Cuando me envuelven los fantasmas de túnicas oscuras, subo mis manos al cielo y abro las nubes para que el sol se cuele, entre ellas, por pequeños surcos que se hacen mayores, batiendo con mis manos el cielo, y haciendo que sus rayos convierta en cenizas que se llevará el viento, cada una de las arrugas de esas telas con que cubren su presencia...

Cuando quiero decirte las cosas que nunca te digo, escribo. Y dejo que mis dedos, como un teclado de piano, repiquen sinfonías que suenan a alegría y esperanza. Y como dos mangas de una camisa, las dejo extendidas para cubrir con ellas mis brazos, y entro por ellas, con la intención de que me protejan, la alegría de día y la esperanza, de noche.

Cuando quiero llenar mi vida de colores, abro el grifo de la ilusión. Y me siento en la vieja silla de anea, frente al balcón abierto, esperando que como una bandada de aves del confín del mundo, batan sus exóticas alas de mil y un color ante mi mirada infantil, impaciente... Cuando quiero que las voces hablen, abro los brazos y el corazón se hinche, estirando la piel, sobre la que escribir los versos que a menudo dejo en el olvido...

Y cuando quiero ser feliz, vivo. Así, con la ilusión al borde, con la esperanza, dejando en otros puertos, la tristeza y la desesperación, la pena o el lamento. Camino con la intención de ser y hacer feliz en mi paseo, que es la mejor manera de vivir, como hay que vivir. Y como me gusta vivir. Creo siempre en la verdad, en el camino, en la luz, en la poesía y en el viento. Y con ellos camino por la vida haciendo que sea ese el más justo de mis fines... Cuando acaba el día, la luna me espera para mecerme, como a un niño inquieto, y me asustan los insomnios más que las tormentas y me gustan más las calmas que los placeres... Pero con unos y otros, tejo los sueños de mi vida. Y con unos y otros, respiro, cuando el día comienza y la nostalgia me invita a ponerme de pie... 

martes, 10 de septiembre de 2013

CADA UNO


Me he dado cuenta de que me hago mayor, porque algunas de mis costumbres, arraigadas al pecho como un catarro, que ni virtudes ni bondades, se han matizado, suavizado, calmado... Pero no dormido. Los sentidos, como cantaban aquél, no pueden dormirse, no deben, porque con ellos caminamos por la vida sintiendo, que es la manera que tienen el alma y el corazón de hablar en silencio... Cada uno, con su capacidad de sentir, caminando por la vida con la intención de progresar, de mirar hacia adelante, de caminar con la felicidad a cuestas, vamos marcando con nuestros pasos las intenciones del propio futuro...

Siempre he pensado que hay que sembrar para recoger. Mi padre, que tiene manos y alma de agricultor, siempre ha sido del consejo de esa sabiduría popular a la que acudimos tan poco, y que cuando a ella regresamos lo hacemos como evidenciando nuestra necesidad de buscar una respuesta que nos cuadre... Su consejo, me parece grande, y es verdad. El que por la vida siembra vientos, recoge tempestades. Y el que deja a la mano de los demás, la felicidad más básica, halla en su corazón por respuesta el cariño más grande que se pueda alcanzar... Yo así lo siento. Y así camino.

La vida nos va regalando momentos dulces y amargos. Yo lo digo siempre, problemas, problemas tenemos todos. Y el que no tenga que espere. Pero ante ellos podemos actuar, y así debemos, siempre con un ánimo de resolución y no con un grito de victimismo. Somos capaces de tejer nuestro mañana. Podemos ir entrelazando la mejor de nuestras fortunas y hacer que nuestro destino haga sonreír al corazón. Y eso, aunque laborioso, se consigue dejando que entre por la ventana la vida y recibiéndola con una sonrisa...

Siempre he pensado que perdimos demasiado pronto la capacidad de sonreír. Que nos han obligado, quien sabe quiénes, a pasar por estas vías de tren, esquivando los travesaños y mirando el suelo. Y que así lo único que conseguimos es fastidiarnos el paseo y no mirar al cielo, donde las nubes hacen que todo pase con un ritmo diferente...

Por eso, yo, que noto que me hago mayor, empiezo a mirar al cielo con otras voluntades. Camino con ilusión y con ganas, con devoción por lo positivo y dejando que las emociones me acaricien la piel. Sintiendo el hoy, con el que vendrá el mañana. Y sintiéndome profundamente feliz de todo lo que en la vida pasa, porque es bello, minucioso y sencillo... Pero grande, para un corazón que sigue en su camino mirando al cielo, cada mañana...

lunes, 9 de septiembre de 2013

VOLVER AL COLE


Puede que todos los inicios de cole fueran nublados, es probable.

Es probable que todos aquellos lunes en los que cargaba la mochila con un año más, el sol no saliera, porque recuerdo mi caminar sin fatigas, ilusionado, contento... Sin calor que agobiara. Igual mi recuerdo confunde la hora de la mañana a la que empezaba la vida... Nunca entendí a quienes se quejaban de la vuelta al cole o del primer día de escuela, o como se quisiera llamar. Para mí, volver al cole, era volver a la vida. Dejar atrás las horas movidas del verano, ilusionante en aquel pequeño pueblo que aún llevo en el corazón, con sus fuentes y sus árboles, y sus caminos secretos, que olían a perderse por el mundo. Pero volver al cole, era reencontrarse con los amigos, ver cómo habían cambiado, cómo nos miraban... Volver al cole era contar cuando te habías caído del columpio y te habían llenado el pantalón de rodilleras. De narrar de la manera más épica cómo escalabas aquella tapia de tres metros que parecía un Everest y medio... De decir, que te habías enamorado, en noches de verano, con chaqueta y pantalón corto, zapato negro y calcetín blanco... Y recordar las flores que habías cortado del campo para llevar a la puerta, con la noche como cómplice de todo amor... Contar como con un clavo oxidado habías grabado en la corteza del árbol un corazón y unas iniciales, pensando que algún día, aquellas letras, no las vería nadie más que las dos personas que se juraban amor... Como si fuera el único árbol del mundo, y al tiempo, invisible para todos los demás que pasaban el verano alrededor... Volver al cole, era regresar con el pelo repeinado, caído contra la cabeza por la fuerza de una colonia fresca que olía a limón. Y, vivo, con la mirada puesta en el cielo, pensando que eras la persona más grande del mundo, que te sentías fuerte, porque la ilusión y las ganas, en los pies, te hacían correr hacia aquella puerta inmensa, de hierro verde, que separaba la vida de la escuela de la calle, donde las tardes se iban jugando a la pelota o compartiendo un bocadillo de Nocilla...

Recuerdo la tarde previa forrando los libros sobre la mesa del comedor, con papá al lado y un capazo de paciencia. Recuerdo ojear, ávido, el libro, hojeando veloz de atrás alante, tantas letras y dibujos que iba a aprender... Y lo recuerdo con cariño, olvidando si pesaba mucho o nada aquella mochila repleta de libretas nuevas, de una raya o de dos, que me invitaban a dejar letras y más letras, una detrás de otra, sobre sus hojas inmaculadas... El estuche metálico, con el sacapuntas de hierro. Los bolis, de tres colores y un lápiz, amarillo y rayado en negro, que olía a paraíso cuando le sacabas punta, en la papelera de aquella esquina, donde ibas a la par que otro compañero para contarle la vida, en voz baja, hasta que el maestro te llamara la atención... Recuerdo las colas en el patio, las sirenas dulces de bienvenida y de adiós, los amigos abrazados de nuevo, y los nuevos que venían al cole con sus miedos y sus ilusiones... Y así nos iba pasando la vida, en un pupitre y una pizarra, y tres ventanas por las que mirar al cielo cuando ir al colegio se convertía en una monotonía... Y desde allí, sentado, miraba a las fachadas de enfrente, y luego a los terrados,  así subiendo al cielo, mirar las nubes y seguir volando... Con las frágiles alas de un niño, que quería echar a volar...

viernes, 6 de septiembre de 2013

SERENO


Me tumbé en la orilla, rocosa, sintiendo clavarse cada piedra contra mi cuerpo. Lo hice contra el suelo, apoyando la cara doblada en su gesto hacia el agua que caía desde la lejana cascada y que, algo más mansa, pasaba por mi lado. El oído derecho hacia el cielo, recogía el baile de la hojarasca a unos cuantos metros de altura, perdidos entre las copas de los verdes árboles, que un viento ligero e incansable, no cesaba de tocar, como una partitura afinada y lenta. Sobre mis hombros cayó la carga de la vida, sobre mi espalda el cansancio del camino, sobre mis piernas las horas paseadas y los pies desnudos, se enfrentaban a un suelo de piedras redondeadas, manchadas por el musgo y con un refrescante tacto a vida pasada.

Me quedé mirando, a ras de suelo, con algunas rocas nublándome el horizonte, la belleza indescriptible de aquella serenidad absoluta. Y sentí el corazón salirse por el pecho para batallar contra las rocas que se calentaban bajo mi cuerpo. Caía la tarde, el sol si apenas convertía el cielo en un manto naranja a ratos, violeta, por otros, que se prestaba a ser el más mudo de los testigos. El fresco empezaba a recorrer el cuerpo, y las paredes de las laderas, que bajaban hasta la guarida de mi alma, se enredaban en verdes de mil colores y bailaban contra hojas de otoño de mil y un marrones distintos.

Y sentí una paz exquisita. En un silencio absoluto, con la sola compañía de un agua, incesante, tranquila, pero en continuo movimiento que me invitó a reflexionar sobre como todo va pasando... Así, pasando, haciéndose y deshaciéndose, tejiendo y volviendo a tejer, como una tela de araña infinita sobre la que van cayendo nuestras intenciones, nuestros desvelos, nuestras motivaciones, nuestras ausencias... Así, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo... El tiempo se detuvo. Miré hacia el cielo, que había mudado de nuevo, y me sentí tranquilo. Sereno. Fue suficiente. Fui capaz de regresar a aquél rincón escondido del mundo, del que nunca hablé, y sentir que mi corazón se apaciguaba. Latía con calma, con una serenidad, que solo tenían las hojas que danzaban arriba, llegando al cielo... Y sereno, me dormí.

jueves, 5 de septiembre de 2013

FUEGO


Igual que tienes la sensación que a veces te pierdes, a veces igual mismo yo no encuentro el hilo por el que empieza a desconsolarse mi madeja. E intento volcarme sobre las letras, que aquí uno, para enlazar, trozo a trozo, y dejarlas bailando sobre las líneas de tu esperanza, como una estrofa de partitura que espera que alguien comience a interpretarla... Y así, me van pasando las horas, a días, como hoy, con una velocidad que da un vértigo terrible. Y otras, cayendo con una cadencia bárbara que arrastra los pies contra el suelo como encementados antes de caer al mar... Los días van pasando, muchos de ellos bajo un techado de nubes que corren más veloces que el tiempo, y nosotros pasamos por ellos algunas veces porque otras son ellos los que pasan por nosotros. Cuando somos nosotros los que pasamos los días, nos mantenemos ágiles, fuertes, enigmáticos, potentes, desbordados... Cuando los días son los que pasan por nosotros, nos quedamos quietos, sin fuerza, débiles de voz y de alma, raquíticos de latidos... En sombra, como escondidos. Apabullados de tanto arrastre. Y entonces envejecemos, súbitos, y perdemos el calor de la vida, que nos calienta a todos por igual...

Por eso, cuando el calor de la vida, desaparece, hay que esforzarse por avivarlo con leña nueva. Como un buen fuego, con troncos grandes, de vida eterna, pero también con pequeñas ramas que mantengan viva la llama... Esas más pequeñas, mantienen vivo el rescoldo de lo que somos y aunque desaparecen entre llamas antes que ninguna, nos valen para alimentar la llama que nos mantiene vivos. A base de ilusión y de certezas, de emociones y de experiencias, de vivencias y de caminos... Y así, poco a poco, el fuego más lleno, arde cargado de buenas intenciones con las que vamos alimentando las cosas que nos pasan... Y que son, como el fuego mismo, de una belleza hetérea...

Con la misma fragilidad de un cristal, el fuego se rompe hacia el cielo, y con él los pequeños detalles que nos hacen ser como somos y que avivan, más el fuego puro que vuela hasta el infinito cargado de luz. Hay que vivir. Pero hay que vivir por encima del tiempo y de los tiempos. Segundo a segundo. Paso a paso. Con la felicidad repleta, cargadas las pilas, los ánimos y las esperanzas. Con el brillo en la mirada y el pulso en el alma. Con la vida a cuestas, caminando sin lastres ninguno y con las ganas de conquistar un mañana que no llegará mañana, pero que está por llegar...

Vivir, así, tan maravilloso. Tan delicioso cuando se vive en los detalles más minúsculos, más pequeños... Así, vivir, como caminando al ras del vuelo. Buscando un mañana que llegará muy pronto, por el que hay que batallar con fuerza hasta cuando el viento sopla en contra...

Igual que tienes la sensación de que a veces te pierdes, yo hay veces, que siento que te encuentro...

miércoles, 4 de septiembre de 2013

¡HÁZLO!



¿Y si de repente se parara todo? ¿Y si, sin darnos cuenta, un día la lluvia se quedara a mitad del camino, sin repicar contra el suelo, y las nubes estáticas no volaran por el cielo, y la tierra dejara de oler a pena y humedad? ¿Qué pasaría con nosotros si fuéramos capaces, en este mundo loco de disparates, ajenos a toda calma, de frenarno en mitad del camino y sonreír? O alzar la vista... O estrechar una mano. El ruido de cada día nos va intoxicando con su humo color ceniza, y nos ensordece, dejándonos sordos y mudos al tiempo, y convirtiéndonos en pequeñas hormigas ciegas, que se mueven sin distracción camino de su agujero, oscuro y profundo... Sin embargo, por cada una de las sendas que se abren en la vida, se multiplican los colores con una viveza que los hace tan imprescindibles como soñados, pero hace tiempo que dejamos de soñar...

Me despierto cada mañana con la sensación de haber dejado mi descanso sobre la mesita. Y lo recojo, lo guardo entre mis bolsillos y mis entretelas, como desvelo, después de ducharme con aguas de inercia. Camino. Cojo el paso firme, y me dirijo hacia las obligaciones, pero en el trasiego diario, al caminar, camino de donde toca ir, voy mirando al este y al oeste, al norte y siempre al sur, para buscar en los recovecos del horizonte, pequeños detalles sobre los que escribir renglones, a veces rectos y otros torcidos, con los que llegar a ti...

Dejamos de soñar, hace tiempo, porque no encontrábamos esperanzas que imaginar. Porque no hubo metas que alcanzar, y las que nos pusimos alguien se encargo de alejarlas. Nos dejaron fuera de ese paraíso, imaginario e increíble, donde pensábamos veranear todos los segundos de la vida. Y dejaron nuestros pies, sobre el cemento, para que caminásemos entre los enjambres grises de una ciudad. Cuando salgo a la calle, llevo en el corazón y en la mirada, una brocha de mil colores, y al sentir o al mirar, pinto con ella la vida, para darle una pizca más de alegría... Así camino, entre mis sueños y mis esperanzas, cubriendo con un manto de oro, la alegría que faltan en otros ojos. Y sueño. Porque así respiro. Y respiro. Porque así siento. Y siento, porque sólo así puedo vivir...

Si de repente, al caminar, quieres pararlo todo. Házlo. Si sin darte cuenta, la lluvia cesa flotando en la nada y el cielo se queda inmóvil, sé capaz de frenarte y disfrutar de su vista, con tu corazón y tu mirada. Álzala. Hacia el viento y multiplica con los colores de tu alma, el desierto que hasta hoy te acompaña... Yo, cada mañana, cuando despierto, lo hago con los pinceles de mi sonrisa...

martes, 3 de septiembre de 2013

VAYA QUE SÍ


Me he descubierto a mí mismo, después de haberlo escrito casi sin pensar, esta mañana. Me he dado cuenta de ello cuando he hecho, lo que nunca hago, que es releer lo que escribí. Que es un poco como si grabáramos nuestras palabras que se lleva el viento y de vez en cuando, en la vida, nos echáramos atrás, nos rebobinásemos sin mayor intención que descubrir qué hemos dicho... Probablemente, además, si tuviéramos esa oportunidad, en más de una ocasión, seríamos capaces de borrar nuestras palabras, o grabar sobre ellas, igual que de pequeños machácabamos las cassettes con las canciones que, entonces, se nos llevaban la vida...

Lo dicho. Que me he dado cuenta de repente, ya escrito, cuando al releer, apunté que más importante que el qué, que también lo es, lo vital es con quién... Me vienen las mañanas rondando con cierto pesar y el caminar del día, a veces se alarga, se complica, se endurece... Los días de verano se quedan más atrás ya que las palabras que no quise decir, y la vuelta al río, me deja lastrado, con pesos en los pies que nos hunden en el día a día, yo que soy de mantenerme a flote siempre, entre alegrías y esperanzas... Y de repente, esta mañana, una amiga (qué pocas palabras más bellas que ésta) me trajo el recuerdo cercano de una noche sin sueños ni insomnios, cargada de arena y estrellas. Y con ella, me trajo, fugaz como una noche de san Lorenzo, una sonrisa que me quedo para mí. Y que comparto contigo...

Me recordó aquella noche que parece tan lejana como negra estaba, tan cuajada de estrellas y luces de luna, y sonreí. Y respondí, como decía, por impulso más que por inercia, algo que no esperaba: lo importante en la vida, le dije, es con quienes puedes compartir cada uno de esos momentos... Y vaya que es verdad.

Mi vida está llena de pasos largos unos, cortos otros. Cansados a veces. Otras, ágiles y volátiles. La vida, que no para, me deja mil y un segundos. Y de todos ellos, finalmente, si hay algo que me hace sonreír, es pensar que alguien, al lado, los compartió conmigo. Por eso, cuando caminar se hace pesado, cuando los cielos se nublan, cuando el alma truena con tormentas de desespero, es fantástico mirar alrededor y comprobar que alguien más vienen con nosotros al camino, que alguien sopla para que se vayan las nubes, que alguien nos protege como una manta de la tormenta, como si fuera una armadura segura...

Los amigos con quienes compartimos cada momento, hacen que ese momento sea más especial. Cada momento, lo vivimos con alguien y así lo compartimos, regalándonos unos y otros, nuestra propia vida. Es fantástico, vaya que sí lo es. Poder rebobinar en la memoria grabada y descubrir los buenos momentos juntos que hemos vivido. Pero es más fantástico aún, echar la vista adelante, y comprobar que seguiremos juntos por esta calle, o por otras, que nos traerán nuevas aventuras... Eso sí, sin dudarlo, es lo mejor de la vida... Vaya que sí.

lunes, 2 de septiembre de 2013

EL DOS DE SEPTIEMBRE

Me planto ante el ordenador a escribir y si repaso las últimas hojas, caídas por horas de radio, me encuentro carreteras y caminos, paisajes y lluvias, paseos que comienzan... Es inevitable, da la sensación, pensar que hoy tiene que ser, así casi por obligación, el comienzo de algo, el principio, génesis de lo nuevo... Llevo muchos cambios en los últimos meses, lo mío ya no es una catarsis, es una vida sacudida. Siempre en constante movimiento, siempre con cambios, con subidas y bajadas, entradas y salidas... Tendré que asumir, como siempre me ha dicho la buena de Mabel, que algunos nacimos para saltar vallas. Y aquí estoy, salta que te saltaré, caminando por la vida...

Los últimos días (desde el 19 de agosto) han pasado por las fiestas de Mislata, en las que no he parado nada. Ayer domingo, estar en casa, era como un quejido. Y aún duraban las horas de sueño. El sábado, Iván y Adri me lo pusieron fácil, viniéndose de visita a última hora. Cosa que se agradece. Y nos reímos hasta llevar a Amparito y Jessy a casa. Era ya de noche, como todos los días.

Vivo en una espiral. Siempre hablo de la montaña rusa, de las subidas y de las bajadas. Y así la emoción cabalga estos días conmigo: hacia arriba y hacia abajo, pensando por momentos que nos comemos el mundo y por otros, sentándome relajado a esperar que alguien me sirva una porción. El viernes comí con Félix y Angelita cerca de la plaza de la Reina, carne a la piedra y voz. Veníamos del ayuntamiento donde hace las funciones de alcalde en las mismas, y yo de la radio, de una entrevista genial con Carlos Goñi.

Me duelen estas horas, ahora mismo. Este lunes, el dos de septimbre, que es principio de semana y de mes, de curso escolar y, me temo, de muchas más cosas que iremos desgranando. Por lo pronto, ahora entro ya en la radio, luego comisión de Interior y he quedado con Angelita para ponerle guitarra a nuestras obras de teatro. A la tarde reunión en el partido y esperando que llegue la noche para ver como acaba este primer día de nuevas intenciones... Os iré diciendo.

NUEVAS RUTAS


Primero un paso. Y al rato otro. Y luego dos más a los que siguieron una eternidad. Me postré en mitad del camino, con los pies juntos, y la mirada perdida oteando el horizonte donde la nada misma se perdía y entremezclaba con todo aquello que me quedaba por ver. Me paré, conté las nubes que surcaban el cielo de un lado a otro, sobreponiéndose las unas sobre las otras, dejando el cielo enmarañado entre un sinfín de grises oscuros. Abajo, la poca luz que se rompía al clarear, rasgando el cielo en pequeñas heridas, las piedras esperaban que ocurriese algo. Y en medio, el alquitrán de la marcha, emprendía una línea recta, interminable e infinita, que parecía quebrarse a lo lejos. Allí, donde se adivinaban praderas verdes, fuera de este desierto que me acompañaba, el agua se intuía en un riachuelo fresco, lleno de vida. El sonido de su paso contra las rocas siempre mojadas, cubiertas de un fino musgo, acompañaba como música celestial a la luz que lo inundaba todo. 

Y yo, erguido en mitad del camino, viendo a un lado y otro las marismas de la muerte que se adivinaban sobre la tierra, miraba hacia aquel punto final del que nacía este camino de perspectivas dispersas. Tímido, dejé mis manos en los bolsillos, encorvando el principio de la espalda sobre mis hombros. Respiré hondo y pensé: hoy es un buen día para emprender este nuevo camino. Y decidí que podía elegir, que ya es decidir mucho, entre sentarme al borde de la carretera o emprender los pasos. Me sentí entumecido, como si los huesos dolieran a las sombra de una luna llena. Más que por cansancio o fatiga, el paso se frenó por dejadez absoluta. Y porque llegó un momento que andando por inercia me ví aquí. Cuando levanté la vista, fui capaz de comprender que la vida me había puesto al principio de un nuevo camino. Y el reto, que estaba por delante, no necesitaba solo de mi empuje, también de mi cabeza, cuyos latidos sonaban huecos, vacíos... Inertes.

Dí un paso. Y al rato, otro. Y sentí romperse el cuerpo por la mitad, y cada una de las mitades se quebraron en dos más. Y al rato, de nuevo, por medio, cayeron dos nuevos trozos. Y tuve miedo de seguir caminando por si, en poco o en nada, me volaba más pequeño que el polvo o la arena del camino. Pero al dar el siguiente paso, mis partes quebradas fueron creciendo, y se completaron de una manera maravillosa que pude ver porque el cielo se abría. Y cada paso, una ralla del cielo raspaba sobre las nubes y dejaba que el sol se colase, convirtiendo aquel desierto oscuro en un valle de verdes imposibles. Y con otro paso, un nuevo rasguño. Y otro más. Y así el paseo fue quebrando el cielo, que se abría ante mí, como una cortina cargada de futuro. El suelo desértico se convirtió en valle. El agua cubrió sendas nuevas, haciendo brotar un río donde solo había oscuridad. Y su cántico, rompiendo las rocas, se asemejaba al de las aves que lo invadieron todo. Mi paso cada vez fue más firme, más sereno, más tranquilo... Y miré hacía atrás, tan sólo para ver la oscura senda que abandonaba. Pero aquella, lejos de estar entre foscores, se adivinaba también llena de vida. Mientras mis pies, casi ya al galope, seguían caminando por una nueva ruta que se abría en mi vida...

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14.

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14. "Bendita locura" En la limpieza de fotos, anoche, volvió a aparecer el bueno de Paulin...